San Jerónimo y las lenguas

Ya es casualidad que la sede del Congreso plurinacional de diputados se halle en una calle dedicada a san Jerónimo que, para el público instruido, es un nombre ligado al sabio que tradujo la Biblia del hebreo y del griego al latín. A su trabajo se le conoce como la Vulgata, es de finales del siglo IV, y estuvo destinado a facilitar el acceso a los textos sagrados, diluyendo los obstáculos de comprensión. 

Esta es una paradoja, pero el mayor descaro de quienes han adoptado el plurilingüismo moderno, progresista, plural y guay, es el olvido en que han dejado a una parte sustancial de nuestro rico patrimonio idiomático. ¿Dónde están el panocho, la fabla o el chapurriau? ¿Dónde el amazig o lengua rifeña de Melilla? ¿Van a tener que pronunciar  sus discursos los hablantes de estas lenguas en el odioso idioma imperial? ¿Les vamos a cercenar sus derechos a la diversidad? ¿Nos tomamos o no nos tomamos en serio la multiplicidad de nuestra fortuna lingüística?

Estas son cuestiones que la presidenta del Congreso y los hierofantes que la acompañan en el arte recóndito de dirigir las tareas parlamentarias tendrán que contestar y hacerlo pronto, antes de que se agote nuestra sensibilidad progresista.

La  misma que nos hace preguntarnos: ¿y qué es de la atención a las lenguas prerromanas? ¿Nadie se va a ocupar del aquitano, de las lenguas celtas, el celtibérico, el celta galaico …? ¿Vamos a aceptar, campeones como somos del amor al cofre de nuestras joyas lingüísticas, que los romanos, con las banderas de un odioso imperio y con la crueldad de sus ejércitos, barrieran las lenguas que encontraron en esta península? ¿podemos exhibir de verdad progresismo multicultural si encajamos sin resistencia aquel atropello?

¿Somos de verdad adalides de la memoria histórica?

Se me dirá que son lenguas muertas y aun enterradas. Pues por eso mismo se impone desenterrarlas, incorporarlas a los planes de estudio en los centros de enseñanza, convocar simposios y congresos e ir preparando traductores e intérpretes. ¿Es cuestión de dinero? Otras atenciones pueden borrarse del presupuesto antes que esta, santo y seña de una reivindicación destinada a restituir la dignidad cultural allí donde hubo desafuero, prepotencia y machismo.

¿Para qué queremos un gobierno de progreso si no es capaz de limpiar la historia de engaños y argucias, muy antiguas por supuesto, pero que estuvieron tintadas del espíritu vengativo de las derechas, extremas a veces, centradas otras, aldeanas y perversas siempre? Desde el Génesis sabemos que “toda la tierra tenía una misma lengua y usaba las mismas palabras”. Pero fue Yahvé quien dispersó a todos aquellos ilusos que estaban construyendo una ciudad y una torre cuya cúspide habría de llegar al cielo, con ladrillos y betún como argamasa, una torre alta, altísima, para habitarla y “no estar dispersos sobre la faz de la tierra”.

Yahvé no lo consintió porque advirtió que, si formaban un solo pueblo y hablaban una sola lengua “nada les podrá impedir llevar a cabo todo lo que se propongan”. Y cesaron en la construcción de la ciudad y se dispersaron … hasta hoy.  ¿Y nosotros, ahora, a base de llevar al Congreso unas lenguas olvidando otras -tan ricas y plurales como las que más- queremos rectificar los designios bíblicos?

(Publicado en Vozpopuli el 19 de septiembre de 2023)

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La mortaja

¡Ay, la nostalgia! La nostalgia es prima hermana de la melancolía, de la tristeza vaga, del tósigo que se decía cuando nos dejaban hablar en español, algo que cae del cielo como cae una nube lacrimógena, esas que inundan los prados y lo visten de verdes brillantes, la nostalgia es en fin ¿para qué perdernos en florituras ni rimas? el dolor por lo que se nos ha ido pero sin embargo perseguimos con esperanza.

Eso es lo que nos ocurre, en estos días atribulados, con los siglos pasados, invocados no ha mucho tiempo por un prócer vasco: España – ha dicho el primate- debe volver a ser como lo fue en el siglo … no sé muy bien si dijo el XVII, el XVI, el XVIII, acaso porque ni él mismo acierta a precisarlo en su mente neblinosa y atascada de oscuridades.

La conclusión es clara: este siglo es un asquito y así no podemos seguir.

