Pasión y dolores en la Fiscalía

Algarabía y conmoción en el panorama judicial al renunciar a su cargo doña Dolores Delgado, polémica Fiscal General del Estado, por razones personales de salud. Si la califico como “polémica” es por mostrarme contenido en el uso de los adjetivos ya que es evidente que quien acababa de abandonar la poltrona de ministra de Justicia y de participar en unas elecciones generales bajo las siglas del PSOE (en las que obtuvo acta de diputada) no parece que fuera la persona idónea para ejercer sus funciones con la “imparcialidad” que al conjunto del Ministerio Fiscal exige su Estatuto (artículo 2.1, ley 50/1981).

Esta es una de las trapacerías que están contaminando a nuestras instituciones públicas desprestigiándolas a los ojos de la ciudadanía crítica. Una trapacería que no podemos considerar privativa del actual Gobierno pues muchos de los anteriores se han comportado, al decidir sobre este cargo, con igual desparpajo pero, en este caso, todo indica que las formas más elementales quedaron groseramente sepultadas en los lúgubres sótanos del sectarismo. Lo que la andadura posterior de la señora Delgado ha confirmado.

A partir de ahora, asistiremos a la secuencia de los acontecimientos. El nuevo Fiscal General será nombrado por el Rey a propuesta del Gobierno, oído previamente el Consejo General del Poder Judicial. El nombramiento habrá de hacerse entre “juristas españoles de reconocido prestigio con más de quince años de ejercicio efectivo de su profesión”. El Gobierno, una vez recibido el informe del Consejo, pedido para decorar el procedimiento pues carece de relevancia, comunicará su propuesta al Congreso de los diputados “a fin de que pueda disponer la comparecencia de la persona elegida ante la Comisión correspondiente de la Cámara … a los efectos de que se puedan valorar los méritos e idoneidad del candidato propuesto”.

Teóricamente el esquema es atractivo: estamos en presencia de un cargo cuyo nombramiento ha recorrido los pasillos de los tres poderes: el Ejecutivo que propone más el legislativo que valora y el judicial que es oído. Todo ello “coronado” precisamente con la intervención de la Corona. La realidad es bastante menos brillante porque tales diligencias son puro aderezo de cartón piedra.

Aquí viene la segunda trapacería: todos damos por hecho que el Gobierno nombrará a quien ha elegido – un directísimo colaborador de quien ha renunciado- pues el paso por el Congreso vuelve a tener efectos puramente ornamentales.

Es el Gobierno – probablemente su Presidente- quien nombra a una persona a la que se confía conducir el Ministerio Fiscal que “tiene como misión promover la acción de la justicia en defensa de la legalidad, de los derechos de los ciudadanos y del interés público tutelado por la ley … así como velar por la independencia de los Tribunales y procurar ante estos la satisfacción del interés social”. ¡Ahí es nada lo que el legislador constitucional atribuye al Ministerio Fiscal! Pues todo eso, tan grandilocuente queda en manos de una persona de la estricta confianza política del Gobierno. Por eso ha podido decir en estas mismas páginas (23 de marzo) Consuelo Madrigal, ex fiscal general, que “estamos ante un poder del Estado de enorme incidencia en la vida, libertad, hacienda y reputación de los ciudadanos, prácticamente exento de rendición de cuentas y de responsabilidad, sea penal o de cualquier otra índole. Una anomalía (peligrosa) en cualquier sistema democrático”.

Precisamente porque esto es así he propuesto desde hace tiempo otro medio de selección de tan poderoso personaje con el objeto de que se disipe cualquier sospecha de parcialidad y es la del sorteo entre los magistrados del Tribunal Supremo y Fiscales de Sala que voluntariamente quisieran concurrir a él. Yo añadiría “veinticinco años de ejercicio efectivo de su oficio”

La persona “premiada” con la bola de la suerte sería asumida por el Gobierno y se podría continuar con la tramitación prevista en el Estatuto del Ministerio Fiscal hasta desembocar en la firma regia (comparecencia parlamentaria e intervención del Consejo general del Poder judicial, ya citadas).

La razón de ampliar el plazo de los quince años a los veinticinco es la siguiente: se corregiría el deplorable efecto que causa ver a un fiscal general del Estado poniéndose al servicio de intereses privados al formar parte de un bufete de abogados una vez concluido su mandato. Como las incompatibilidades sirven para poco o nada, si se consignara ese número mayor de años previos al acceso al cargo, es probable que se saliera de él con una edad, si no bíblica, sí lo suficientemente avanzada como para tener ya los calores enfriados y haber disipado un gran número de temerarias tentaciones.

El meollo del poder del Fiscal General del Estado se aloja en la política de nombramientos. Puede decirse que quien ingresa en la carrera asciende en ella conforme a criterios y concursos reglados – lo que afecta a la inmensa mayoría de los fiscales españoles, seleccionados en unas duras oposiciones- pero solo llegará a la cima – Fiscal de Sala del Tribunal Supremo – si cuenta con el apoyo del Fiscal General: el respeto estricto al principio de mérito y capacidad ha sido desterrado en beneficio de la merced (sin que quiera decirse que las personas que llegan a ocupar tales cargos no sean de mérito ni carezcan de capacidad). Ocurre como con los magistrados aunque la diferencia radica en que estos, para llegar al Tribunal Supremo, se someten a una crujía que al final decide un órgano colegiado mientras que, en el caso de los fiscales, es un señor / señora quien tiene la última palabra.

Tan solo había una cautela: la intervención del Consejo fiscal, llamado a informar las propuestas respecto al nombramiento de estos cargos superiores, tarea sometida a criterios técnicos y profesionales. Sin embargo, una sentencia del Tribunal Supremo controvertida -y malhadada- de 13 de abril de 1998 (caso del fiscal Eduardo Fungairiño) acabó con lo que era práctica habitual, a saber, que para los ascensos a fiscales de Sala era preciso contar con el informe favorable del Consejo fiscal. Hasta diez votos particulares tiene la sentencia del Supremo y en ellos se pueden leer atinadas consideraciones como la de que “el pronunciamiento del Consejo fiscal sobre la aptitud profesional para ser Fiscal de Sala no supone que se inmiscuya en cuestiones de oportunidad o conveniencia, reservadas a la responsabilidad del Fiscal General, sino que emita un juicio sobre un elemento reglado, basado en datos objetivos, extraídos de la anterior conducta profesional”. Lo determinante es que la doctrina jurisprudencial mayoritaria de 1998 ha permitido sembrar la insatisfacción entre los fiscales sabedores de que llegar al final de su carrera va a depender, no de su trabajo, no de lo que se esfuercen en estudiar los asuntos, no de sus actuaciones ante los tribunales, sino del favor de quien pasajeramente ostenta el puesto máximo de la organización.

