Las aves

Surgen nuevos oficios como el de “influencer” que ya ha sido tratado en estas Soserías pero a nadie se le ocurre idear otros más originales como podría ser el de contador de aves del cielo. Existe el que observa las nubes y las cuenta y recuenta alejando así su mente de afanes más perentorios y cansinos. En la comedia clásica griega se citan  oficios inolvidables, pienso en Aristófanes y en “Las Aves” donde salen gentes pintorescas y, entre ellas, un vendedor de decretos, figura que podríamos recuperar, mayormente para devolver su dignidad a los decretos, muy zarandeados ahora por la cáfila de mandamases manazas y bufonescos que nos hemos agenciado.

En lugar de esos decretos con faltas de ortografía que salen de los ministerios, llenos de anacolutos y atropellos a la sintaxis y a otras partes nobles de la gramática, lo bonito sería contar con un vendedor de decretos como hay vendedores de helados. Repárese cómo, antiguamente, estos, me refiero a los helados, eran de una monotonía desesperante: chocolante, vainilla y “chambi”. De ahí no se salía.

Recuerdo una comida con el poeta Victoriano Crémer. En ella el camarero le preguntó qué deseaba de postre y como él pidiera un helado, el camarero le rogó que precisara el sabor: 

– Pues vainilla ¡coño!  Dijo algo soliviantado Victoriano.

Y volviéndose a mí, me preguntó:

¿Pero es que hay helados que no sean de vainilla?

Aclaro que Victoriano acababa de cumplir cien años.

Lo contrario ocurre hoy: mejor que visitar muchos de los museos de arte contemporáneo que han proliferado por las ciudades de provincias es contemplar una de esas heladerías donde se exhiben, en colores magníficos, en brillos de joya, seductores e inspiradores, las mil y una combinaciones de helados formando una exposición que es festín sacrílego.

Perdido como me hallo en mi discurso, retorno a la propuesta de los vendedores de decretos, aprovechando la ocurrencia del muy ocurrente Aristófanes.

Una persona que en su taller casero confeccionara decretos sobre las más indescifrables cuestiones sin decidir nada en concreto. El resultado sería siempre un texto abstractamente conceptual y vago pero inofensivo. Aquí estáría la cuestión, el busilis.

Frente a los decretos mal articulados del poder público que son abismos de canalladas e infierno de las peores pesadillas, que llevan la crema emponzoñada de ultrajes y vejaciones, estarían los decretos que propongo, tan inofensivos como un horóscopo.

El complemento, ideal y soñado, sería hacer realidad una parte al menos de “Las Aves”, la comedia citada: esos caminantes por las calles de Atenas que se confiesan mutuamente lo hartos que están de sus conciudadanos, todo el día hablando de leyes y decretos, pleiteando por las más nimias cuestiones, amargados sus sueños y sus vigilias.  Y de pronto aparece un pájaro que les ofrece la idea de construir una ciudad en el Cielo llena de aves para desde allí gobernar a los hombres y cercar a los dioses olímpicos que tan pesadamente se suelen comportar.

Las escenas luego se complican pero ¿alguien se imagina la felicidad de ser gobernados por las aves sosegadas y de enrejar a los pelmazos que nos mandan, nos circundan y colman de acíbar nuestras intenciones?

Soñemos, soñemos … dejándonos llevar por la magia, es decir, por la literatura.

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¿Hacia dónde va el Estado autonómico?

El año electoral que estamos ya viviendo ¿será ocasión para debatir asuntos serios o seguiremos en el insulto zafio, el enfrentamiento sectario y la superficialidad frívola?

Es decir ¿padeceremos mítines y más mítines, bazofia de la democracia? ¿Sufriremos esas contestaciones insustanciales de los políticos a los periodistas llamadas “canutazos”? ¿Contemplaremos caravanas de repartidores de globitos? ¿Nos resignaremos a ver a los candidatos cogiendo a un niño en vilo o estrechando manos en un puesto de frutas del mercado?

Dicho de otro modo: ¿seguiremos ejerciendo de papanatas o reclamaremos que se nos trate como adultos?

Estas son las preguntas que una sociedad avisada y alfabetizada como es la española debe plantearse cuando son tan graves las inseguridades y las zozobras que nos acechan. Tamino en La Flauta mágica exclama: “¡Oh, noche eterna! ¿Cuándo desaparecerás? ¿Cuándo encontrarán mis ojos finalmente la luz?”

En nuestra actual coyuntura, esa luz ha de venir de los políticos a quienes vamos a elegir. Para eso les vamos a pagar. No para que nos cuenten milongas ni nos distraigan con la monserga de las derechas y las izquierdas, lo inclusivo y lo trasversal. Es hora, por el contrario, de que, quienes vayan a comparecer en las listas, empiecen cuanto antes a leer libros y a reflexionar para conformar respuestas a nuestras incertidumbres. Pero sépase que informarse en fuentes solventes y fidedignas exige huir de los tuits y hacer un corte de mangas a los “argumentarios” que son guías para adoquines, vademécum de simplezas reumáticas, retórica chapucera y triste.

Seriedad, por tanto, claridad y luz. Y, como quería el poeta, voces, no ecos.

¡Son tan numerosos los debates por afrontar! Empecemos por el de la conformación territorial de España ya que tantos quebraderos de cabeza nos proporciona como consecuencia de la actitud desleal de los nacionalismos vasco y catalán. Deslealtad que no es nueva pues que tiene como dies a quo la fecha misma de aprobación de la Constitución.

