Como la realidad circundante es más bien nauseabunda, «no puedo comer todo lo que desearía vomitar», dejó dicho el gran pintor alemán Liebermann a la vista de la sociedad de su tiempo, resulta más ganancioso perder el tiempo pensando en asuntos banales que lleven a la sonrisa y a la tranquilidad del espíritu.
Uno de ellos es el lenguaje que usamos, lleno de recovecos simpáticos e inesperados, a los que, por habituales, no prestamos atención. Tal ocurre con la incorporación a la conversación de expresiones traídas del mundo de los animales y así decimos de un sujeto que es un «merluzo» o un «besugo» para designar al mentecato. O de una hembra que es una «zorra» para referirnos a la lumia o pendón. Una «víbora» es un tipo poseído de las peores intenciones y un «ganso» o «patoso» es quien no acierta a dar a sus movimientos la airosidad o gallardía que es usual o esperable. Un «zángano» es el muchacho que no aprueba el COU, un «conejillo de Indias» es quien sirve a los peores designios de un científico y un «ratón» de biblioteca es quien se traga los libros como si de apetitosa merienda se tratara (los alemanes utilizan la misma expresión aunque tambien la de «gusano» que viene aquí muy oportuna).
El «cerdo» es el remiso o tardo a la hora de pasar por el agua profiláctica y un «corderito» es una persona mansa a la que se puede ordenar los mayores dislates con la confianza de que los cumplirá a satisfacción y sin rechistar. De las chicas anoréxicas antes se decía que estaban hechas un «bacalao» y una «sanguijuela» es quien nos quiere chulear y si encima es un «águila» o un «cuco» es que se nos quiere llevar hasta el último euro del fondo de pensiones. Pretendiendo, encima, que le sonriamos y presentemos nuestro mejor semblante.
Estar en la edad del «pavo» es ser proclive a la realización de todo tipo de majaderías y un «camaleón» es quien se adapta a todas las circunstancias sacrificándose en todas ellas. De quien esté hecho una «pantera» o una «hiena» es mejor huir a galope tendido y lo mismo del «chinche» que es ese sujeto importuno y quisquilloso que nos amarga la hora del café. Un par de «tórtolos» son dos jóvenes que se están trabajando sus intimidades aunque se puede aplicar asimismo a personas de mayor recorrido vital y un «buitre» es el profesional insaciable que deja tierra quemada en su derredor.
Quien está hecho un «toro» es que está fuerte como un «león» y ser una «vaca loca» es modismo español anterior a su aparición en la neblinosa Albión y con él se designaba a la mujer alborotada o turbulenta.
A propósito de toros, hay que recordar que el español está lleno de giros bien taurinos que utilizan incluso los más belicosos y agresivos antitaurinos. «Coger al toro por los cuernos» es expresión que maneja el lector imbatible y bienintencionado que está dispuesto a tragarse heroicamente los últimos premios Planeta; por el contrario quien «ve los toros desde la barrera» es aquél que contempla el mundano espectáculo comiéndose un bocadillo de salchichón y tomándose un vasito de vino; la muchacha que «está bien de pitones» es que posee tetas altaneras y apetitosas pujanzas; en fin, «ponerle a alguien los cuernos» es hacerle cuclillo o gurrumino.
Muy interesantes son también las elocuciones que hacen referencia a las partes del cuerpo como «no tener pelos en la lengua», «tocarle a uno las narices» «meter la pata» «tomarse algo a pechos», «verle las orejas al lobo» (que entronca con lo anterior), «hacer de cuerpo» que alude a exonerar o liberar el vientre, «sin pie ni cabeza» … y así sucesivamente. Algún día habrá que volver sobre ellas.
¿No resulta mejor «rascarse la barriga» con estas nimiedades que padeciendo la última declaración del gobierno?
Da gusto evadirse con la buena e ingeniosa escritura. Gracias profesor Sosa.