Recientemente, el nombramiento de Fiscal de Sala de menores efectuado por doña Dolores Delgado ha sido anulado por sentencias de 19 de abril de 2022. La señora Delgado ha vuelto a nombrar a la misma persona lo que ha motivado la reacción – lógica- de la Asociación de Fiscales que ha pedido al Tribunal que se ejecute la sentencia invalidando la repetición de esa designación.

Un avispero, como se ve, el de los deplorables nombramientos discrecionales: deberían ser desterrados en su práctica totalidad.

En fin, otro asunto es la supresión de las “puertas giratorias” entre ministerio fiscal y política, un matrimonio diabólico que urge divorciar y que la señora Delgado ha vivido con complacencia. Para oficiar en esa ceremonia solo hace falta voluntad política. ¿Alguien la tiene?

(Publicado en El Mundo).

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Excrementos

En la literatura humorística española fue muy frecuente el relato construido sobre el torero que lleva su toro a la plaza, el médico que tiene en nómina a su propio enfermo o el militar a un preso de guerra de confianza, hoy estas bromas han desaparecido porque nos hemos hecho influencers y youtubers sostenibles.

Pero hay otras, la más reciente es la que nos informa de que un tal Putin, invasor de países que le encocoran, lleva consigo en sus desplazamientos su propio inodoro para evitar que los espías analicen sus apreciables heces. 

Triste destino el de estos honrados espías, padres / madres de famili,  temerosos de Dios, que, en lugar de microfilmar documentos, han de entregar su celo profesional a examinar morosamente las cagadas de un prójimo que olerán “y no a ámbar”. 

–  Peor sería llevar un Kalashnikov AK-74 – oigo a mi alrededor.

Cierto pero nadie negará que el capricho es raro. Uno lleva el neceser con la brocha de afeitar o el cepillo de dientes pero ¿un evacuatorio portátil que no expele los excrementos sino que los almacena? Se vuelve a épocas pasadas, aquellas en las que no existía ese chorro de agua que hoy expulsa a hondones tenebrosos y mefíticos nuestras deposiciones. 

El problema es que hoy este antojo lo practica el excéntrico mandatario ruso pero ¿y si se generaliza? Porque la causa de este trasiego de inodoros es evitar el espionaje y el descubrimiento de secretos de Estado incorporados a ilustres boñigas. Pero – se admitirá- que ese riesgo lo pueden padecer muchos otros mandatarios: jefes de Estado, ministros, presidentes de esto o de aquello, los influencers y youtubers a que me refería antes y hasta concejales podrían vivir la angustia de ver desnudados sus delicados secretos a partir del análisis de sus deyecciones.

Si esto fuera así, imagine el lector / a el trastorno que causaría en los trenes, en los aviones la adecuada protección de tan apreciables residuos. Un lío monumental sobre el que nadie – de momento- ha reparado.

Pero es que además el hediondo y espeso esfuerzo es inútil.

– No lo creo, una diarrea puede esconder un tesoro de datos sensibles sobre submarinos, tanques, sistemas costeros de artillería y helicópteros de última generación.

Una objeción bien trabada pero que no desbarata mi tesis.

Acepto que el análisis de evacuaciones líquidas y frecuentes pueden determinar la marcha de una campaña bélica en este enclave decisorio o en aquel puerto de mar.

Pero no cubre otros: por ejemplo, el palomino que se deposita en la ropa interior del mandatario.

Como deja a la intemperie su sudor, copioso tras el estudio de los asuntos de Estado; los eructos, no menos copiosos tras las comidas igualmente copiosas a las que obligan esos mismos secretos de Estado; en fin, los mocos o esas ventosidades ligadas a la forma de alimentación sacrificada de estos personajes.

Se verá que aún quedan muchos flancos al descubierto en el meritorio trabajo de espías / espíos / espíes.

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Tribunal Constitucional: ya empezó mal

Los juristas cultos saben que el invento del Tribunal Constitucional se debe a un austriaco llamado Hans Kelsen (Praga, 1881-Berkeley, 1973) de cuya pluma salieron obras notables, entre ellas, la “Teoría Pura del Derecho” (primera edición, 1935). Kelsen, cuya vida da para una novela, fue un gran profesor pero sobre todo fue una excelente persona. Tan buena que pensaba que en el mundo había algo puro y, encima, adjudicó ese hermoso adjetivo ¡al Derecho! ¡precisamente al Derecho! Se advertirá su bondadosa ingenuidad.

Lo cierto es que, tras la finalización de la primera guerra mundial, recibió el encargo de colaborar en la redacción de la nueva Constitución de la República de Austria, una vez desmoronado el Imperio austro-húngaro. Y a ella consiguió incorporar el Tribunal Constitucional, fruto de su teoría acerca de la primacía de la Constitución en el Ordenamiento jurídico. Kelsen, preciso es aclararlo, era judío y estuvo vinculado al socialismo austriaco, sin sectarismo de ningún tipo, probablemente un íntimo homenaje a sus humildes orígenes familiares.

Creado el invento, Kelsen fue nombrado magistrado como fruto de un acuerdo de todos los partidos en el Parlamento. Los magistrados eran vitalicios.

Pero Kelsen, pasados pocos años, tuvo que abandonar el Tribunal. 

¿Por qué? Conocer las razones exige dar cuenta de un conflicto suscitado en la sociedad austriaca con motivo del cambio político, que afectaba a muchas personas y que derivaba del régimen jurídico del matrimonio. Regulado este en la época de Metternich, es claro que la Iglesia católica había dejado caer sobre su ordenamiento todo el peso de su fuerza  en el Estado. El matrimonio era pues indisoluble aunque estaba admitida la separatio que, en todo caso, no disolvía el vínculo a menos que, para casos excepcionales, lo autorizaran  las autoridades civiles. Es decir que convivían dos principios antagónicos: el católico de la indisolubilidad y el absolutista (regalista) de la competencia de la Administración para administrar dispensas que afectaban a un vínculo indisponible fuera de la Iglesia. Una situación resuelta en la práctica por las autoridades del Estado que decidían a veces a favor de los peticionarios, aunque solo cuando se trataba de personalidades muy influyentes, que podían así volver a casarse.

Esta situación era preciso cambiarla pero no era fácil por la presión eclesiástica, reforzada a través del partido socialcristiano, que llegó a sentar a un religioso en la cancillería (Ignaz Seipel). Allí donde las autoridades obedecían su disciplina no había forma de ganar la dispensa, mientras que donde no ejercía su influencia (otro partido de la derecha o el socialista), las posibilidades de obtener tal dispensa resultaban  favorables.

