Barbarócrata

No creo que la palabra esté en el Diccionario pero eso la hace más apetitosa, como fruta prohibida del lenguaje, las que mejor saben y las más jugosas. 

Me refiero a “barbarócrata”. Ignoro dónde la he leído (¿en Cansinos Assens?) pero me gusta porque remite a barbarie, a lo inculto y grosero que hay por el mundo. Lo bárbaro es lo tosco, lo que atormenta el paladar de la persona refinada y con vibraciones estéticas. Bárbaro es quien atropella las buenas maneras en el decir, quien embiste contra la sindéresis, quien practica la golfemia intelectual, ese hombre basto perseverante, esos tipos con aspecto feroz y codicioso, como de “reventa” de espectáculos teatrales, o de trilero.

El barbarócrata es quien cree que las ideas son mocos que salen por la nariz o el cerumen de los oídos.

El barbarócrata tiende a dominar la sociedad con la inconsistencia de sus decires, con la fragilidad de sus convicciones, es el guardoso que atesora imbecilidades a las que tiene por creaciones meritorias y emancipadoras. El barbarócrata es quien lleva como maletín portátil la colección más cuajada de topicazos con los que las sociedades apuntalan sus prejuicios. Es el que “pone en valor” su última vacuidad, quien tiene como frontispicio en su casa el lema “búrlate del arte y desprecia al artista”.

El barbarócrata es un cretino que brilla con luz propia, fluorescente, como si dijéramos.

Quien disparata envuelto en pompa y bañado en circunstancia.

Es un árbol carente de frutos sustanciosos. A veces es alto y pretencioso pero estéril. Y lo que produce son maldades y vilezas.

Porque esa es la otra característica del barbarócrata: su capacidad para ensuciar lo que toca, para pringarlo de la mugre de su intelecto baldío y arribista.

¿Es sucio el barbarócrata? No; se acicala, se perfuma, se dedica a si mismo miradas morosas ante el espejo, camina semejando el despertar de la primavera y el sonreír de la naturaleza, convencido como está de su condición bienaventurada, de su presente glorioso y de su porvenir lisonjero. 

Necesita el aplauso como el torero al toro. Siempre cerca: lo oye, lo escucha, aunque en puridad sean silbidos de reprobación. Cultiva su éxito frágil con pedantería ignorando que es en la soledad donde se forjan los grandes ingenios y las obras duraderas (el preso Cervantes, el sordo Beethoven …).

Se cree el Zeus que amontona las nubes y dispone los rayos como en el poema homérico.

El barbarócrata posee la más aquilatada ineptitud y por lo mismo es el máximo acumulador de maldad.

Cree cultivar la memoria histórica y no es verdad. Lo que cultiva es el pensamiento fósil encapsulado en tópicos – esto ya lo he dicho- y ahora añado, es devoto de la reliquia que es la legaña de la historia, la agonía de los santos, la putrefacción de sus virtudes, la perversión al cabo de la dignidad de los siglos. No sabe que la reliquia es el brazo corrupto de la religión.

Su cólera es sombría y por eso destruye lo que enalteció.

Su envidia es un puñal.

Pertenece sin saberlo ni imaginarlo a la sumisa secta de los mediocres.

Este es el barbarócrata, el hechizado por la mirada de Medusa del Poder.

Publicado en: Blog, Soserías

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Comentarios recientes