¿Qué dirían los asturianos Jovellanos, Argüelles, Martínez Marina o el conde de Toreno? Estas pobres antiguallas quisieron limpiar las legañas del pueblo español con el colirio de un discurso en el que invocaban las Cortes, la soberanía nacional, la división de poderes, los derechos individuales, la supresión de la tortura o de la Inquisición como los ingredientes indispensables para estrenar modales más apacibles y benévolos. 

Por defender esas ideas no se libraron de cárceles ni de exilios pero dieron por buenas tales adversidades: de lo que se trataba era de inaugurar un nuevo siglo, el XIX, que extendiera para los humanos la alfombra mullida de la dignidad y el decoro.  

Paparruchas … hoy lo que se lleva es volver a aquellos siglos en los que España era plurinacional ¡qué calentito se estaba en ella! ¡qué placeres se disfrutaban! ¡qué trato a las mujeres! ¡qué tristeza haber perdido aquel paraíso! ¡qué melancolía nos embarga!

Volver a los señoríos gobernados por nobles y obispos ¡qué hallazgo plurinacional! Derogar la obra de Cádiz ¡qué dicha plurinacional! Reinstarurar los gremios para trabajar de fontanero ¡qué gustirrinín plurinacional! Amortizar lo desamortizado ¡qué orgasmo plurinacional! Y así seguido …

Pues ¿y las guerras carlistas? Reinstaurarlas en su plenitud, deshacer el abrazo de Vergara, desempolvar boinas y fueros ¿no sería tocar con las manos el vuelo alegre de una nueva edad de esperanzas? ¿no sería mirar cara a cara, confiados, el brillo de la gloria y de los futurismos estelares?

Menos mal que las propuestas de ese vasco, custodio de todo lo bueno del pasado, es decir de todo lo levítico y troglodítico, han sido acogidas por el ministro del Gobierno progresista, plural, diverso, transversal, guay y feminista, como razonable y digna de ser estudiada.

Hay con todo enemigos que no saben advertir los símbolos y los gozosos enigmas que el progresismo atesora.

El aguafiestas que siempre llevo a mi lado es uno de ellos. Por eso se aleja de mí cabreado y proclamando altanero:

– Así, poco a poco, vamos tejiendo la mortaja de España.

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Alivio

Los españoles no podemos enorgullecernos de grandes aportaciones a la alta política, pero sin embargo en hallazgos menudos somos auténticos campeones.

Ya comenté en estas Soserías el referido a la idea de “arrimar el hombro”: desde el poder se pide a la oposición que coja su hombro, que lo tiene un poco desgalichado y desatendido, y le proporcione una ocupación digna, es decir, que lo “arrime”, que lo acerque o ponga junto a otra cosa, que en este caso es el interés de quien ostenta el mando para su mayor gloria y provecho.

Otro que ha saltado recientemente en medios del golpismo catalán es el siguiente: “quien quiera ocupar la presidencia del Gobierno habrá de mear sangre”. No consta que los candidatos a esa alta dignidad padezcan trastornos renales ni del tracto urinario, por lo que la expresión debe aludir a las vilezas y deslealtades que habrán de cometer para contentarles, si quieren contar con sus votos en el Parlamento.

Yo no les deseo que “meen sangre” porque carezco de malas entrañas, pero sí pienso que deben atender esa petición aunque manchen los calzoncillos y su honradez padezca otra mutilación más pues todo lo que beneficie a un golpista de Cataluña alimentará el credo progresista plurinacional convertido en obligada comunión.

El último logro expresivo es el “alivio judicial”. En efecto, entre los que aspiran a gobernarnos los próximos cuatro años ha surgido la preocupación acerca de la situación de quienes cumplen condena en los establecimientos penitenciarios. Y no es para menos: hay personas que han de pasar entre sus muros diez, quince o veinte años, todo un tramo sustancial de la vida. ¿Por qué? Total por haber matado a un canónigo de la catedral o haber atracado un banco, como si el banco no estuviera para ser atracado teniendo en cuenta la pasta que acumulan y el hambre y la necesidad que hay por el mundo. O por haber dado un golpe al Estado de siempre para crear un Estado nuevo donde no sea preciso hacer una cosa tan fea como esta de dar golpes.

Conclusión: quienes se disponen a constituir el Gobierno de progreso han decidido “aliviar” la penosa y aflictiva situación de estas personas sufridoras. ¿Cómo? Rebajando las penas o directamente anulándolas.

– ¿Una amnistía?

– No seas bruto, no uses expresiones vulgares, es un sencillo “alivio” para que la carga de la vida entre barrotes desaparezca y abra paso a otra donde rija el mangoneo sectario y fluyan los fondos reservados.