A complicar las cosas vino el poder judicial pues algunos tribunales civiles declararon nulos matrimonios contraídos en virtud de tales dispensas. Kelsen se da cuenta de que el mismo Estado que, a través de sus autoridades administrativas, autorizaba un matrimonio, lo declaraba nulo a través de sus tribunales, lo que se prestaba a chantajes porque cualquiera podía instar la nulidad, incluso el propio contrayente, si luego se apartaba de la decisión tomada. Se produjo el siguiente caso: un arquitecto que estaba separado de su mujer tabula et habitationis, consigue la dispensa para casarse de nuevo, lo que hace con una acaudalada holandesa. Una vez derrochado su patrimonio, se dirigió al juez civil para explicarle que su matrimonio se sustentaba en una dispensa y este le declaró nulo el matrimonio. La holandesa así engañada  explicó que ella se había casado confiada en que cumplía con el Derecho austriaco y, pasado el tiempo, se encontró con la sorpresa de que lo que una autoridad había aceptado, otra lo anulaba. Se inicia un proceso ante el Tribunal Constitucional que sentencia que los jueces del orden civil no son competentes para decidir sobre un acto administrativo y deja sin efecto la anulación de la dispensa que habían pronunciado. El matrimonio volvía pues a estar en pie. Como era conocido el protagonismo de Kelsen en la solución de este asunto, se desató contra él una terrible campaña desde los medios católicos. Hasta sus hijas recibían anónimos y tuvieron que ver, colgados en la puerta de la casa, escritos amenazadores.

El partido social cristiano en el poder decide entonces la reforma de la composición del Tribunal para que los magistrados, en lugar de ser elegidos por el Parlamento, lo fueran por el presidente de la República a propuesta del Gobierno pero, para ser llevada a cabo, se necesitaba el apoyo de los votos socialistas ya que, al estar previsto que ostentaran su cargo de forma vitalicia, el cese de los que ya ejercían como tales exigía una mayoría parlamentaria cualificada pues se trataba en rigor de una reforma constitucional.

¿Qué haría en tal coyuntura el partido socialista? Como primera providencia se negó a secundar unos planes que dejaban en manos del Gobierno la justicia constitucional. Pero el partido socialcristiano no se paraba en barras y amenazó directamente a los socialistas con recortar las competencias autonómicas de que disfrutaba Viena, único reducto donde  ejercían aún el poder político. Los socialistas cedieron entonces a cambio de dos puestos (de los catorce) en el nuevo Tribunal. El presidente del partido ofreció a Kelsen ocupar uno de los asientos pero Kelsen se negó a ser magistrado de un “partido político” y además reprochó a los socialistas haberse prestado a un juego sucio y peligroso. Como quiera que los artículos periodísticos en contra de él no amainaban en la prensa católica, decidió poner tierra por medio y aceptar una cátedra en Colonia. En la prensa liberal y en la de izquierdas hay una gran conmoción cuando se sabe que Kelsen deja Austria y se le ruega que reconsidere su decisión. Con este motivo, el escritor Robert Musil anota en su diario que “es preciso crear en Austria una Asociación contra la expansión de la estupidez”. Pero Kelsen se marcha.

Tuvo ocasión el diserto jurista de saber lo que era la áspera realidad de la teoría pura del derecho, de la primacía de la Constitución, de la independencia del Tribunal Constitucional y demás sutilezas que había explicado en sus libros.

Viene este redordatorio a cuento de la noticia, según la cual el grupo socialista en el Congreso, siempre y sin rechistar a las órdenes de la Jerarquía, sería el autor de una proposición de ley destinada a cambiar otra ley por el mismo grupo disciplinadamente puesta en circulación hace unos meses que impedía al Consejo General del Poder Judicial realizar sus nombramientos discrecionales en el Tribunal Supremo y demás órganos jurisdiccionales mientras no se renovara su composición.

Se trataba de forzar la negociación a la que se resistía el Partido Popular. Ahora, cuando al Gobierno le interesa sobremanera realizar dos nombramientos en el Tribunal Constitucional, se encuentra con que el CGPJ no puede efectuar los suyos, lo cual dificulta la operación pues la Constitución impone que se hagan al mismo tiempo los nombramientos procedentes del CGPJ y del Gobierno. Solución: se le desatan las manos al CGPJ, pero solo para estos nombramientos, pues para los demás, parece que seguirán con los grilletes puestos.

Esta es como digo la solución. La conclusión es otra y bien amarga: se crea un Tribunal para asegurar la interpretación de las leyes y, a renglón seguido, se le manipula nombrando por cuotas de los partidos a sus magistrados, retorciéndose después con inverecundia leyes y principios para asegurarse el control partidario de tan excelsa e independiente institución.

Lo que mal empezó en Viena acaba en España en forma de una nueva trapacería que instala ya definitivamente a nuestras instituciones constitucionales en una feria de chapuzas.

(Publicado en el periódico El Mundo, el 25 de junio de 2022).

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«El regresismo»

De vez en cuando es conveniente que nos miremos en nuestros adentros para advertir en qué situación se hallan nuestras opiniones. Hacer un alto, como si dijéramos, en nuestro deambular y practicar la introspección.

Así, por ejemplo, en unos días ejerciendo de caminante introspectivo por la vida, me he dado cuenta de que defiendo que los estudiantes tengan que aprobar todas las asignaturas para pasar al curso siguiente. También creo que es un disparate que haya zonas de España donde no se pueda estudiar el idioma español. A lo mejor son rarezas del viejo que soy pero yo así lo estimo.

Como estimo que es raro el hecho de que un varón se levante por la mañana y, ejerciendo el derecho a la libre determinación de su sexo, se declare sin más mujer. O viceversa, que una señora después de desayunar, harta de hacer de esposa y de madre, diga que es un hombre y que es su firme determinación pedir el ingreso en un convento de padres agustinos. ¿Son extravagancias mías? Puede ser, pero en ellas estoy.

También creo que el pedo de una vaca de mirada triste pero esperanzada no atenta contra el equilibrio de la naturaleza ni pone en peligro la seguridad de los glaciares sino que es una expansión fisiológica sana y a la que todos ¿para qué engañarnos? nos hemos dedicado más de una vez, aunque lo hayamos hecho de manera furtiva, evitando el estrépito porque puede alarmar a quienes nos rodean.

Ir a cazar unos jabalíes al monte o asistir a una corrida de toros son pasatiempos que están inscritos desde tiempo inmemorial en las costumbres de los humanos y por eso también patrocino su licitud y conveniencia.  

Asímismo juzgo que el lobo es un bicho en ocasiones perverso que se come a las ovejas y que ello daña el patrimonio de los ganaderos, a quienes debemos respetar porque de ellos depende el ecosistema que no sé muy bien lo que es pero que debe de ser algo relacionado con los prados, las montañas, el azul del cielo y la serenidad de los lagos.