Los partidos que se han sucedido en el Gobierno han consentido de buena gana o por imperativo de la conformación de mayorías erosionar la igualdad de los españoles sacudiendo las vigas maestras de nuestro Estado descentralizado, esas que han de ser inamovibles. Cierto es que González, Aznar o Rajoy lo hicieron con intensidades y matices distintos pero la ceguera a la hora de ver el riesgo de compartir mesa y manteles con los nacionalismos es compartida. Hasta la llegada de Zapatero, alevín de la confusión, momento en el que el riesgo se convirtió en una aventura por el bosque de las imprudencias (“Aceptaré el Estatuto que me mandéis los catalanes”).

El actual presidente, a quien podemos calificar al modo homérico como “el que amontona y se complace en los estragos”, es caso aparte.

Y lo es porque, al acceder al poder, decidió afrontar el problema sin más asistencias que las proporcionadas por su precario saber y entender. Sin consultar a las fuerzas políticas pero tampoco a los órganos de su propio partido, formó un Gobierno débil que habría de sostenerse con el apoyo de los enemigos de España, de la Monarquía y de la Constitución que, por si fuera poco, jamás se han molestado en concretar el tipo de República independiente que instaurarían. Se ha atenido Sánchez a lo que ellos han ido imponiéndole aunque él – quiero creer- habrá opuesto resistencia a las ocurrencias más extravagantes salidas de los planes perversos de sus socios.

Llegados a este punto, la pregunta es si el PSOE, como organización centenaria y clave – para lo bueno y lo malo- en la historia de España va a tomar cartas en el asunto elaborando una partitura meditada que contenga la sinfonía a interpretar en el futuro.

Porque, a las incertidumbres en que se mueve la España autonómica, no se le podrá aplicar indefinidamente la receta, hasta ahora vigente, de excarcelar terroristas, indultar golpistas y barrer del Código penal todo lo que a estos molesta. En algún momento, consumadas estas fechorías, preciso será pararse a pensar en un Estado donde se ajusten de nuevo las piezas hoy dislocadas. Para que todo lo que se haya lastimado con el paso del tiempo vuelva a gozar de frescura, estabilidad y coherencia.

Aquí es donde los candidatos del PSOE tienen que ejercer una función indeclinable. En el pasado inmediato, concretamente en 2003, se aprobó la Declaración de Santillana del Mar donde se analizaba, con mejor intención que tino, qué era la España plural. Diez años después vino la de Granada, llamada “La España de todos”. En 2014 le tocó el turno a Zaragoza, ciudad que acogió otro Manifiesto cuyo objetivo era explicar cómo se transforma la España autonómica en una España federal.

En todas estas ciudades, agraciadas por la presencia de la intelligentsia socialista, se convino en crear ponencias, reforzar la Conferencia de Presidentes y allegar opiniones de expertos. Cuando se leen estos textos, se advierte que hay en ellos mucho procedimiento, idas hacia una comisión y venidas de una subcomisión pero poca sustancia de fondo. Todo hace pensar que los redactores, enfrentados a un océano de aguas turbias y revueltas, no llegaron a identificar la tierra deseada, siempre lejana, brumosa y esquiva.

Hoy produce un poco de melancolía o de risa pensar en esos esfuerzos bienintencionados de aquellos dirigentes del PSOE: ¿Qué fue de Santillana con sus verdes prados, qué de Granada con su embrujo agareno, qué de Zaragoza, la austera urbe de la Corona de Aragón? ¿qué se hizo de los escritos en ellas concebidos, qué de sus acuerdos, qué de sus fórmulas federales?

Todo quedó barrido por la actitud de la nueva dirección que encumbró a quien desde entonces “amontona desmanes” como Zeus “amontonaba las nubes” en el poema homérico que ya he citado: ni subcomisiones, ni comisiones, ni expertos, ni documentos ni ciudades egregias, el desnudo oportunismo tejido al hilo del arreglo para sacar adelante un decreto-ley, aplacar a un deslenguado separatista o congraciarse con un terrorista en excedencia.

Acuerdos viciados, degradados, prisioneros de pactos infames trabados desde el Gobierno de España con quienes desean acabar con esa misma España. La pregunta agobiante es: ¿cómo ha podido quedar todo tan manchado, tan roto?

¿Será posible arreglar tan demoníaco desaguisado?

La contestación es clara: en un período electoral como el que afrontamos son los candidatos en las listas socialistas quienes tienen que darnos la respuesta a los electores y plasmarlas en el programa del partido.

En este tiempo que se incia ya no vale el silencio de los ciento veinte diputados o de los ciento trece senadores que han contemplado el estropicio como si no fuera con ellos o como si, en sus pasadas campañas, hubieran defendido el rumbo ominoso que ha tomado la política gubernamental.

Ahora, si quieren revalidar sus escaños, tendrán que explicarnos por lo menudo qué piensan respecto del arreglo de nuestro Estado. Dicho de otra forma: habrán de ocuparse de que el programa ponga negro sobre blanco las propuestas y las reformas legales o constitucionales que estimen necesarias, sin vaguedades, con las entendederas encaminadas a poner freno a la devastación.

Un Estado descentralizado, federal o regional es tan exigente que no puede seguir dando tumbos enrarecido por el opio de las urgencias y las improvisaciones.

Sugiero a los candidatos que acudan a los libros que han escrito al respecto historiadores, juristas y economistas. Todo material les será de provecho – ya lo he dicho- menos las consignas de los burócratas del partido, prescindibles por vacuas.