Hay gran contento entre la población penitenciaria. Hierven de impaciencia por salir a respirar el aire de la libertad, ganado con el progreso plurinacional de su frente.

Los que estamos menos aliviados somos quienes no hemos sido sentenciados por jueces conservadores ni magistrados de la extrema derecha, y tememos ver por la calle a asesinos, golpistas y maltratadores de viudas.

La tranquilidad sin embargo debe prevalecer porque ya se ha aclarado el meollo:

– El “alivio judicial” solo se aplicará a quienes demuestren haber violado la Constitución y haberse ciscado en sus preceptos.

Tal es el compromiso de esos aspirantes a gobernar que administran con sacrificio nuestro futuro empapado de progreso transversal, sostenible y feminista.

Y esto ya nos ha “aliviado” a muchos.

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Dos almas

Ahora resulta, lo leemos constantemente, que los partidos políticos tienen dos almas: la liberal y la totalitaria; la socialdemócrata y la filogolpista; la populista y la transversal; la trapacera y la rigurosa … y así seguido.

A estas (des) organizaciones se les pueden consentir muchas extravagancias pero esta de las dos almas es ya inasimilable: ¡hasta aquí hemos llegado!

De manera que los demás, usted, lector /a / e, y yo mismo, no disponemos más que de una para ir tirando toda la vida, con ella nos tenemos que arreglar para lo bueno y para lo malo, para los agravios y para los desagravios, para el invierno y para el verano, para los días fastos y para los nefastos … toda la existencia arrastrando esa alma única que nos convierte a la postre en pobres almas de cántaro.

Y lo que es peor, nuestra alma, que sobrevive a los cuerpos, como nos han enseñado las teologías y las teodiceas, vagará por los siglos de los siglos, chamuscándose en medio de las peores torturas o gozando de la presencia divina. Y será en esa alma donde estarán inscritas todas nuestras acciones: desde las mentirijillas hasta la Pascua florida sin comulgar, desde el hurto de un caramelo hasta el saqueo de la tarjeta de crédito de una jubilada.  

Padecemos el sofoco de nuestra única alma.

Pues bien, vivir atrapados por esta compañera tan pegajosa es duro pero consolaba que fuera destino compartido. 

Sin embargo, ahora nos enteramos de que no es así pues los partidos políticos tienen dos almas y por tanto una vida dividida, la que todos querríamos para escapar de nuestras angosturas. 

Con una prometen protegernos de los delincuentes, con la otra les indultan y amnistían; con una nos aseguran la unidad de las tierras hispanas, con la otra la subastan al mejor postor por una presidencia; con una proclaman defender a las mujeres indefensas, con la otra ponen en la calle a sus violadores ya encarcelados; con una anuncian la más estricta de las severidades, con la otra pactan las más abyectas abominaciones. …  

Adviértanse las diferencias entre los pobres sujetos que somos y la desenvoltura con la que se desempeñan las (des) organizaciones con asiento en el trono parlamentario. 

Nosotros, cuando al final de nuestras existencias, comparecemos ante el Juez Eterno, tenemos que exhibir nuestra única alma sin escamotear pecadillo por venial que sea, sin poder contrabandear ninguna picardía, a la luz de la Eternidad que – según se afirma- es cegadora.

Lo contrario ocurre con los partidos políticos que acuden al trance postrero con una maleta de doble fondo. Y, con ella en la mano, le preguntan al Supremo Examinador de la Historia:

– ¿Qué alma quiere que le enseñe? ¿La de las sinvergonzonerías que he perpetrado o la de la rectitud que he prometido en las campañas electorales?

¡Así, tras la celosía de las dos almas, ya se puede rendir cuentas y salir airoso!

Por todo ello, nada de embelecos de una España plurinacional, lo que queremos es una  España de ciudadanos que podamos trapichear con almas bifurcadas.

Y hacer con ellas de nuestra capa un sayo.

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Nihil novum sub sole

La prosa o el teatro antiguo, los clásicos, muy clásicos, los que vienen del mundo griego o latino, ofrecen un carcaj de flechas que conservan la lozanía de lo recién descubierto porque es buena verdad que el ser humano podrá cambiar de vestimenta, llevar barba o andar lampiño, echarse desodorante en el sobaco o abandonarlo al juego de humores y sudores, escribir en tablilla o en tablet pero lo que no nos cambiará nunca es la mala leche, la envidia hacia los espíritus superiores, la deslealtad, la vileza …  La perversidad moral es la gran turbina que no se detiene en su designio de emporcar el planeta.