Y, si pasamos a la vida colectiva, defiendo que no se debe gobernar por medio de decretos leyes porque destruye el sentido que tiene el Parlamento y hace inútiles las elecciones.  Es decir, nos anima a que el día en que se celebran nos vayamos a tomar a la playa más cercana unas gambas y hagamos un corte de mangas a la urna y a sus ritos.

También defiendo que los jueces han de ser independientes y que los manejos de los políticos para designarlos son abominables. Y que quien ostenta la máxima categoría en la Fiscalía no debe ser una mujer que ha estado en el Gobierno y ha obtenido un acta de diputada dando mítines por las plazas de España.

No me agrada que se otorguen beneficios a los terroristas y sí a sus víctimas. Como tampoco comparto que se indulte a quienes han perpetrado un golpe de  Estado. 

Asímismo sostengo que los funcionarios han de ser seleccionados con respeto al principio de mérito y capacidad, demostrado en pruebas, y no por un apaño del compañerete del partido o de la tribu sindical. Por eso estoy en contra del número desvergonzado de “asesores” nombrados a dedo por ministros, presidentes, consejeros y el resto del tropel que decora el escenario político.

Me parece execrable que los partidos y los sindicatos estén alimentados por las arcas públicas y no por las cuotas de sus afiliados que son quienes se benefician del reparto de sus prebendas.

Y así sucesivamente …

Pues bien, como todo esto que no comparto es lo que defiende y practica el “progresismo” que nos mangonea, he decidido hacerme “regresista”, anunciar la ideología del “regresismo”. No trataré de captar prosélitos porque creo que intentar convencer de algo a un semejante es como tratar de mover un avión con agua de Solares, pero allá por donde vaya proclamaré la rectitud de la conducta “regresista”.

El “regresismo” pues como elemento indispensable de la higiene personal. Y de la decencia.

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Un Gobierno adverbial

La oratoria parlamentaria trae en sus intimidades históricas momentos gloriosos de galanura. El orador diserto ha sido frecuente en el ágora del debate público y, al evocarlo, se nos agolpan los nombres de Pericles, Demóstenes, Cicerón … En España, en las Cortes de Cádiz, se oyó el verbo pulido de parlamentarios, casi todos asturianos, y a Castelar le tenemos dedicada una colosal estatua en el centro de Madrid.

Hoy, ay, esta oratoria está apagada de manera que si un día nos encontramos con energía para seguir un debate en las Cortes, pronto advertimos que el ánimo se abate y negros presagios pueblan nuestras decepciones. El insulto, que es una bella arte, se ha convertido en gárrulo desahogo. Su prestigio ha sido destruido por una cáfila de gregarios.

– Olvida usted hallazgos de nuestros oradores que merecen ser celebrados – me dice el hombre que siempre va conmigo (como le ocurría a don Antonio Machado).

Y es verdad. Porque hay un logro parlamentario de mucha enjundia. Me refiero al “no es no” que hemos oído en los últimos años como piedra basilar de la política.

Pues bien, cuando creíamos que en ese “no es no” se resumía todo el caletre de quien lo pronunciaba, nos encontramos con otro descubrimiento: el “si es sí” puesto en circulación en estos días, cuando la elocuencia emitía signos de naufragio. 

Y es que con este “sí es sí” revive el virtuosismo en la palabra al inundarse todo de evocaciones, de sugerencias, de huellas de un pensamiento exuberante y florido.

La conclusión es clara: con un par de adverbios hemos escrito un par de páginas en la historia de la oratoria. Economía de medios pero brillantez y claridad para que todos sepamos a qué atenernos. 

Se trata ahora, como se dice en la milicia, de explotar el éxito exprimiendo la riqueza de los adverbios, construyendo sobre ellos un género de razonamiento.  

Dar con el adjetivo ajustado es gran mérito pero es truco ya muy gastado. Y siempre se cita a Josep Plá que lo buscaba liando sus cigarrillos.

Es la hora del adverbio:

– Abajo es abajo.

– Nunca es nunca.

– Ahora es ahora.

– Demasiado es demasiado.

– Acaso es acaso.

El adverbio pues como “Ábrete Sesamo” que todo lo aclara, resume y condensa. Y que “consecuentemente” (otro adverbio) desatasca la política de sus abominables adherencias conservadoras. 

Como practico al adverbio un culto medido, prefiero esta frase: 

– El idiota, idioto, idiote del “no es no” y del “sí es sí” es incurable.

Y un oficiante de la nadería o del atropello. Eso sí: venenosos. 

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Hongos, insectos y pelmazos

Parece que los humanos no tenemos suficiente con las desgracias diarias: tremendas catástrofes internacionales y, en el patio interior, las más grotescas y sonrojantes combinaciones de sucedidos.

Insatisfechos, empero, buscamos nuevas tribulaciones. La de más amargo alcance es la referida al consumo de carne. Ya el pecado de la carne ha estado en el prontuario de las acciones a evitar si queríamos gozar la plenitud de la vida eterna. Pero se refería mayormente al deseo carnal, al ligado con la fornicación, con el goce físico, con la sensualidad desparramada, con la lujuria y otras exaltadas complacencias.

Sin embargo, el consumo de la carne para la humana alimentación, aunque hay textos sagrados que la prohíben, lo cierto es que los sacrificios de inocentes palomas o blancos corderos han sido prácticas habituales. Y no digamos las fiestas populares como la matanza del cerdo, ocasión de regocijos familiares de sólida tradición. De un cerdo salen chorizos orondos y morcillas descaradas que son repartidos con magnanimidad entre parientes y vecinos.

Comer un filete de ternera, un solomillo, unas codornices estofadas o rellenas de foie de ánade ha sido siempre signo de distinción y de tolerancia ilustrada. La perdiz tiene gran prestigio en los fogones y mantiene su honra aunque han llovido sobre ella atroces insultos, el peor de los cuales creo que es el carácter un punto rígido de su carne. El pollo, el palomino, hoy convertidos en bagatelas, conservan más dignidad que muchos purpurados. Cierto es que, quienes sabemos disfrutar de estos alicientes, cosechamos en general, en la vida social, la comprensión de nuestros semejantes y a veces incluso el aplauso desinteresado y convincente.

Todo esto es lo que corre peligro cuando vemos titulares en periódicos como el siguiente: “Más allá de la carne: Insectos y hongos para salvar el planeta”. 

