Esclavos

Esto de manejarse en la casa se está poniendo cada vez más difícil.Me consta que tampoco en el pasado se regalaba nada y la inocente operación de preparar el café matutino obligaba a apilar ante la cocina económica buena copia de maderas,de carbón y una semana enterita de periódicos locales, indispensable todo ello para hacer fuego.No digamos nada de aquellos cuellos duros de los cuales emergían los escocidos pescuezos de nuestros padres y cuya delicada tersura debía de llevar horas y horas de abnegada dedicación a nuestras madres o a aquellas planchadoras mercenarias con las que se oía y se lloraba el serial de la radio.¡Lo bien y, sobre todo, lo entonado que se lloraba entonces! Ahora no es igual porque ante los seriales americanos de la televisión,el espectador tiene un comportamiento distinto y no llora ya que lo que, en puridad, desea es más crimen,más adulterio,delitos cada vez más gordos. Hoy se sueña con un personaje capaz de poner en práctica con morosidad y el mayor número posible de agravantes cada uno de los artículos del Código penal, de pasearse por entre sus siniestros preceptos con la misma familiaridad, con el mismo desenvuelto aplomo con el que el encargado de una oficina consigue abandonar a su suerte un expediente de urgente tramitación.

Pero a lo que iba: hasta ahora,los aparatos domésticos, habían sido sumamente respetuosos con quienes les llevaban a sus casas y,probablemente agradecidos de no seguir en la tienda sobados por manos que cualquiera sabía dónde se habían posado antes, procuraban dar la menor lata posible.Una nevera, verbigratia, se llevaba a casa,se enchufaba y al poco rato se estaba en condiciones de ofrecer cubitos de hielo a los vecinos menos afortunados que era para lo que en realidad se compraban las neveras en los buenos tiempos antiguos.Y un horno, igual:se daba a un interruptor y, en seguida,sin preguntar nada más, se ponía a hacer exquisitos dulces y empanadas y jugosos asados de lechazo, que tanto gustaban a nuestros sencillos antepasados.Y, de igual forma, se comportaba la plancha y el depilador de sobacos.Los aparatos domésticos de la primera generación se conducían con humildad, entraban en las casas como de puntillas, pidiendo permiso y, sin apenas molestar, se instalaban en su rincón a esperar nuestras órdenes con la misma solicitud que empleaban antiguamente los obreros, antes claro de dedicarse a enredar con sus molestas revoluciones.

Ahora todo se ha complicado.Tanto que muchos hemos tirado hace ya tiempo la toalla y nos movemos por la casa capitisdiminuidos,con conciencia de nuestra parvedad mental y como ofreciendo permanentemente nuestros respetos a tanto invento mortificante. Por de pronto,los nuevos electrodomésticos vienen acompañados de un libro de instrucciones que, por su volumen y dificultad, a mí me recuerdan los tomos de Derecho civil de Castan Tobeñas que torturaron mi juventud haciéndola gris y fúnebre.En la mayoría de los casos,sólo si se dominan peregrinas lenguas,es posible afrontar su lectura.En cualquier caso,exigen una cabeza despejada, porosa, ágil,una cabeza libre de los estragos de la arterioesclerosis.

Después,todos estos trebejos llevan incorporados distintos programas:accionados en su interior por misteriosos y diabólicos ingenios ofrecen un variado repertorio de posibilidades y utilidades. Pero, claro, sólo si se acierta a descubrir el adecuado programa.Y aquí viene la dificultad porque su selección se hace a partir de una laberíntica combinación de botones y números, a menudo desde minúsculos aparatitos de control remoto que,para mí,son la forma que han adoptado las brujas de aparecérsenos en este final de siglo.Pruébese con la modesta lavadora,con el lavavajillas,no digamos con el ordenador,con el aparato de reproducción de las imágenes de los programas de televisión al que llaman, en latín, «video»,con el «compacto» que ahora es un disco y antes era un adjetivo reservado a los muslos de las artistas de variedades. Si se piensa detenidamente,si se reflexiona cuánto tiempo se ha echado en comprender las instrucciones de todos estos malditos utensilios,se comprobará la exactitud de mis afirmaciones.Si hay alguien que,con la mano en el corazón,pueda decir que ha sido capaz de desentreñarlas sin llamar en auxilio a su hijo de corta edad,que dé un paso al frente.¡Que se dé a conocer!

Cuando andábamos tan ufanos creyendo que habíamos erradicado todo tipo de esclavitud,resulta que caemos víctima de otra más sutil pero infinitamente más perversa:la esclavitud que, sobre quienes somos mayoría, ejerce una minoría de privilegiados que entiende las instrucciones de los electrodomésticos y nos humillan poniéndolos en acción.

Atribulado,me voy a la calle.Al menos el semáforo me sigue siendo familiar.

Publicado en: Blog, Soserías
Un comentario sobre “Esclavos
  1. -Mira un vión.
    -No, eso que ha pasado es un oroplano.
    -Qué no es un vión.
    -Es un oroplano.
    -Alcalde eso que ha pasado que es ¿un vión o un oroplano?
    -Ambas cosas son aceptables pero yo para no equivocarme le llamo parato.
    -Ah.
    -Siempre se aprende algo.

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