De ese universo literario, brillante a veces, vulgar otras, el más didáctico es el tintado por el humor, por el espíritu burlesco o de farsa, por eso recomiendo visitar a Aristófanes (444-385), a Plauto (254-184), a Terencio (185-159) o a esos sujetos que, en los primeros siglos de nuestra era, escribían con cuchillo y que se llamaron Marcial o Juvenal. 

Véase un ejemplo de Marcial:

– “Amigo, no citas en tus escritos más que a los escritores muertos. Pues sabes lo que te digo: que no merece la pena morirse para atraer la atención de tu pluma”.

Y así seguido …

En las comedias de Plauto pululan los zascandiles – que son de todos los tiempos-, zascandiles con trienios de tales o zascandiles que están en los primeros cursos de formación, sus personajes usan palabras desconcertantes por su mordacidad demoledora y lo hacen en medio de unos diálogos grotescos empedrados de juegos de palabras y de figuras retóricas atrevidas. Plauto quiere herir y zaherir, no quiere arreglar nada en la sociedad a la que considera perdida para las buenas causas.

Terencio es más condescendiente y, cuando saca un burdel lleno de putas con lascivia de fuego, esas que no admiten a su lado penitentes ni relapsos, al final, con frecuencia, hay una boda que salva la moral, la corrección, diríamos hoy. Para mi gusto un poco decepcionante pues la rudeza, los modos ásperos, llevan en sus entrañas más y mejores sobresaltos estéticos.

Lo bueno de la literatura es su caminar en medio de misterios y de bosques, el primero de los cuales es el diccionario donde las palabras se hallan adormiladas y en penumbra hasta que llega la fuerza arrebatadora del donaire y les echa una ráfaga de luz tan cegadora como liberadora.

El escritor es solitario, tan dado a la turbación como a la masturbación.

Volvamos a esos clásicos. Un sabio, Theodor Mommsen, premio Nobel en 1902, ha desvelado los renglones más humildes de la antigüedad. Hace gracia pensar en Mommsen cuyos libros no pasarían hoy el control de las Anecas, esos hondones burocráticos de las leyes universitarias ideadas por los progresistas españoles, porque no formaban parte de “proyectos de investigación” ni estaban escritos por varios autores, es decir, en cuadrilla (que es como se cometen los peores delitos, pero esto no lo saben en las Anecas).

Es Mommsen quien nos descubre en su obra sobre el mundo de los Césares a un virtuoso de la sátira, Lucilio (148-103), quien dejó escrito:

Ahora, todo el santo día, sea fiesta o jornada de labor,

Congréganse en el foro el pueblo y los senadores

Sin apartarse de allí ni un momento, de la mañana a la noche,

Se entregan todos afanosamente a un solo oficio y a un solo arte:

Engañar a los otros con palabras y tomarles la delantera en el dolo,

Ejercerse en las artes del disimulo y la hipocresía

Y tenderse una red de insidias como si estuvieran en guerra todos contra todos.

¿Les suena? Lo dicho: “nihil novum sub sole”.

Amen. 

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España, ¿en manos de Puigdemont?

Los resultados de las elecciones celebradas el domingo han provocado tristezas y regocijos en dosis diversas entre votantes y líderes políticos. Y han generado una retahíla de enjundiosos análisis que basculan cadenciosamente entre la idea de la repetición de elecciones o un nuevo gobierno multicolor tiznado por el separatismo. La composición de la cámara, se nos dice, se antoja endemoniada y las opciones se reducen pues a esa alternativa.

Una mirada buida sobre los datos revela empero una solución mucho más razonable y más sencilla que todas las cábalas de embolismáticos pactos que se puedan barajar: la gran coalición entre el PP y el PSOE. La mera mención de esta posibilidad genera aspavientos y risotadas entre buena parte de los analistas políticos, pues dedo índice en ristre, nos afirman que tal solución es imposible, nunca queda claro si por deficiencias genéticas de los españoles o por otras causas más pedestres. Conviene sin embargo no olvidar que, con igual contundencia, hace cuatro años estos mismos analistas concluían que un pacto PSOE-Podemos para el gobierno de la nación nunca se produciría.

Mirados los datos al trasluz de esta opción pronto se descubren sus razones y sus virtudes. Ambos partidos son (junto con Bildu) los únicos que han crecido en votos y en escaños. Ambos partidos reúnen juntos casi dos tercios de los votos emitidos y casi tres cuartas partes de los asientos en la cámara baja. Ambos partidos gobiernan además ya al alimón nada menos que en la Comisión Europea y de facto operan casi como una unidad en el Parlamento europeo y ello porque comparten una visión similar y acompasada sobre la mayor parte de las grandes cuestiones que nos afectan (UE, atlantismo, estado de bienestar, división de poderes, etc.).