O sea, fementido redactor de titulares, que salvar el planeta no pasa por acabar con los gerifaltes sin sustancia, veletas al son del viento que les resulta más venturoso para mantener su sinecura, tampoco con el vesánico gobernante que invade países extranjeros o con aquellos insolentes que declaran independencias y perpetran golpes de Estado llevando la angustia y la desazón a poblaciones apacibles, respetuosas de las leyes y temerosas de Dios. Estos forajidos al parecer son un modelo de equilibrio natural, de respeto a la biodiversidad y dispensadores de tiernas caricias a los ecosistemas.

Lo grave es comerse una salchicha de pollo o un solomillo. Estas sí que son tropelías que acaban con los más sagrados mandamientos de la ecología, la ecografía, y la economía, a juicio de estos nuevos apóstoles a la violeta.

Por ello se impone sustituir el tournedó por una tortilla de avispas y la ternera con guisantes por un estofado de hongos.

El problema frente a estos embaucadores no es que hoy nos prohíban la carne y nos califiquen a sus complacientes consumidores de salvajes deseosos de aniquilar el planeta. Lo más grave es que, si no les presentamos fiera y descomunal batalla, la emprenderán a no tardar contra el besugo a la espalda, el lenguado menier y el rodaballo al horno. Disfrutarlos será también un atentado merecedor del aislamiento social o del tratamiento psiquiátrico.  

Y, ya puestos ¿quién nos dice que la guerra no continuará contra el tomate, la lechuga, el pepino y la coliflor? ¿Y, tras ellos, contra el albaricoque, la sandía y el melocotón …?

A cambio de exquisiteces, fruto del libre albedrío de los humanos, de su sensibilidad aromática, de su artesanía diletante, nos hincharemos de polillas, de moscas, de cucarachas, piojos y de unos hongos como esos que nos salen en los pies cuando se nos olvida acariciarlos con un jabón propicio. 

¡Que os den por las ladillas, pelmazos!

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Europa: ¿nuevos horizontes?

Se han cerrado los debates de la Conferencia sobre el futuro de Europa y se han formalizado unas propuestas importantes que habrán de ser discutidas y que podrían conducir incluso a una Convención encargada de elaborar la reforma de los Tratados. Hoy, 9 de mayo, día de Europa, se darán a conocer formalmente en Bruselas.

Es probable que muchos lectores se pregunten de qué hablo y alguno habrá incluso que me compadezca porque piense que he perdido, con los estragos de la edad, la ordenada expresión del pensamiento. Pues no es así: la Conferencia a la que aludo es la que se puso en marcha por las instituciones europeas en la primavera de 2021 para debatir sobre el futuro de la Unión y sus políticas.

La singularidad de esta iniciativa ha consistido en la convocatoria a los ciudadanos de carne y hueso de los países miembros quienes han podido participar en una plataforma digital multilingüe y en paneles específicos para hacer oír su voz y el catálogo de sus preocupaciones, oportunidad que cientos de miles de personas han aprovechado. Destaco otro ingrediente: uno de los políticos que más han contribuido a dar vida a esta Conferencia ha sido Guy Verhofstadt. Se trata de un diputado liberal que presidió el Gobierno de Bélgica entre 1999 y 2008. Ignoro lo que hizo desde ese sillón, parecido al que pueda ocupar un temerario acróbata, pero sí puedo decir que le he oído un discurso sólidamente europeísta en los plenos del Parlamento europeo y en las sesiones de trabajo del Grupo liberal cuando yo era diputado de Upyd. Un discurso que no era palabrería urdida en un fin de semana lluvioso sino que se asentaba en media docena de libros de los que es autor y que constituyen reflexiones serenas sobre los atolladeros de nuestro continente con audaces recetas para salir de ellos.

Como consecuencia de la pandemia, los foros ciudadanos tuvieron dificultades para ponerse en marcha pero fueron salvadas por los artilugios técnicos. Después se ha producido la invasión de Ucrania por Rusia, todo lo cual ha oscurecido la Conferencia. Pero lo cierto es que su Comité, compuesto por el citado Verhofstadt, un representante del Gobierno de Francia (que ostenta la presidencia de turno) y una Comisaria europea, ha llegado la pasada semana a unas Conclusiones relevantes en forma de 49 propuestas y 200 medidas concretas. La mayoría pueden ser adoptadas en el marco de los vigentes Tratados pero otras necesitarían su reforma, ante la que muchos Estados se manifiestan escépticos, no así Francia y Alemania, países que mostraron una actitud abierta al comienzo de este proceso. Desde entonces se han producido cambios pero anoto que en el Contrato de Gobierno de la actual coalición de Berlín se defiende el camino hacia una Europa federal con una contundencia desconocida hasta la fecha. Y a la espera estamos de que se pronuncie el recién reelegido presidente Macron.

Conviene fijarse en la letra pequeña de estas Conclusiones. Por lo pronto llama la atención el eclipse que sufre la regla de la unanimidad pues queda reducida a las reformas de las Tratados que afecten al núcleo de sus valores y principios básicos así como a la admisión de nuevos miembros. Y se propone la mayoría en cuestiones tan significativas como, por ejemplo, la política exterior y la tributaria. Al Parlamento europeo se le reconocería la iniciativa legislativa y además reforzaría su posición en la tramitación y aprobación de presupuestos. Consecuencia del virus asesino es que la salud sería competencia compartida con los Estados (¿qué hubiéramos hecho sin Bruselas en los tiempos más duros de sus destrozos?) y también que las inversiones financiadas con deuda europea dejarían de tener carácter excepcional.

La Conclusiones se refieren igualmente al cambio climático, a la economía, a la transformación digital, a la migración, educación etc.

Desde la perspectiva que quiero realzar destaco algunos aspectos institucionales. Es el caso de la reforma electoral que se patrocina con el fin de armonizar las condiciones electorales (edad mínima, fecha, requisitos para las circunscripciones electorales, candidatos, partidos y su financiación) y lograr un sistema nuevo de votación. A este efecto, el Parlamento ha aprobado ya el pasado martes un Informe (llamado “de iniciativa”) que propone otorgar a cada ciudadano europeo dos votos: uno para elegir a los eurodiputados en las circunscripciones nacionales y otro para elegirlos en la circunscripción de la UE, que se dotaría con 28 escaños. Para alcanzar la representación equilibrada en esas listas paneuropeas, los Estados se clasificarían en tres bloques en función de su población. Las listas de candidatos para esa nueva circunscripción de la UE habrían de ser presentadas por entidades electorales europeas que podrían ser coaliciones de partidos políticos nacionales, asociaciones nacionales de votantes o partidos políticos europeos.

