Decía Rusiñol que «de todas las formas de engañar a los demás, la pose de seriedad es la que causa más estragos». Reivindicaba con ello el gran pintor, el gran y divertido escritor (¿quién lee hoy a Rusiñol?) la risa y el buen humor como ingredientes de alta calidad de la vida humana y de las relaciones sociales. Lorca, el poeta de la risa franca, afirmaba en una entrevista al ser preguntado por su espíritu jovial, «esta risa de hoy es mi risa de ayer, mi risa de infancia y de campo, mi risa silvestre, que yo defenderé siempre, siempre, hasta que me muera».
Viene todo esto a cuento porque a veces los científicos descubren cosas útiles o tienen ocurrencias realmente felices y, entre ellas, está el reciente hallazgo de lo que al parecer es el «centro nervioso de la risa», una especie de «punto G» del reír. La fortuna se les apareció a los investigadores cuando tenían en observación a una enferma de epilepsia. Advirtieron, al comprobar la zona cerebral afectada por su enfermedad, que si se aplicaban débiles corrientes eléctricas en un lugar cercano a los centros que permiten el habla y la habilidad manual, surgía en la muchacha la sonrisa y, si se intensificaba la corriente, entonces sonaban claras y sonoras risotadas, como cascabeles del duende de la alegría.
Estamos ante un gran descubrimiento: el hecho de que la risa se encuentre bien próxima al lugar donde se gobiernan las funciones más específicas de los hombres desmiente la mala prensa que la risa tuvo durante mucho tiempo en la antigüedad clásica, resumen de la cual es esa absurda frase latina según la cual «risus abundat in ore stultorum» («la risa abunda en la boca de los necios»). Un buen y lúgubre cenizo debió de ser quien tal sentencia formuló. Ahora ya podemos afirmar que la risa es una función noble de los humanos y acaso la que más seriamente nos diferencia de los animales, junto al uso del teléfono móvil y el chándal que también, de momento, son privativas del hombre (y de la mujer, según añadiría el pelmazo políticamente correcto).
Esta feliz noticia se une a la reciente publicación en España de dos obras que siempre consideré paradigma del gran humor español y que hasta ahora solo se encontraban en los oscuros escondrijos de las librerías de viejo, también llamadas de lance, porque son esas librerías lugares de fortuna que es como se denomina a aquellos rincones donde tienen lugar sucesos casuales o inesperados; venturosos además porque venturoso es dar con un autor postergado que ya nadie edita y que por tanto duerme la peor de las muertes: la del olvido y la indiferencia de los lectores. La librería de lance tiene algo de sobrenatural porque en ella podemos obrar el milagro de la resurrección que tiene lugar cuando tomamos en las manos y nos llevamos a casa la obra de un viejo poeta que yacía en el nicho de sus anaqueles.
Los libros a que me refiero son las «Memorias» de Mihura y «La tournée de Dios» de Enrique Jardiel Poncela. Las «Memorias» son literatura pura porque son en rigor «antimemorias» o, mejor, «postmemorias» pues contienen aquello que ha quedado después de haberse olvidado el autor de todo. Empieza uno de los capítulos: «cuando yo estaba a punto de nacer, Madrid no estaba inventado todavía, y hubo que inventarlo precipitadamente para que naciese yo y para que naciese otro señor bajito, cuyo nombre no recuerdo en este momento, y que también quería ser madrileño». O «[aquél señor] nace en Panamá, huye a los ocho meses de Panamá y se traslada a Palencia, donde vuelve a nacer otra vez, causando el estupor de una digna señora de la localidad que no esperaba ser madre de semejante niño». «El bandolero anadaluz, cuando veía algún tranvía muy lleno, se subía en él con su caballo blanco y aprovechaba las apreturas para robar plumas estilográficas, bufandas y sombreros de señora y caballero». Estamos ante el absurdo, ante la parodia, ante el humor puro, que es aquél que ha sido desconectado de la realidad porque ese es el único medio de distanciarse de ella y, así de lejos, zaherirla sin que nos pueda replicar ni tomar venganza. Hay que separarse mucho de la vida para poder entenderla y darle la vuelta destructora y burlona que se merece y eso es lo que hace el humorista puro, lo que hace Mihura. A la vista de estos textos muchas veces me he preguntado qué pensarán de esta forma de expresarse esas revelaciones de jovencísimos escritores españoles, calígrafos los más que bracean con garbo en la nadería. Y no digamos esos infames cuentachistes que aparecen en la televisión prostituyendo el título de humorista: ¿se les caerá la cara de vergüenza y tendrán la decencia de desaparecer de los escenarios? Deberían hacerlo porque sería ese el único rasgo de buen humor de su vida.
De «La tournée de Dios» de Jardiel no hay mejor credencial que decir de ella que fue prohibida por la censura franquista, por irreverente con el Cielo cuando es un libro irreverente claro es pero con la Tierra.
¡Ah, humor, risa franca, vuelve a nosotros porque eres sal sobre las zozobras, burbuja límpida, oro de libertad, milagro de luz!
Excelente y muy necesario.el dîa que lo perdamos(el humor) estamos muertos