Lo dicho hasta aquí en relación con la laboriosa conducta que se espera de los protagonistas de la campaña vale exactamente igual para los del Partido Popular. De momento, entre las medidas proclamadas en Cádiz, muchas bien orientadas, no hay rastro perceptible sobre la forma de abordar el problema territorial.

¿Es utópico mi planteamiento? Puede ser pero ¿no es la utopía el motor del progresismo, tan invocado y manoseado?

(Publicado en El Mundo el jueves 26 de enero de 2023)

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Un «máster» salvador

Cuando, arropado como estoy por los años, me complacía en llevar una vida disfrutando de los colores y aromas de la música celestial y del desaliño del pasajero distraído, me encuentro con el anuncio de un “máster” que me invita a “trabajar desde la perspectiva del impacto”.

– Esto no me lo puedo perder – oí la voz de mi conciencia que, imperativa, añadió: no hay excusas ante una oferta tan tentadora y sustanciosa.

Pregunté lo que era un “máster” y me enteré de que en español se dice “maestría” pero capté el mensaje: serán enseñanzas sólidas porque están impartidas por políglotas.

Y no he quedado defraudado. Ya lo he terminado con brillantes notas.

Animo a quien me lea a cursarlo. En él he aprendido a practicar “la generación de impacto real, un impacto que trasciende a la propia organización operando una transformación activa en el territorio donde se actúa”.

¿Parece poco? Pues lo bueno viene ahora: no me han hablado de “greenwashing” – tal como llegué a temer- sino a “definir el propósito, cómo contribuir desde el negocio a los objetivos de desarrollo sostenible y dibujar una estrategia transversal a la estructura de la compañía”.

Y, a partir de ahí, enriquecido, he aprendido a “diseñar un cuadro de mando con las métricas que permiten medir el impacto generado así como la inversión en criterios SG” y ello ya sea “emprendiendo o intraemprendiendo dentro de la empresa”.

Ha sido un gozo intelectual enorme que no había experimentado desde que leí a Aristóteles y a Aristófanes.

Porque, cuando ya creía que había recibido el zumo del “máster”, resultó que se completó con otra enseñanza todavía más estimulante.

Pues es el caso que he pasado a formar parte de un “ecosistema transformador”.

¿Quién me iba a decir, a mis años, que estaba destinado a vivir una aventura semejante? Cuando asumía estar ya definitivamente sentado, en el banco de un parque, esperando mi ictus, resulta que vivo ahora, pletórico y fecundo, en un ecosistema.

Naturalmente no sé qué significa pero sí sé bien que ha permitido a mis lánguidos días percibir el trote de un caballo revoltoso que llevaba dentro dormido y desesperanzado.

Esta vivencia, con sus frutos, la debo al “posgrado” organizado por la cátedra de “Transformación social competitiva” de la célebre Universidad Complutense de Madrid cuya titularidad ostenta la distinguida esposa del señor presidente del Gobierno de España.

Hay envidiosos que se preguntan cómo ha accedido a esa dignidad académica esta abnegada conciudadana y la acusan de carecer de titulación. 

Paparruchas. Precisamente su mérito consiste en haber llegado hasta ahí sin necesidad de estudiar ni de leer libros que tanto dañan la vista. Tampoco ha sufrido pruebas que a lo único que conducen es a un seguro desarreglo psíquico. ¿A qué vienen entonces las críticas y, peor aun, ciertas burlas?

Para mí, ha sido descubrir la vida en un Universo que creía mortecino.

Y además percibo que, casi sin darme cuenta, me estoy haciendo un “influencer”. Y de los buenos. ¡A mis años!

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Contraseñas

En la vida civil ordinaria hemos vivido tan tranquilos años y años porque desconocíamos la contraseña.

Se usaba en la mili, cuando hacíamos guardia con un mosquetón de la guerra de Cuba, y la pedíamos a quien pretendía entrar en el cuartel.

– La contraseña – decíamos con la voz castrense y castrada por las noches frías en la intemperie de la garita.

– “Mañana es san Esteban”.

Y dejábamos el paso franco.

Aunque la contraseña más emocionante era la que se usaba en el mundo de esa diplomacia misteriosa que es el espionaje. Un código secreto, unas palabras esotéricas o mágicas servían para tener acceso a los arcanos de las intenciones y los planes del enemigo. Por la contraseña, el espía descubría dónde estaban los barcos más acorazados y los aviones de mejores bombas y de mayores quejidos dramáticos.  

Estoy usando uno de los pretéritos que ofrece la gramática pero me imagino que la vida de los espías seguirá inserta entre la contraseña y el contraluz que tan habitual es en esos espacios tenebrosos, escenarios de los afanes del espía de leyenda.  

Con todo ello, quiero decir que la contraseña es para el militar o el espía una palabra fluorescente que tiene algo de amuleto, en cualquier caso estos seres viven en torno a la contraseña como el dispéptico vive en torno al bicarbonato o sus sucedáneos. 

El mayor éxito de la contraseña hubiera sido crear una para entrar en el cementerio. 

– La contraseña, por favor – diría el sepulturero a quien llega con la pretensión de instalarse en una tumba.

– No la recuerdo – contestaría el muerto pues, si por algo tiene prestigio la muerte, es porque nos permite olvidarlo todo.

Pero no ha sido así. Por el contrario, la contraseña, en nuestra época digital, multimedia, cibernética y virtual, se ha desparramado y, escapada de sus espacios tradicionales, ha decidido amargarnos la vida.