Dos elementos añado: el primero, simbólico, la fecha única de estas elecciones sería el 9 de mayo; otro muy de fondo, los electores votarían a quien vaya a presidir la Comisión Europea (que es el Gobierno europeo) en un sistema de Spitzenkandidaten o “candidatos principales” a través de las listas europeas. La consagración de este invento – que ya se practicó cuando elegimos a Jean Claude Juncker en 2014- hace que quien ha de dirigir el Gobierno europeo (la Comisión) sea quien haya encabezado a nivel europeo la lista que haya obtenido el mayor apoyo popular. Importantísimo mecanismo porque desaparecería así el perturbador caciqueo de los jefes de Estado y de Gobierno para imponer un candidato al que limitan en su capacidad de actuación a través de pactos explícitos o solapados (un modelo que fue el practicado en el Sacro Imperio Romano Germánico y que hizo de sus emperadores marionetas en manos de los príncipes territoriales).

Veremos qué pasa con este Informe electoral pues ahora ha de ser respaldado por el Consejo de forma unánime, ha de volver al Parlamento y ha de ser aprobado por los Estados miembros de acuerdo con sus propios mecanismos constitucionales. Complicado camino legislativo en el que será indispensable llegar a compromisos complejos. Pero está en marcha y eso es ya un paso sustancial.

Respecto a las Conclusiones de la Conferencia, significativo es que diputados relevantes de grupos como el popular o el verde, ya han anunciado que nadie debe asustarse a la hora de formular iniciativas por ser muchos los problemas acumulados (seguridad, suministro de alimentos, energía…), hoy agravados por la guerra en Ucrania. Todos ellos exigen coraje y osadía.

Por ello no extraña que, en fechas próximas, algunas fuerzas europeístas del Parlamento europeo, tengan previsto presentar una propuesta de Resolución destinada a lograr la convocatoria de una Convención que aborde directamente la reforma de los Tratados.

Se habla de que el Consejo europeo (Jefes de Estado y de Gobierno) podría incluso a finales del próximo mes de junio dar luz verde a esa convocatoria que, en este caso, no necesitaría la unanimidad de sus miembros. Subrayo: el arrinconamiento de la regla de la unanimidad es capital para consolidar el edificio europeo. En tal sentido, no es superfluo recordar que la Constitución de los Estados Unidos entró en vigor sin ratificación unánime y lo mismo ocurrió con la República Federal alemana. ¿Son malos antecedentes?

Algo, como vemos, se mueve pero todo en Europa camina con paso vacilante por lo que se necesitará disponer de habilidades de timonel, de auriga y de cazador para combatir nuestros andares valetudinarios. La silueta pavorosa de los trajines que nos amenazan debe servir para activar nuestras articulaciones pues, frente al incendio desatado por Rusia y el caldero hirviente a borbotones de obstáculos que nos cerca, la mejor terapia es estimular la voluptuosidad de la valentía imaginativa.

Publicado en El Mundo el día 9 de mayo de 2022.

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Todo aclarado: zalagarda y zamacuco

Mark Twain se hallaba un día en la iglesia escuchando el sermón del pastor protestante cuando, al acabar, se dirigió a él para decirle:

– Muy bien ha estado pero tengo un libro que contiene todo lo que usted ha dicho desde la primera a la última palabra.

Ante la sorpresa del increpado, fueron a casa del deslenguado increpante. En ella se acercaron a la biblioteca de donde Twain tomó un grueso volumen y se lo entregó al sermoneador. Era un diccionario de la lengua inglesa.

Pues bien, la retribución que he tenido por mi manía de manosear el Diccionario paso a contarla pues, gracias a ella, he logrado desvelar nada menos que las claves de la política española.

Estoy escuchando la voz de cualquier compatriota que se agita desesperado ante el espectáculo desolador que a diario vivimos: 

– Ese galimatías, entreverado de ignorancias, maldades y sectarismos, es imposible aclararlo.

Cierto pero hay una palabra que todo lo ilumina: zalagarda.

Veamos sus acepciones y se comprobará cómo se acomoda a nuestras vivencias como el chorizo a un bollo.

Primera: emboscada para coger descuidado al enemigo.

Segunda: Escaramuza. Que a su vez significa: refriega de poca importancia.

Tercera: Trampa o lazo para que caigan en él los animales.

Cuarta: Astucia maliciosa con que uno procura engañar a otro afectando halago.

Quinta: Alboroto repentino para espantar a los que están descuidados.

Sexta: Contienda regularmente fingida, de palos y cuchilladas, en que hay mucho alboroto.

¿Alguien hay que tenga la suficiente destreza narrativa para describir mejor el corral mefítico en el que llevamos instalados desde hace unos años?

¿No nos circundan las emboscadas, las trampas para que los incautos o las personas de buena voluntad caigan en ellas? Habría que escribir una conferencia completa o un soneto o una composición musical, qué sé yo, una ópera quizás, sobre la trampa. Porque esta, la trampa, se da en el ruedo político con liberalidad, adunadas y encadenadas las unas a las otras, las vemos pasar a toda velocidad ante nuestros ojos, con su copete de mentira y maldad, representando, a la vista de todos, su alma retorcida, su charco de fetidez.

¿No nos marean las astucias maliciosas que todo lo emborronan haciendo desaparecer la claridad de las exposiciones, la limpieza de las intenciones?

¿No nos sobresaltan los alborotos que se montan en una lamentable representación teatral, alborotos que traen gruñidos de puñaladas traperas y esqueletos de ideas que fueron nobles pero han sido asesinadas?

¿No asistimos a contiendas que son como socavones donde se entierra todo lo señorial que un día pudo haber en el debate entre los padres de la Patria?

Pues si el lector/a sigue leyendo el Diccionario encontrará otra palabra que es candil y resumen: zamacuco. Dícese del hombre tonto y abrutado, del hombre solapado que con disimulo y astucia hace su voluntad.

“Troteras y danzaderas” tituló – con fina ironía- una de sus novelas Pérez de Ayala.

“Zalagarda y zamacuco” titulo yo esta Sosería.

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Ministros y chanchullos. (Lecciones desde la Historia)

Testimonios de un jurista mayúsculo: Alejandro Nieto - delajusticia.com -  El rincón jurídico de José Ramón Chaves

A un profesor universitario jubilado – como es mi caso- le resulta gozoso advertir cómo un colega, que ve la vida desde el otero de los noventa años, se mantiene en fecunda actividad abordando asuntos que, aunque referidos a una época pretérita, emiten inequívocos, maliciosos y certeros mensajes al observador contemporáneo. Este es el caso de Alejandro Nieto, quien no da puntada sin hilo cuando aborda la Primera República (Comares, 2021) y ahora “La responsabilidad ministerial en la época isabelina” (Iustel, 2022).