Las virtudes son también cristalinas: una estabilidad política garantizada durante una legislatura y una capacidad de llevar a cabo grandes reformas con visos de perdurar en el tiempo. Seríamos incluso más europeos, pues esa forma de gobierno ha sido la usada con profusión durante décadas en buena parte de los países de Europa occidental. Qué duda cabe que una gran coalición no es un camino sencillo, pues en ella se amontonan infinidad de peligros para un régimen parlamentario. Pero las otras opciones resultan mucho más estrambóticas y sus virtudes, inexistentes.

Para que tal empeño llegue a buen término son obviamente necesarios algunos movimientos dolorosos para ambos. El PP tiene que aceptar que ha ganado las elecciones por un margen relativamente escaso y sobre todo que el resto de formaciones no tiene la obligación de permitirle sin más gobernar. Feijoo ha de proponer un gobierno paritario, presidido por él por ser el partido con más votos y con más diputados, con el gran partido de la oposición. Y esto es obviamente lo que ha de asumir también el PSOE: que a pesar de tener, excepto las encuestas, todo a su favor (la Moncloa, un chorro casi ilimitado de gasto público con cargo a la UE, un ecosistema mediático muy domesticado), sus resultados son realmente muy escuálidos. El PSOE tiene que saldar otro compromiso histórico: saber qué quiere ser de mayor, es decir, un partido político con un programa serio dispuesto a defenderlo contra las extravagancias inconstitucionales de los reaccionarios partidos nacional/separatistas o un partido con la cerviz doblada ante jugadores de ventaja en la mesa de las apuestas y los chantajes. No le será fácil pero estudiando historia y leyendo libros sesudos –no tuits– se puede conseguir.

La obligación de Feijoo es por tanto ofrecer a la mayor prontitud un acuerdo que bascule sobre los grandes ejes programáticos que él mismo propuso en campaña. Un pacto institucional para mejorar la calidad de nuestra democracia, mimando tanto la división de poderes como la independencia de los organismos de control. Otro relativo al estado de bienestar, que garantice la viabilidad de la sanidad pública y la estabilidad de la educación para las próximas generaciones. Un tercero relativo al saneamiento económico al que se le uniría otro referente a que las familias tengan mayor capacidad para hacer posible la conciliación. Y finalmente, tal vez el más complicado, dadas las frivolidades actuales de la cúpula socialista, un pacto territorial destinado a fortalecer la España de las Autonomías, mediante un diálogo multilateral que permita adoptar decisiones comunes sobre asuntos comunes.

En resumidas cuentas, aunque se repita que el gobierno de España depende inevitablemente de un prófugo de la justicia y cuyo proyecto político es desmembrar el país, lo cierto es que nada obliga a ello. En las manos de los dos grandes partidos está el evitarlo. Sin duda alguna, para ello Sánchez tendrá que hacer uno de sus ya archiconocidos “cambios de opinión”. Pero nadie duda de que será capaz de tal hazaña y todo indica que, además, sus votantes se lo premiarán alborozados. Qué mejor ocasión que esta.

Si, con todo, esta fórmula se malogra y don Felipe se ve obligado a encargar la formación del gobierno a Sánchez, el líder popular le debe ofrecer sus votos para que no le contagien las sustancias tóxicas que desprenden esos citados jugadores de ventaja.

(Publicado en el periódico Expansión, el 25 de julio de 2023).

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Responso por una legislatura

Las leyes se han convertido en esta XIV legislatura en unos productos marchitos, al tiempo maquillaje de urgencias caprichosas y mortaja de la sindéresis. Componen un espeso bosque donde es difícil ver la luz de la coherencia y el regazo de la seguridad. Son pantanos del desorden, habitáculos del embrollo y, lo que es peor, lazos para los incautos.

Malas prácticas han existido siempre pero la naturaleza y la intensidad de los despropósitos actuales tienen la vitola de la novedad y aun de la extravagancia.

Hablamos de las leyes pero, desde ellas, se ha pervertido el resto del Ordenamiento jurídico de tal manera que “las fuentes del Derecho”, esas que los profesores hemos explicado morosamente a nuestros alumnos durante decenios, hoy puede decirse que expelen aguas contaminadas.

Se habla mucho de la íntima amistad que el Gobierno ha trabado con los Decretos-leyes, una forma chapucera de sortear las molestias parlamentarias, pero conviene mirarlos más de cerca para advertir los monstruos que encierran.