Ha sido una salida a campo abierto, con maneras imperiosas e imperiales, sin dejar resquicio donde poder refugiarse de su nueva y atroz dictadura.  

Ajenos hasta hace cuatro días a ella, hoy la necesitamos para acceder a la cuenta corriente, leer el periódico, sacar un billete de tren, aparcar el coche … Incluso, para generarlas de forma automática, también necesitamos una contraseña.

El problema es cómo recordarlas. He ahí el busilis pues los brujos modernos aconsejan que no se almacenen a la vista ya que, si eso ocurre, la contraseña pierde todo su enigmático encanto: una contraseña que es de fácil acceso es como una mujer ligera (o un hombre, que nadie se me alborote). Pierden la malicia y el misterio.

La contraseña tiene que alojarse, para ser efectiva, en la memoria.

De donde se sigue que todo el esfuerzo hecho por los pedagogos para descartar esta facultad de tanto prestigio en el pasado reaccionario, se ha revelado inútil ya que, expulsada del bachillerato y de los exámenes de anatomía en la Facultad, renace con un esplendor amenazador por arraigado e impertinente.  

Se me calificará de antiguo y desajustado pero era preferible aprenderse la lista de los reyes godos.

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Conferencias desinflamadas

Circula por los medios televisivos un señor de nombre Víctor y de apellido exótico – entre holandés o flamenco- que se presenta como “conferenciante motivacional y coach”.

Natural es que con tales credenciales se lo rifen para comparecer en público y exhibir ante él sus habilidades. El tal público queda extasiado ante su ingenio y sale dando brincos, en plena exaltación oratoria, como salíamos de pequeños del cine pegando tiros tras ver una de las películas de John Wayne.

Tiene esto mucho mérito, primero, porque las conferencias ya no se llaman así sino “presentaciones” y, segundo, porque ahora se dan a través de artilugios electrónicos, sin público visible. Se trata de una experiencia traumática – yo la he vivido más de una vez- en la que quien habla se dirige a unos rostros congelados y en donde faltan los ingredientes más sustanciosos de estas ceremonias.

Así, falta el agua en la mesa que Ramón Gómez de la Serna decía estar destinada a que, con un poco de suerte, se ahogara en ella el conferenciante. Y falta el calor del público, su carraspeo o sus desafiantes toses, sus siestecitas, sus bostezos … pero sobre todo falta el aplauso vívido que es – era- el combustible del conferenciante pues sin él toda la conferencia se derrumba en un angustioso soliloquio. Téngase en cuenta que el aplauso es la estrella polar de quien conferencia, su razón de ser, la culminación sacra de la liturgia de esa misa laica.

Sin agua en una jarrita y sin ese aplauso fidedigno, cortés o entusiasta, la conferencia no pasa de ser una forma pedante de hacer gárgaras.

La conferencia de antigua vitola era además una pausa en la vida ajetreada, una ocasión para ir a la peluquería y tomarle el pulso al saber y advertir por dónde andaban las modas. Y es que el ateneo o el círculo donde se daban las conferencias tenían el aire de los salones de moda donde, quien se exhibía con las últimas creaciones, era el conferenciante en pleno caracoleo en torno a las cuestiones flamantes y batallonas.

Si las conferencias siguieran siendo tales, y no presentaciones, y si el público siguiera existiendo y no fuera una fila de retratos inanes manejados por un ser remoto, sin rostro, llamado el “administrador de la sesión”, en definitiva, si las cosas fueran como antes, a mí me gustaría dar una conferencia sobre algún tema actual. Hay muchos pero escogería el de la “desinflamación”.

Ya he advertido en estas Soserías que yerran quienes sostienen que España no ha aportado a la teoría política más que banalidades pues todos sus ingredientes serios se deberían a los pobladores de países de herejes (Inglaterra, Alemania etc).

Reivindiqué en su momento la idea, genuinamente hispana, de “arrimar el hombro” que, tal como expliqué, consiste en que la oposición, representada en el Parlamento, acate mansamente lo que conviene al Poder constituido. Observé cómo el hombro, que no había servido más que para acumular esas lesiones que son el sueño del fisioterapeuta, se ha dignificado con esta nueva función, la de arrimarlo, para que no se venga abajo el Gobierno, lo que suele causar muchos sinsabores, especialmente en la vida de los ministros que lo componen.

La nueva y deslumbrante aportación se la conoce como “desinflamar” que se halla emparentada con otro hallazgo del pensamiento español, el de la crispación. Desinflamar sería así la acción contraria a crispar a la que se dedican quienes no tienen más misión en la vida que irritar o exasperar desde los irresponsables bancos de la oposición.

En mi conferencia teorizaría sobre las virtudes que ofrece el rezo de las cuentas del rosario de la desinflamación porque conducen a dar al inflamador todo lo que su exaltación exija de la misma manera que damos al sediento el agua que su organismo necesita.

Y, como el conferenciante motivacional que invocaba al principio, me dedicaría a ejercer el “coach” que es el boca a boca con que asiste el experimentado al principiante.

Y por esta vía me haría poco a poco un hueco en la corte de los papanatas y los badulaques.

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Aquella «luminosa República»

Hace unos días nuestro presidente del Gobierno ha calificado como “luminosa” la II República española. Lo ha hecho con el aplomo que es propio de quien mantiene una distancia higiénica de los libros y de la lectura y, al mismo tiempo, una cercanía intelectualmente arrasadora a los tópicos y a los tuits.