Para el constitucionalismo del siglo XIX la responsabilidad personal de los ministros, exigida de acuerdo con un procedimiento transparente, era un principio básico de la luminosidad que debía proyectarse sobre la res publica, en contraste con la oscuridad que había sido habitual en la monarquía absoluta. Por eso ya en 1835 se empezó a discutir un proyecto destinado a regularla, empeño difícil pues nadie tenía una idea clara acerca de la determinación de las irregularidades que podían desencadenar la exigencia de esta singular responsabilidad. Sobre todo si se sabe que contra los ministros existía, por un lado, el voto de censura cuando de un asunto político se trataba y, por otro, el juicio ante los tribunales ordinarios, cuando hubieran incurrido en un ilícito civil o criminal. El espacio propicio para alojar este tipo de responsabilidad se buscó en conceptos vagos como “alta traición”, “graves y notorios perjuicios del Estado” “distracción de caudales públicos” … Pero debemos saber que los esfuerzos destinados a articular un régimen jurídico solvente de esta pieza constitucional fueron baldíos por la disolución precipitada de las Cortes y porque las siguientes, después del motín de la Granja, no se volvieron a ocupar del asunto.

En tal circunstancia, las acusaciones a los ocho ministros que Nieto estudia tuvieron que basarse en las escasas disposiciones constitucionales existentes en cada momento. Conviene aclarar que de estos procesos no conocieron los jueces sino que se desarrollaron en el seno de las Cortes: la acusación correspondía a la Cámara Baja (Estamento de Procuradores, luego Congreso); la instrucción y la sentencia a la Alta (Estamento de ilustres próceres, luego Senado).

Entre los nombres de esas ocho personalidades empapeladas hay algunos que siguen sonando a cualquier español culto. Es el caso de Javier de Burgos, citado por ser el autor de la división provincial que aún hoy subsiste. Este primate de la política y de la literatura (pues fue autor teatral y poeta) se vio envuelto en la tramitación y gestión del llamado “empréstito Guebhard” convenido con este modesto banquero para hacer frente a la bancarrota en que se hallaba España al término del llamado Trienio liberal (otras fuentes de recurso al crédito estaban a la sazón cerradas para nuestro país).

NIETO, Alejandro: Responsabilidad ministerial en la Época Isabelina, Iustel,  399 Páginas

Pues bien, tal operación financiera adquirió notoriedad años después, en las primeras Cortes de la Regencia de doña María Cristina, cuando al gobierno de Martínez de la Rosa se le ocurrió presentar un proyecto de ley que pretendía arreglar la deuda (objetivo melancólico por eterno de aquellos gobernantes y de los actuales). Tal texto reconoció los empréstitos celebrados antes y después de 1823 pero excluyó el de Guebhard. Burgos había actuado como comisionado real en su gestación, circunstancia que le metió de lleno en un avispero político del que trató de escapar utilizando, entre otros medios, su fecunda pluma. La tesis de Nieto es que Burgos nunca fue acusado con imputaciones precisas ni nada reprochable se le probó por lo que solo queda a día de hoy “la sombra de una duda que no llega a tocar ni su culpabilidad ni su inocencia”. Pero que, pasado tanto tiempo, aún mancilla su nombre.

Pocos en España desconocen el barrio madrileño de Salamanca. Si bien algunos pueden identificarlo con la hermosa ciudad castellana, lo cierto es que quien le puso el nombre fue un empresario y banquero del siglo XIX llamado José María de Salamanca y Mayol quien accedió a la nobleza con el nombre de marqués de Salamanca, años después de los sucesos que le llevan a salir en este libro de Nieto (concretamente en 1863 y por largueza de su amiga, la reina doña Isabel II).

Este personaje – ciertamente de novela- obtuvo jugosos rendimientos de sus múltiples negocios, en la construcción, la banca, el ferrocarril, la especulación bursátil … pero, como no es infrecuente, soportó asimismo notorios descalabros, tantos que al decir de uno de sus piadosos contemporáneos “no halló otro medio de salir de un atolladero que el de hacerse ministro de Hacienda”. Y ahí fue su desgracia pues, perteneciente a una facción de los moderados, tuvo enfrente encarnizadamente a la otra facción y por supuesto a los progresistas. De manera que le empezaron a buscar las vueltas porque, como bien dice Nieto, “la sensibilidad política española admite de grado o de fuerza, ya que no existe otro remedio, que la política esté fatalmente influida por los intereses económicos y financieros, pero exigiendo, quizás por razones estéticas, que la presión se ejerza en la sombra. Su hipocresía no le permite tolerar que los que de veras mandan actúen como protagonistas en el escenario político. Salamanca no respetó esa regla y fue sacrificado implacablemente”. Y concluye Nieto, dándose ánimos: “Vistas así las cosas, su acusación no fue totalmente inútil. Dios escribe con renglones torcidos”.

Porque Salamanca fue empapelado en varios expedientes – ferrocarril de Aranjuez, indulto a unos defraudadores de Hacienda, conversión de libranzas a favor de la Casa Real y de un compañero de andanzas- lo que le hizo pasar una crujía porque, aunque pudo comprobar que contaba con amigos, lo cierto es que se oyeron discursos incendiarios contra él en sede parlamentaria y, en la opinión pública, los rumores circularon con las peores intenciones. Ya se sabía que la “calumnia è un venticello …”, al menos desde 1816 cuando se estrenó en Roma “El Barbero de Sevilla” rossiniano.

Lo curioso es que, después de muy aparatosos aspavientos, el asunto Salamanca quedó en nada y ello porque, gracias a una argucia, la comisión parlamentaria que había de formalizar la pieza acusatoria fue dominada por los amigos del banquero/ministro. Se impidió así que llegara al Senado y, con el tiempo, esa eficaz goma de borrar, las acusaciones fueron olvidadas por completo.

El libro de Nieto se lee como una novela (o como un libreto de ópera a la espera de la mágica aparición del compositor), repleta de intrigas, conspiraciones y embrollos. Junto a los personajes citados salen otros, así el conde de Toreno y sus negocios financieros, don Salustiano de Olózaga y la firma de un decreto por la niña-reina Isabel II, don Esteban Collantes y el acopio de cargos de piedra para construir carreteras … Nadie puede aburrirse con sus casi cuatrocientas páginas.

Al final, la responsabilidad ministerial, bandera de una nueva política, quedó en nada al ser utilizada en el enfrentamiento político “de una manera absolutamente desviada y, sobre ello, trivializada, como un instrumento más de la lucha de partidos, acelerándose de esta forma su degradación e inoperancia”. Un fracaso institucional “sin paliativos”.

Queda destacar la actualidad del asunto. En palabras de Nieto “los escándalos de la primera mitad del siglo XIX tienen una singular modernidad o, lo que es lo mismo, los escándalos de hoy tienen unos antecedentes perfectamente identificados. La picaresca política española es un fenómeno histórico constante como repetido es el fracaso de sus intentos de represión, indefectiblemente teñidos de hipocresía … Saltan a la vista las coincidencias de acciones irregulares y de reacciones políticas y sociales. Cambiando nombres y fechas siempre es lo mismo”.