Así, por ejemplo, el Decreto-Ley 7/2021 de 27 de abril se ocupa de la prevención del blanqueo de capitales, de las telecomunicaciones, de la reparación de daños medioambientales, del desplazamiento de trabajadores en la prestación de servicios transnacionales, de la defensa de los consumidores … : ¡176 páginas!

El Decreto-Ley 24/2021, de 2 de noviembre, lleva el siguiente título amenazador: «transposición de directivas de la Unión Europea en las materias de bonos garantizados, distribución transfronteriza de organismos de inversión colectiva, datos abiertos y reutilización de la información del sector público, ejercicio de derechos de autor y derechos afines aplicables a determinadas transmisiones en línea y a las retransmisiones de programas de radio y televisión, exenciones temporales a determinadas importaciones y suministros, de personas consumidoras y para la promoción de vehículos de transporte por carretera limpios y energéticamente eficientes». Son 160 páginas, noventa artículos distribuidos en libros, títulos, capítulos, más las disposiciones adicionales, transitorias y finales.

Y, ya disueltas las Cortes, tome aliento el lector, por el Decreto-Ley 5/2023, de 28 de junio «se adoptan y prorrogan determinadas medidas de respuesta a las consecuencias económicas y sociales de la Guerra de Ucrania, de apoyo a la reconstrucción de la isla de La Palma y a otras situaciones de vulnerabilidad; de transposición de Directivas de la Unión Europea en materia de modificaciones estructurales de sociedades mercantiles y conciliación de la vida familiar y la vida profesional de los progenitores y los cuidadores; y de ejecución y cumplimiento del Derecho de la Unión Europea». 224 páginas distribuidas en libros, títulos, capítulos, 226 artículos y decenas de disposiciones adicionales, transitorias, finales… En ellas se mete la pluma, con desenvuelta inverecundia, incluso en leyes antes respetadas como las de Enjuiciamiento civil, criminal o la del orden contencioso-administrativo.

En total 560 páginas, vírgenes de cualquier coherencia.

Otra forma de corrupción legislativa ha sido el abuso de la presentación de Proposiciones de ley por Grupos políticos con el objeto de orillar Informes – que pueden ser molestos- firmados por instituciones solventes del Estado. Si con el decreto-ley escamoteamos a las Cortes, con la proposición hacemos un corte de mangas a los Consejos de Estado o del Poder judicial, entre otros. Lo curioso es que un número abultado de estas proposiciones – más de veinte- ha procedido del propio Grupo socialista, es decir, es el propio Gobierno el que ha movido los hilos para su tramitación atropellada.

Destacan bagatelas como las reformas del Código Penal para alterar la malversación o los desórdenes públicos (ley orgánica 14/2022) despachadas en veintiocho días hábiles. O la práctica paralización de las funciones del Consejo General del Poder judicial – especialmente nombramientos de magistrados del Tribunal Supremo y otros de la élite judicial- también ultimada en un tiempo relámpago (leyes orgánicas 4/2021 y 8/ 2022).

Por cierto contrasta esta celeridad con lo ocurrido con los procedimientos de urgencia para aprobar en forma de leyes aquellos decretos-leyes convalidados por el Congreso que se han estado prorrogando durante meses y meses y, al cabo, han caducado por la disolución anticipada y la convocatoria electoral. Ha decaído también tristemente la iniciativa legislativa, procedente del Grupo “Ciudadanos”, que había conseguido la unanimidad de los diputados, destinada a aliviar la situación de los enfermos de ELA y sus familias. En el cajón ha quedado tras crueles y sucesivos acuerdos de prórrogas en su tramitación.

Otras veces las leyes se han utilizado para evaporar el contenido de sentencias judiciales. Además del ejemplo que acabamos de citar que incidió en las condenas a los golpistas de Cataluña (a su vez ya indultados magnánimamente por el Gobierno) contamos con la regulación del nuevo sistema universitario.

En la tramitación de la ley, el Grupo parlamentario Republicano presentó una enmienda como respuesta a varias sentencias dictadas por el Juzgado de lo contencioso de Barcelona, que fueron confirmadas tanto por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña como por el Tribunal Supremo. Sentencias que habían anulado -a instancia de profesores universitarios- acuerdos de los claustros de algunas Universidades catalanas. Unos acuerdos que se atribuyeron competencia para fijar una posición política en defensa de los condenados por sedición, en contra de tales sentencias condenatorias, así como en contra de actuaciones del Tribunal de Cuentas exigiendo responsabilidades…

Pues bien, a pesar de la firma de una carta abierta dirigida a los diputados y senadores por miles de profesores universitarios defendiendo la neutralidad de las Universidades, la enmienda se incorporó a la ley, aguando los pronunciamientos judiciales que protegían a la Universidad y dejándola al albur de los intereses de cualquier movimiento político (hoy los de los republicanos catalanes, mañana … cualquiera sabe).