Repasemos algunos ingredientes de aquella experiencia. Puede decirse que la preocupación más acuciante de los gobernantes republicanos fue el mantenimiento del orden público, la seña de identidad más visible de cualquier Estado. Hay que decir que la República no conoció prácticamente ninguna época de tranquilidad callejera siendo la guerra civil en la que desemboca su expresión más extrema y concluyente.

Así, las manifestaciones de los trabajadores del campo se sucedieron al compás de las carencias y dificultades de la vida rural en muchas zonas de España siendo su episodio más conocido el de Casas Viejas (enero de 1933). Previamente, en agosto, de 1932, se había producido el fallido golpe de Estado del general Sanjurjo.

Como el Gobierno conocía los peligros que le acechaban, trató de dotarse, en fechas muy tempranas, de los instrumentos jurídicos necesarios para mantener el orden público en constantes fisiológicas normales.

Debemos a Fernández Segado (“El Estado de excepción en el ordenamiento constitucional español”, 1978) y a Manuel Ballbé (“Orden público y militarismo en la España constitucional, 1812-1983”) una cumplida explicación de la rudeza con la que la República actuó en relación con el ejercicio de los derechos y libertades individuales. En concreto, es Ballbé quien anota que las técnicas jurídicas destinadas al mantenimiento del orden público siguieron estando impregnadas de “militarismo” pues se desconoció la estrecha relación existente entre poder militar y ocupación por mandos militares de una porción de cargos civiles como jefaturas de Policía, Inspecciones generales y jefaturas de la Guardia civil, Carabineros, Dirección de Seguridad y Gobiernos civiles.

Desde la perspectiva del ejercicio de los derechos fundamentales, las limitaciones de uno tan básico como el de reunión fueron desde un principio clamorosas: a los monárquicos y a los comunistas y anarquistas se les toleraba las reuniones en sus propios locales pero no les estaban permitidas o tuvieron dificultades para las manifestaciones o reuniones legales en lugares abiertos al público. Y lo mismo ocurrió con la censura de prensa pues el Gobierno, desbordado, daba palos de ciego, entre ellos, el muy socorrido de cerrar periódicos, convirtiendo la censura en algo tan normal que personajes muy distantes políticamente, como eran Miguel de Unamuno y Antonio Royo Villanova, pidieron que se volviera a la legislación monárquica para garantizar la libertad de prensa.

La intervención militar fue constante para enfrentarse a los problemas de orden público. A veces, sin necesidad de formalidades mayores, el Ejército salía a la calle a restablecer la autoridad. Por los testimonios de Azaña sabemos que Maura, ministro de la Gobernación, era un deslenguado y que soltaba bravuconadas terribles en relación con el ejercicio de sus competencias represivas, pero Largo Caballero no le iba a la zaga y su deseo de castigar excesos de los sindicalistas -anarquistas- los expresaba abiertamente, con frecuencia y con las más duras invectivas.

La ley de “Defensa de la República” fue la respuesta temprana al desorden y lleva fecha de 29 de octubre de 1931. Se trata de una de las primeras iniciativas legislativas del gabinete Azaña, ya dimitidos Alcalá-Zamora y Maura. Se aplicó a la misma en las Cortes el trámite de urgencia y se aprobó con escasa discusión: de hecho, la sacó adelante su mentor en cuarenta y ocho horas. El catálogo de agresiones a la República no deja un solo hueco y frente a las infracciones, la autoridad -administrativa- podía confinar o extrañar, multar, ocupar medios que hubieran podido utilizarse, a los funcionarios les estaba reservada incluso la separación o la postergación en sus respectivos escalafones. Todo ello sin posibilidad de acudir al juez. Oigamos a Azaña: “de ninguna manera, señor Ossorio, un recurso de carácter judicial. Comprenda S.S. que una decisión adoptada por el ministerio de la Gobernación no se va a recurrir ante un juez ni ante el Tribunal Supremo tampoco”.

La República no contó con una propia ley de prensa, laguna que fue resuelta por la teórica vuelta a la ley de 1883 que había sido suspendida por Primo de Rivera. Pero de poco sirvió pues el régimen jurídico de la prensa y el ejercicio de la libertad a ella ligado estuvieron condicionados por la legislación de orden público. Ya en mayo de 1931 se produce el cierre del diario ABC -incluso Luca de Tena sería detenido- y también de “El Debate”, igual suerte corrieron cabeceras de la prensa regional. Llovían asimismo las multas (Justino Sinova lo explica en “La prensa en la Segunda República”, 2006). Azaña, por su parte, prohibió la prensa militar porque a él le ponían como digan dueñas.

Cuando se aprueba la Constitución, una de sus disposiciones transitorias decidió la pervivencia de la ley de Defensa de la República, considerada inconstitucional por los autores más solventes de la época (Adolfo Posada y Nicolás Pérez Serrano).

Con el lenguaje desenvuelto que le caracterizaba, resumiría Azaña el uso de sus poderes en octubre de 1933 cuando está cercano su fin como presidente: “he tenido plenos poderes … y los he empleado en poner el pie encima a los enemigos de la República y, cuando alguno ha levantado la cabeza más arriba de la suela de mi zapato, en ponerle el zapato encima”.

Con todo, alguna mala conciencia debieron de tener Azaña y sus ministros porque lo cierto es que la ley de Defensa de la República fue sustituida por la ley de Orden público en 1933 unos meses antes de estas palabras. En ella se contemplaban tres estados anormales: el de prevención, el de alarma y el de guerra.

