A las gentes de mi generación nos acompañó siempre la cartilla de urbanidad que tenía ilustres precedentes en el siglo XIX, el famoso manual de Carreño, y en ella nos enseñaban a no meternos los dedos en la nariz, en público se entiende porque, en privado, hurgar en esas lóbregas intimidades estaba tolerado si se trataba de aliviarnos de esas molestias a las que las narices se complacen en prestar cobijo. Otras advertencias consistían en ceder el asiento en elLee el resto…