Pero las enmiendas son ejemplo de otro abismo por el que se ha precipitado la producción normativa. Veamos una muestra excéntrica, en estos casos incorporadas en el Senado: a) durante la tramitación de la modificación de la Ley General Tributaria, se incluyó una para recordar que no se admitirían prórrogas de los plazos de las concesiones demaniales en la legislación portuaria (Ley 13/23); b) la nueva Ley del Mercado de Valores modificó algo «tan bursátil» como las previsiones impositivas sobre la deducción por maternidad (Ley 6/2023); c) en la legislación relativa a los derechos y bienestar de los animales se añadieron nuevas infracciones en la Ley de Transporte Terrestre (Ley 7/23); d) varias leyes, en fin, han reformado de manera simultánea la Ley de Contratos del Sector Público.

Este último episodio creó una jocosa situación. Durante unos días la página del Boletín oficial del Estado que mostraba tal Ley de Contratos recogió ¡dos redacciones distintas de un mismo apartado! Nadie advirtió en la Oficina de Calidad Legislativa dependiente de la Presidencia del Gobierno el dislate, que solo con posterioridad ha sido rectificado.

Debe saber el lector /a / e que lo explicado en este artículo es compatible con la existencia de un “Plan normativo” que tiene la obligación de publicar anualmente el Gobierno. Ocurre sin embargo que tales “Planes” se utilizan como meros anuncios que coleccionan iniciativas deslavazadas y memorias que son un amasijo de lugares comunes y cláusulas de estilo insustanciales.

Sépase, para concluir, que todos estos atropellos al sentido común, a los principios del Estado de Derecho y a la división de poderes llevan la firma del más progresista de los Gobiernos que ha tenido España.

(Publicado en El Mundo el 18 de julio de 2023).

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Teoría del escondite

Hubo un tiempo en que se abría la ley de montes y se podía leer asuntos relativos a su propiedad, sus usos, sus planes dasocráticos y sus incendios y lo mismo ocurría con la de aguas llena de concesiones, servidumbres, obras, ciclos hidrológicos y demás. Esta certidumbre respecto de lo que una ley contenía llevaba al aburrimiento, a la desesperación emocional, de ahí la cara de acelga que se nos quedaba a los juristas y los bostezos contumaces que componíamos.

¿Qué era lo que deseábamos? Variedad, diversidad, pluralidad … buscábamos en las aburridas leyes y en los soporíferos reglamentos sorpresa, sobresalto, un surtido de estímulos que nos aliviaran el tedio que venía desde Bolonia, allá en las oscuridades del siglo XII.

Han sido años los vividos llenos de anhelos insatisfechos hasta que … hasta que llegó el Gobierno de todos y de todas, momento en que las leyes se han hecho revoltosas, saltarinas, estuche de juguetes variados, caja de las más inesperadas melodías. Por de pronto, ya no son leyes sino decretos-leyes que son como las leyes pero con la ventaja de que, sin excesivas tabarras parlamentarias, permiten acoger lo que le pasa por su santa voluntad al gerifalte del Gobierno.

Obsérvese la última cosecha. En el Decreto-Ley 7/2021 nos deleitamos con el blanqueo de capitales, las telecomunicaciones, las entidades de crédito, los daños medioambientales …: ¡176 páginas de preceptos sin orden ni concierto, mezclados para mantener alerta al lector!

En el Decreto-Ley 24/2021 se encontrará con importaciones y suministros, bonos garantizados, vehículos limpios, tributos, ayudas y por ahí seguido … 160 páginas, noventa artículos distribuidos en libros, títulos, capítulos, más unas deliciosas disposiciones adicionales, transitorias y finales. 

Y, ya disueltas las Cortes, el Decreto Ley 5/2023 contiene emocionantes referencias a la guerra de Ucrania, a la isla de la Palma, a sociedades mercantiles, a la ley de Enjuiciamiento criminal …: 224 impagables páginas del Boletín Oficial.

En total 560 páginas vírgenes de cualquier coherencia.

Sospecho que habrá aguafiestas que serán críticos con esta forma de legislar y la acusarán de componer un amasijo indescifrable, nido de inseguridades y desconciertos.

Discrepo. Los autores de estas piezas únicas que son los decretos-leyes citados han incorporado al mundo del Derecho el juego del escondite. Y ya era hora que los profesionales nos pudiéramos distraer un poco pues, gracias a él, el Derecho se ha convertido en cofre de asombros, de estupores, de joyas y sensaciones únicas.