No es su existencia lo más relevante sino su uso continuo desde su promulgación de manera que lo rigurosamente excepcional fue la vigencia de la normalidad constitucional (Sevilla, Cataluña, Madrid, Zaragoza, Asturias, Huesca, Navarra, Palencia, León … conocieron el rigor de su artículado). Los tribunales militares, en el centro de la actividad represiva del Estado, se emplearon a fondo administrando su justicia.

Bajo el manto legal, las sanciones y cierres de periódicos fueron continuas, a partir de las elecciones de 1933, administradas por los gobernantes radical/cedistas que actuaron con desembarazo, especialmente tras la revolución de Octubre, período en el que se amontonaban las multas y menudeaban las suspensiones, además de incorporar modalidades directas de control que hicieron habitual y obligado en las publicaciones el letrero “visado por la censura”.

La victoria del Frente Popular en febrero de 1936 no mejoró la situación pese a que su programa electoral había incluido la revisión de la ley de Orden público. Se prometió libertad de prensa y se anunció que “se limitarán los fueros especiales, singularmente el castrense, a los delitos netamente militares”, lo que estuvo muy lejos de cumplirse y, por si fuera poco, las multas y cierres de periódicos continuaron su andadura habitual y, además, muchos de ellos -de distintas tendencias- sufrieron la violencia de asaltos, incendios y destrozos de maquinaria y saqueos en sus redacciones.

Por todas estas circunstancias, Azaña, como jefe del Gobierno, y después Casares Quiroga, se vieron obligados a echar mano del estado de alarma y así hasta que, de conflicto callejero en atentado y de atentado en conflicto callejero, se llegó al 18 de julio y a la guerra.

A la guerra de verdad y sin pudibundez legal alguna.

Este es el resumen de aquella época “luminosa”, en palabras del lider del PSOE, que podría ampliarse con decenas y decenas de ejemplos, expresión de actuaciones que hoy son inimaginables en la actual Monarquía constitucional española.

(Publicado en el periódico El Mundo el 26 de diciembre de 2022).

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Familia y pizzas

La familia ha evolucionado y hoy ya se puede comparar a las pizzas que, como sabemos, las hay de todas las modalidades: con jamón cocido o natural, con champiñones, con salami, con aceitunas y sin aceitunas, con tomate y sin tomate, con la base fina y crujiente o gruesa y sólida …

Pues lo mismo ocurre con la familia gracias a una legislación imaginativa, inclusiva y solidaria. De aquella época fúnebre en la que un señor de Burgos se casaba con una señorita de Luarca en la iglesia parroquial y se iban de viaje de novios a Barcelona ya no queda nada, es más, quien se conforma con elegir a un / a prójimo / prójima para contraer nupcias de esta suerte se gana fama (merecida) de franquista porque es verdad que Franco, que era gallego, se casó con una asturiana, más pobreza de imaginación no se puede concebir.

Hoy esa familia se llama biparental y se halla completamente desprestigiada, solo la practican seres taciturnos, abúlicos, apagados, empleados de medio pelo y accionistas de Telefónica. Para mayor descalabro, son uniones en las que hay un padre y una madre y no “progenitores gestantes” como ocurre ya en las familias transversales. 

Estamos ante uniones que son el despeñadero de la fantasía.

Ahora, como se acercan las navidades, hemos recibido el catálogo del Corte Inglés con la lista de regalos: las camisas, los shoes, los pantys, el pack de cervezas, el boxer personalizado y por ahí de corrido … Pues bien, junto a este florido muestrario, el Gobierno, ese jinete de despropósitos, nos ha facilitado el catálogo de familias.

La que se va a llevar bastante, porque está siendo promocionada por los influencers de mayores influencias, es la familia “reconstituida” que es aquella en la que uno o varios miembros tienen hijos o hijas de uniones anteriores. A su vez puede ser homomarental y homoparental, enriquecidas por el hecho de aportar un inmigrante con lo que la parentela resultante cobra color y una visibilidad vistosa.

En su seno hay que distinguir los miembros (con perdón) que ya han ejercido su derecho de autodeterminación y han pasado de ser bomberos de pelo en pecho a azafatas con pechos sutiles como palomitas asustadas, y aquellos, más chapados a la antigua, que aún andan dando vueltas a liberarse de rancias ataduras y siguen siendo el dermatólogo con bigote que siempre fueron.

Los más cosmopolitas hacen cola para formar familias transnacionales, interculturales y retornadas donde se mezclan de manera lustrosa las etnias y los entornos culturales. Son familias con una especial sensibilización hacia las actividades de difusión de la pluralidad familiar y se entiende porque aportan experiencias del extranjero, que es un lugar del que siempre han procedido los avances más soñadores, antes las películas porno y ahora los bitcoins.

Se comprende que a estas familias innovadoras se les reserve el disfrute del bono social, del bono cultural, del bono eléctrico así como la tarjeta de transporte gratuito y la rebaja del precio de los museos por si a sus integrantes se les ocurre visitarlos para echar salsa mayonesa sobre algún lienzo que se la haya ganado a pulso por ser obra de un reaccionario (pongamos un Velázquez, empleado acomodaticio de un rey no elegido en primarias). 

Lo único que echo de menos es que no se haya ofertado, junto a estas modalidades de familia, “el familio” porque mantener a la familia como femenino es machismo y transfobia. 

