Hace años, en los comienzos de la televisión, yo podía palpar en mi familia la incredulidad que producía el hecho de que saliera en la pantalla un señor dando una noticia desde París o desde Oslo. A juicio de mis desconfiados parientes se trataría de un truco de Franco, empecinado en colarnos patrañas porque nadie en sus cabales podía creer que en ese preciso momento había alguien tan lejos, recién levantado de la cama para contarnos algo que había salidoLee el resto…