De ahí la lección imperecedera que imparte el Profesor Nieto en este libro.

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Emilio Alarcos cumple cien años

Obra lingüística de Emilio Alarcos | University of Oviedo / Universidad de  Oviedo - Academia.edu

Josefina fue su musa, quien le transmitía la euforia de la vida y la jovialidad como la arquitecta que era de sus proyectos intelectuales más ambiciosos y de sus creaciones estéticas más cuajadas.

Pero él tenía varias amantes encerradas en su cabeza guasona. Eran como tres diosas, no del Olimpo que queda muy lejos, sino del Naranco, más a mano, y se llamaban la Ironía, la Generosidad y la Sabiduría, todas ellas escritas con mayúsculas que, como saben los sabios lingüistas, son los blasones del alfabeto.

Con ellas, con Josefina, de un lado, y con la Ironía, la Generosidad y la Sabiduría, de otro, Emilio presentaba batalla a la revuelta de los tontos y de los envidiosos.

La Ironía, y su compañero de cama, el Humor, eran para él garrafas de las que siempre bebió a morro.

La Sabiduría, signo de la ventura intelectual, le proporcionaba el balcón para asomarse a la vida cuando esta se hacía odiosa por chabacana.

La Generosidad en fin sutilizó la paleta de sus sentimientos de tal manera que se nos fue lamentando que no hubiera máquinas automáticas en las que aprovisionarse de magnanimidad y altruismo.

Un día me lo dijo:

– Todo lo aclara en este mundo, Paco, el hecho de que la Bolsa de Valores nunca haya admitido a cotización ni la amistad ni la grandeza.

La sociedad – lo sabemos- se integra por seres – fotocopia, o fotocopias de seres, todos iguales entre sí, como una organización amorfa de insectos. La mayoría de los humanos son guisos sin especias. Pues bien, Emilio Alarcos fue lo contrario de un hombre copiado. Era original en sus decires, en su mirada pícara, debelador valiente como fue de la vulgaridad.

De la singularidad disfrutaba porque, debía de pensar, al fin y al cabo es el único exceso que nos permiten los médicos.

Dicho esto, procede añadir: Alarcos fue un asesino, un asesino de la sumisión y de las claudicaciones a las que disparó con puntería y sin remordimientos, sabedor de que es malo que la genuflexión sea el arbotante de la sociedad.

Magnífico conversador y bonancible conservador pues, si el Tiempo lo destruye todo, no es necesario ayudarle en esa labor devastadora con ocurrencias revolucionarias ni acrobacias pintureras – e hipocritonas- de salón. Sabía que un conservador es un progresista que no se ha muerto.

Como buen conversador era amigo de restaurantes en los que ponía tesón, vocación y adjetivos alimenticios, consciente de que todo lo que allí se ofrecía debería estar protegido por el derecho canónico. Alegraba a quienes con él compartían mesa sazonando la tertulia con deliciosas anécdotas.

Creía que, junto a la historia formal, existían las historias tejidas sobre historietas, es decir, hilvanadas en el cañamazo de las anécdotas porque, cuando la historia se fabrica con estos materiales ligeros, baja de su pedestal de ciencia y se hace confianzuda. La anécdota es lo que queda cuando la historia ha corrido sus pesados cortinones.

Un día le dije que deberíamos proponer al Rector que creara la cátedra de historia anecdótica y la encomendara a uno de esos prójimos cuyos fulgores al narrar tienen el colorido de la llama que chisporrotea en la chimenea. Porque, si el anecdotismo creara escuela, sería como un torrente que iría a confluir al río de la ironía y del humor y eso que perdería el prontuario de los engolamientos.

Me enorgulleció que compartiera mi tesis.

Yo debo a Emilio y a Josefina mi perseverancia como escritor. Sin su ayuda, hubiera tirado la toalla, como me aconsejó un catedrático de Literatura:

– Es inútil, Paco, me dijo, el Quijote ya está escrito.

Emilio y Josefina borraron las palabras de este majagranzas con la caligrafía de su bondadosa creencia en las posibilidades de mi aventura literaria. Y eso nunca lo olvido porque todos somos lo que debemos a los demás.

Fue un genio y sus compañeros de oficio lo han destacado con una autoridad de la que yo carezco. Pero sí la tengo para sostener que fue un genio a la hora de poner motes. Motes tan acerados como benevolentes. Y todos sabemos que el mote es nieto de la inteligencia burlona e hijo de la observación sagaz. Cualidades que Emilio atesoraba en abundancia. El mote, como el piropo hoy prohibido por los necios empoderados circundantes, es un inocente proyectil relleno del plomo derretido de la chispa.

Fue un sibarita de la vida, un artesano cultivador de los buenos modales y de los buenos momentos, un bebedor en la copa de las confidencias chispeantes y, cuando sus ojos brillaban tras las gafas, nos recordaban los de un canónigo que, con la conciencia tranquila, se hubiera trasegado – con litúrgica morosidad- unas perdices estofadas.

Sabía que la felicidad es una aleación de travesuras. Y supo cosas básicas como que peor que un comerciante de armas es un comerciante de dogmas. Y que lo mejor de las verdades absolutas es que tienen la fragancia de las rosas y, felizmente, su caducidad. También que la vida no es más que un carcaj, siendo lo difícil acertar con la flecha y con el blanco. Y que tratar de convencer de algo a nuestros semejantes es algo parecido a botar un barco en una charca.

Tuvo mucha guasa Emilio en los adentros y mucha risa en las afueras y por eso fue un ser sano, sin rigideces ni hinchazones.

Sabía que las palabras que metía en el Diccionario estaban deseando salir de ese catafalco para vivir, saltar, enamorarse y viajar en las novelas.

Además, el hombre que, como él, decide vivir en provincias es porque quiere arriar velas en el gran fandango social.

Emilio no llegó nunca a viejo porque sencillamente se le olvidó cumplir los años de ese trance agobiante y trivial.

No es que se divirtiera mucho en la vida, es que él divirtió a la Vida.

Le hacía mucha gracia que yo me definiera como “asturleonés de Marruecos” pero él se definió mejor: “un español híbrido de las dos Coronas, de las dos Castillas, de las tres creencias, castellano de natura, asturiano de pastura, europeo de ventura”.

Y, cuando dio a la estampa su último libro de versos, escribió: “Viví vivencias vivaces / personales y concretas / solo yo / y de pronto, contumaces / vuestras presencias escuetas / como yo/ Es la vida: esta cadena de tibia espontaneidad / …”.

Termino.

Honor a Emilio, Gran Maestre de la Orden de la Burlonería andante.

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