Alguien deberá proclamarse “madre de familio” para que nos alegremos quienes no padecemos de disforia de género (que no sé por cierto qué significa).

Se verá que familias y pizzas (familios y pizzos) merecen el reconocimiento de una diversidad en la que se amontonen destellos y destinos. 

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Cómo acabar con las elecciones de una vez por todas

Se acerca la época de las elecciones, es decir, meses de combates trucados, de juego de dados cargados y, lo que es peor, de zafiedad argumental, de insultos sin gracia ni ingenio, meses pues de desesperanza para toda persona bien constituida en los que se padecerán pesadillas tenebrosas.

Oiremos repetir los mismos eslóganes, idénticas matracas: las derechas, las izquierdas, los empoderados, los transversales, los inclusivos, los machistas … las más perversas manifestaciones de la hidra de la ignorancia. Viviremos el destierro de los matices, el apagamiento de las luces interiores de la razón discursiva, el triunfo del cinismo, de la hipocresía, en fin, viviremos nuestra conversión en un hormiguero.

¿Nos resignamos? No debemos.

Propongo un par de formas de librarnos de las campañas electorales, torrente inmundo y letal, como vengo diciendo, donde se ahoga lo poco que de decente tenemos los humanos.

La primera es seleccionar a los jefes de esas (des) organizaciones que son los partidos políticos y enfrentarlos entre ellos, ponerlos a luchar – como dice Homero en la Ilíada- “hombre contra hombre”: “haz que se sienten los demás troyanos y todos los aqueos, y desafía tú personalmente al más valiente, quienquiera que sea, de entre los aqueos, a ponerse a luchar hombre contra hombre en un feroz combate …”.

Y al que salga vencedor, se le dan los escaños, las prebendas, los fondos de reptiles y las charcas donde viven los tales reptiles. Todo para el ganador pero libres de mítines, de declaraciones televisivas, de debates acartonados, simplemente la estética del pugilato.

Cuando escribo “hombre contra hombre” lo hago porque así aparece en el inmortal poema pero me cuido en añadir “o mujer contra mujer o mujer contra hombre”, no vaya a ser que alguien me propine un zarpazo, que lo tendría bien merecido. Y lo mismo me apresuro a  acoger a cuanto ser viviente haya hecho uso del derecho de autodeterminación que al fin, tras años de oscuro despotismo, ahora disfrutamos.

La segunda está relacionada con el actual momento futbolero, tan agobiante como corrupto y pestilente, un espectáculo que es filigrana consentida – por millones de  espectadores- de sobornos, trampas y otras dentelladas al Código penal

¿Cómo no se le ha ocurrido a nadie usar la oportunidad que el fútbol proporciona para dirimir nuestras cuitas políticas?

Sabemos que estas son peleas de fanáticos. Hay quien dice ser de izquierdas porque tuvo un tío hace setenta años que luchó en esta o en aquella trinchera y otro que dice ser de derechas porque al cura de su pueblo le metieron en una camioneta una madrugada y nunca más se supo de él. Y así seguido … todo raciocinio ha quedado descartado al primar el desvarío de las bobadas sectarias y los trazos gruesos.

La lucha política es hoy por ello lo más parecido a un partido de fútbol. Y no es extraño si se tiene en cuenta que no pasa un solo día que no se retransmita uno. Más aún: informativo general hay que se abre con el juanete que padece en el pie derecho el portero del Deportivo Carbajosa, terrible adversidad que le impedirá saltar al césped con el peligro que ello implica para la clasificación en la Champion o, peor aún, en la Contrachampion.

Si esto es así ¿a qué esperamos para organizar un torneo de los contendientes en el césped político y dirimir así su preeminencia?

El gentío forofo se desahogaría y los menos acalorados se mantendrían alejados y alojados en la burbuja donde se descabeza el sueño de la indiferencia.

Son dos maneras las que expongo de dar un corte de mangas a quienes nos quieren hacer figurantes de carnaval o bufones en una corte de pícaros.

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El tomate en el cuadro

El grito en el cielo: ese es el aspaviento que hemos contemplado en tantas personas que se han mostrado horrorizadas porque unos jóvenes han tirado salsa mayonesa o de tomate a un cuadro expuesto en un museo.

¿Y qué iban a hacer las criaturas? Si los políticos no atienden a las consecuencias del cambio climático ni a la desaparición de los glaciares ni a la crecida de los ríos y menos al aumento generalizado de las temperaturas pues tendrán los muchachos / as/ es que dar su merecido a tanta pintura superflua como se exhibe por esos mundos. Porque ¿se  puede contemplar una pintura de Van Gogh o de Goya con la conciencia tranquila sabiendo el estropicio que está viviendo el planeta?

Mi opinión es que hace falta mucho cuajo para adoptar esa actitud indiferente y seguir permitiendo que las gentes se paseen por el Prado o el Louvre sin arrastrar la congoja por  la suerte que aflige a montes, valles y mares.

– Es que nada tiene que ver una cosa con la otra – oigo al espabilado de guardia.

– Tiene que ver todo, pedazo de merluzo, porque los girasoles agredidos de Van Gogh ¿no se ve cómo gimen ante tanta pasividad y abulia?

La relación de causalidad está claramente demostrada. Por eso propongo que esos asaltantes de cuadros y esculturas no se conformen con unas salsas que se limpian y el episodio se olvida.

Es preciso ir más allá y, al efecto, ofrezco unas acciones de mucho linaje pues algunas proceden del mundo clásico.

