El sigilo era enorme en la encrucijada de aquellas calles donde intentaban crecer unos árboles, cenceños y tristes. Caminaban ahogando la respiración y dando ese tipo de pasos quedos que han practicado durante siglos los ladrones al entrar en la mansión del marqués en busca de la alcancía y los conspiradores y conjurados a la hora de reunirse y preparar su plan de ataque al Estado. No se oía ni el vuelo de una mosca, de un lado porque realmenteLee el resto…