Una media de cien euros se gastan las españolas al año en medias. Muchos euros sacan de su bolsillos al año las señoras para decorarse o abrigarse las piernas. La media es una de las prendas más deliciosas que existen y es la que acaso coloca al varón en un mayor estado de excitación y de ensueño. La imagen de las grandes actrices del cine quitándose las medias al borde de la cama con un macho cerca en estado de implacable verriondez es de las que no se borra a ningún espectador bien constituido y en plenitud de facultades. Recuerdo en ese trance a la bellísima Laura Antonelli en la película «Malicia» y aun hoy se me pone la carne de gallina.
Era la época de las medias que llegaban hasta los muslos y de ellos no pasaban como en una suerte de respeto hacia intimidades más consagradas ajustándose en ellos con la liga, otro objeto erótico al que habría que dedicarle un artículo, un soneto o una tesis doctoral. Porque la liga ha sido también fetiche con el que soñar, trofeo con el que presumir y fortaleza de la mujer pues que en ella se ajustaba la navaja para acometer cuando la ocasión lo requería. Y es que la liga ha expresado durante años la resistencia de la mujer y así cuando la liga estaba en su sitio, la mujer se sentía segura y a salvo mientras que cuando la liga se aflojaba y caía y no digamos cuando se perdía, la mujer podía considerarse pieza batida porque al cabo era la liga como el arbotante que le permitía mantenerse erguida y digna. Una mujer tenía que cuidar mucho de su liga que era la representación del virgo, de su condición inmaculada e inaccesible. Caída la liga, caída la honra.
Hoy este signo de la castidad ha pasado a la historia pues junto a la media tradicional han surgido otras modalidades que se llaman pantys, leotardos y minimedias y ninguno de ellos precisa de la liga. Todo el mayor desparpajo alcanzado por la mujer en el terreno sexual en estos últimos decenios del siglo tiene que ver con la desaparición de la liga que ha implicado en cierta manera como arriar la bandera de la continencia.
Las minimedias no sé a ciencia cierta en qué consisten pero el nombre no me inspira la más mínima confianza porque aplicar un diminutivo tan vulgar a una prenda de tan ricos significados como es la media me parece una falta de respeto censurable, además de una descortesía que la media no merece. Acaso se trate de esas medias que llegan hasta poco más abajo de las rodillas y, si es así, esta modalidad hay que erradicarla de nuestros ensueños porque son medias de varicosas, de la mujer que en lugar de andar grácilmente con el concurso poderoso y severo de las caderas parece hacerse pesadamente a la mar. ¡Fuera las minimedias!
Otra cosa son los pantys y los leotardos. ¡Ah, lector, hay mucha verdad en ellos! Ambos son medias atrevidas pues que han conseguido con resolución superar la frontera en la que la media se había quedado tradicionalmente para avanzar hasta alcanzar nada menos que aquella zona que los magistrados del Tribunal Supremo (rijosillos ellos) llaman las «cavidades protegidas» de la mujer. Esta valentía, este arrojo, no está ciertamente al alcance de cualquiera y se necesita mucha convicción, mucha seguridad para culminar un recorrido de esta naturaleza. Es decir que el panty y el leotardo son prendas osadas, bravías, de las que no se paran en barras. Han destronado a la liga pero ha sido a base de entrar en territorios prohibidos colocando en ellos la enseña de su coraje. ¡Bien por el panty y por el leotardo!
Además, así como la media tradicional quedaba un poco sosa cuando se la veía fuera de la pierna que estaba llamada a cubrir porque la media era en cierta forma un objeto que había de vivir en simbiosis y por ello en solitario tenía algo de pendón abatido en la batalla, el panty y el leotardo por el contrario ostentan una gran dignidad aisladamente considerados, al margen de la extremidad femenina. Es decir que tienen en cierta manera vida propia pues ambos, simplemente desplegados sobre una silla y no digamos sobre una cama, son símbolos de barroca sexualidad, de la cópula y del fornicio. No es la primera vez que existen en la historia estas formas de cubrición de las piernas pues en sus orígenes la media formaba un todo con el calzón de manera que vemos cómo todo lo que parece novedad no es sino una simple variación de lo que ya vieron los antiguos.
Luego están las medias caladas que ponen encaje en las piernas, las velan y las descubren a un tiempo, siendo éstas las que mayor perturbación pueden llegar a causar a quienes las miran atentamente porque los dibujos, al ser caprichosos, disparan la imaginación y empezamos a ver la pierna en deliciosas figuras geométricas adquiriendo su territorio las tres dimensiones o más si es que hay. Hoy se echa de menos porque se ve poco la media con costura, a lo Rita Hayworth, que era una media con el rumbo marcado, realmente para marear.
Cosa fina la media, señores.