El filósofo Orígenes, por ejemplo, no solo era abstemio riguroso y vegetariano sino que además se castró por una causa elevada: asegurarse el reino de los Cielos y mostrar su devoción a Dios.

-Él lo desmintió – me apunta un pedante que enseña Filosofía.

– Hombre, claro, – le contesto- no iba a ir proclamándolo coram populo para que el público romano se riera de él y le llamara emasculado. Esas cosas se llevan en la intimidad.

El ascetismo es pues salida a la desazón que padece el joven / a. Muy cómoda porque conoce modalidades variadas, todas ellas con garantía de adecuada mortificación: así, la abstinencia sexual, es decir, no refocilarse con hembra o varón ni tampoco abandonarse a prácticas onanistas (vulgo: pajas) o privarse de hablar con los semejantes (voto de silencio).

Y luego está el ejemplo egregio de Simeón el estilita, inventor del cilicio, quien, al considerar que el monasterio de su reclusión estaba realmente habitado por frívolos “vivalavigen”, decidió marcharse al desierto para alimentarse de hierbas secas y dormir en una columna de veinte metros de altura. Su sacrificio, un suicidio inspirado y a cámara lenta, consta que se ha apreciado en las esferas celestiales, allá donde las verdades hacen nido.

En fin, está el ritual que más me convence: la inmolación.  Se puede practicar con un pollo o alguna variedad de ánade pero el concluyente, cuando de causas elevadas hablamos, es la autoinmolación.

Lanzarse a las llamas ardientes y rebozarse en ellas hasta perder el aliento, el humor y hasta el maquillaje es una forma vistosa y rotunda que nadie, cuando se está en el trance de salvar al Cosmos, debe descartar.

Vemos pues cómo se ha iniciado una justa cruzada contra la molicie estética (contemplar las Meninas o la Venus de Milo) pero se está en unos comienzos balbuceantes, limitados a acciones timoratas.

Preciso es dar un salto osado y para ello esta Sosería ofrece opciones tan plausibles como convincentes.  

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La mala crianza (ayer y hoy)

Cuando yo era pequeño solía ver carteles, en los autobuses o en los trenes, en los que se prohibía “escupir en el suelo”. O el que en los bares impedía – cuando ya la luna rielaba- cantar animadas jotas, habaneras o corridos mexicanos.

En ciertos ambientes marroquíes que pueblan mi infancia tampoco se permitía fumar el kif, esa sustancia que Valle-Inclán llevó a su poemario titulado precisamente “La pipa de kif”.

Recuerdo un establecimiento modesto de un pueblecito español que tenía una cantina más que aseada como complemento a su oferta hotelera. En ella colgaba un cartel,  enigmático por lo impreciso, donde se podía leer: “Se prohíbe blasfemar contra los santos más importantes”.

Le pregunté al mesonero si disponía de un catálogo con los nombres de esos privilegiados bienaventurados, por si acaso yo me propasaba, a lo que me replicó con desentendida astucia:

– Cada uno tiene los suyos, yo no me meto en líos.

Comer pipas estuvo también en la puntería de las autoridades responsables de los cines.

Sin embargo, tardó mucho en llegar el combate contra el tabaco. Y es de antes de ayer cuando todavía debíamos soportar los no fumadores a quienes lo eran en aviones, trenes o autobuses: puros o pitillos que no había forma de apagar invocando un cartel fulminador. Cuando llegaron, todavía tuvimos que pasar una crujía hasta que los fumadores se dieron por notificados de forma que, ante los infractores, era obligado porfiar ásperamente y con voces destempladas. Viaje arruinado, la tensión arterial por las nubes … 

Quiero decir con todo ello que educar al personal (a la gente, si queremos utilizar la ortodoxia actual) ha sido cuestión de tiempo y paciencia. Porque ciertamente es lamentable que se le tenga que decir a un prójimo que no escupa, no fume, no coma pipas etc.

Y, sin embargo, con las modernas técnicas llegó una de las torturas más refinadas: la de tener que escuchar en los autobuses y en los trenes las canciones que se le ocurría poner en la radio al conductor o la película que al mismo sujeto se le antojaba.

En mi desazón, inicié a la sazón, una cruzada de reclamaciones, acogidas siempre con desdén.

Ha pasado el tiempo y ya naturalmente a nadie se le obliga a escuchar algo que no desea.

En la hora presente la lucha es contra el uso del móvil utilizado para conversaciones como las siguientes:

– Julito, saca las croquetas del congelador. Pero fíjate que no sean las de jamón sino las de merluza que ya sabes que tu padre odia las de jamón y por eso me molesté en preparar las otras y aprovecho para decirte que me dejes todo lo que haya que lavar de ropa de color en la cesta de mimbre …

O:

– La hoja Excel, Armando, no está completa, faltan los dividendos del último trimestre y, si no los ponemos, ya verás la bronca que no está el horno para bollos después de lo de Armanda Eugenia, muy listilla ella, la que ha armado con los bonos de cotización de la familia que tú ya sabes, encima nuestros mejores clientes …

He oído, en un viaje por Andalucía, el forcejeo en torno al precio de unos toros que habían de correrse en una feria del verano.

Todo a voces. Sin la menor atención al paso de las horas, tiempo largo, cabreo lento. 

Acabará este tormento – como acabaron los anteriores- pero hasta que eso ocurra, seguiremos bajo la dictadura de los pelmazos / as / es a quienes la buena crianza les importa una higa.  

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