La teta

Ha dicho la ministra más empoderada, transversal, nutricia y traslaticia de la España plurinacional y poliédrica que “no hay un solo hombre que tenga miedo a las tetas”. Esta señora puede no ser muy espabilada, sea dicho con respeto y ánimo constructivo, pero esta vez acierta de lleno porque preciso es darle la razón: la “sede libidinis”, como la llamaban los antiguos moralistas,  a ningún hombre bien constituido le asusta, antes al contrario es objeto de sus más venturosas fabulaciones. Ocasión para fogosos caldeamientos de las entretelas.

Con todo, conviene precisar y no dejarse arrebatar. Convengamos que la teta es cepo, la trampa que usan algunas mujeres para capturar la atención del hombre, por eso es también red en cuanto que está trabada de tal suerte que sirve para pescar o cazar.  ¡Ay del hombre que se deje atrapar por una teta! No conocerá descanso ni su atención se fijará en objeto alguno de mérito ni podrá atender los negocios porque toda su concentración estará fija en esa teta que le ha atrapado, será un yonqui de la teta, de ahí que existan tantos negocios descuidados, tanto atolondramiento en algunos, la razón está en la teta y en sus efectos como red paralizadora. El famoso cherchez la femme se formuló de esa manera porque la mojigatería impedía decir lo que realmente se estaba pensando, a saber, cherchez la poitrine, ahí es donde se halla el abracadabra de todas las investigaciones.

Teta, arte puro y arte al aire libre, au plein air, como querían los impresionistas franceses, atentos no tanto a la precisión de una fotografía sino a las impresiones que va dejando, como regalos selectos, la misma Naturaleza, complacida en realzar, sin darle mayor importancia,  colores, luces y sombras. De donde la teta, definida de un modo cuando las sombras ejercen su imperio tenebroso, cobra una dimensión estética distinta en el momento en que las luces recuperan su reinado titilante de deliciosos frescores y colores. Por eso el estudio de la teta es inagotable y posee una dimensión homérica.

Porque la teta – sepámoslo- reina en la realidad pero luego se aloja en la imaginación y en ella despliega sus juegos, sus fantasías, sus imágenes en cascada. La teta es mito, ensueño, juguetona quimera que se nos acerca, que se nos aleja, que nos engaña, que nos hace guiños … son los famosos guiños de la teta, causa de perdición de varones severos y aun de generales y almirantes cuyos pecheras son bajorrelieves pletóricos de medallas, manchas de vanidad, sí, pero asimismo huellas vívidas de batallas memorables.

También, preciso es admitirlo, la teta perturba a golfos encanallados que no ven en ella más que carne a despachar en el mercado de los placeres.

Nadie debe degradar la teta de esa manera porque, quien así se comporta, olvida su dimensión de objeto de veneración, de fervor religioso y de práctica piadosa. Quienes escribimos como yo lo hago ahora sobre la teta estamos sujetos – voluntarios y complacidos- a una devoción que es estética, mística, litúrgica y, claro es, poética … Aceptamos entrar en el seno de la comunión de la teta donde esperamos encontrar consuelo y bienaventuranzas, también disfrutar de un espacio donde suenan las mejores músicas y por eso nos gusta tocar el órgano y lo hacemos como un sacrificio debido a los muchos dones que nos depara. Tocar una teta es un acto hermoso de sacrificio inspirado en esa vehemencia que acompaña a la admiración. 

Somos sacerdotes, es decir ministros de una religión que, como tales, consagramos nuestras vidas a hacer, celebrar y ofrecer sacrificios. Somos – reconozcámoslo- víctimas claudicantes, ay, de un arrebato amoroso y martirial. 

Sí, la ministra tiene razón. ¡Abajo el miedo a la teta! Y no digo más porque me desparramo.

Publicado en: Blog, Soserías

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