El juego del escondite nos traslada a las mejores vivencias infantiles cuando una cortina o una mesa nos servían para pasar una tarde inolvidable.

Incorporar el escondite al envarado mundo jurídico es llenarlo de emboscadas, de trampas y celadas, es rellenar los considerandos y resultandos con el merengue sabroso de lo incógnito, de lo laberíntico y de lo arcano. Todo lo cual es óptimo para las articulaciones mentales, la oxigenación de la sangre y el control de los triglicéridos.

Una nueva deuda que hemos contraído con el Gobierno del progreso transversal, organizador de la gran timba del escondite al que juegan sus rábulas y leguleyos.

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Defecaciones como palabras

A los vejestorios nos cuesta cambiar de costumbres, de amigos, de yogur y de vocabulario. Para mí las rutinas son como las articulaciones, de ahí que les tribute reverencia litúrgica. Creo que “toda novedad es desatino” y a este principio constitucional me atengo para conducirme con prudencia.   

Por eso me sorprenden las personas mayores prontas a adoptar palabras que no han usado en su vida, por parecer jóvenes o por abrazar la causa del papanatismo, líquido amniótico en el que vivimos y nos reproducimos.  Evoquemos como verbigracia, a ese majadero que, de pronto, empieza a “poner en valor” todo lo que se le pone por delante.

O a esos borregos muy aborregados que dicen ahora “hacer el spoiler” en lugar de “anticipar el final”.

Estos rastacueros me producen flatulencia, abstinencia y somnolencia.

Hace poco unos sujetos de palabrería progre e intelecto desgoznado comenzaron a “empoderar” todo aquello que les cabía en su caletre ruinoso. Palabra de prestigio como mal traducida del inglés y ajena a la española “apoderar” que – por ser castiza- procedía expulsarla de la circulación por casposa y centralista. 

Para desgracia de estos apresurados vanílocuos ahora resulta que una organización de las que cuidan el lenguaje correcto, norteamericana por supuesto (Sierra Club), ha decretado que “empoderar” es una palabra insultante. Ese símbolo del progreso ¡convertido en una ofensa! ¿Por qué? Pues, almas de cántaro, porque “conlleva una implicación de condescendencia”. Sí, querido progre / a / o: “empoderar expresa que estamos entregando a la gente sus deseos básicos de igualdad como si fueran un regalo o un gesto magnánimo”. Y eso lo hace denigrante sobre todo “desde el punto de vista racial o de género”. 

¿Nadie se había dado cuenta del veneno que la palabreja llevaba en sus entretelas? ¿Nadie había reparado en el daño que se estaba haciendo a negros, mujeres, niños y militares de modesta graduación? La pregunta es ¿cómo se puede estar tan en la higuera? Y la respuesta es clara: porque el lenguaje correcto de quien practica el vasallaje idiomático se deja camelar pronto y no es capaz de advertir, como ha destacado el poderoso instituto norteamericano, que “empoderar” nos lleva derechos al “capacitismo, a la discriminación de discapacitados e inmigrantes así como al blanqueamiento de la Historia”.

Y tantos compatriotas creyendo – de buena fe progre – que estaban arrinconando a la costra rancia de la sociedad y dándole su merecido.

Ahora han de oír este dicterio:

– ¡Eres capacitista, so pasmado!

O este otro:

– ¡Blanqueador de la Historia, topo de la reacción!

Según el informe de Sierra Club otra palabra para el olvido es “alzarse”. Pero no porque se llamara Alzamiento al golpe de Estado que perpetraron en 1936 unos militarotes de botas altas y bajas molleras sino porque “es ofensiva para personas con discapacidad”.

La palabra es el envoltorio de la idea. Y cuando las ideas se usan para dar el coñazo al personal, se olvida que la palabra debe ser usada para enviar mensajes precisamente incorrectos, demoledores, críticos y rebosantes de la crema disolvente del humor.

Nadie espere estos ingredientes entre las defecaciones de estos tediosos botarates. 

Publicado en: Blog, Soserías

Aplausos

Los aplausos se dividen en dos grandes grupos: los dignos y los indignos.

Son los primeros aquellos que se dispensan a un actor de teatro al que vemos recitando los versos de una comedia de Lope de Vega o a una soprano cantando el aria “Ah, non credea mirarti” de “La sonámbula” belliniana. O a un torero que, con las zapatillas fijas en el albero, recibe a un toro engallado de quinientos kilos con unas verónicas plenas de sol y canción.

Son los segundos aquellos que se dispensan al jefe de la oficina como pago a la pitanza porque estos son aplausos canallas, hijos del soborno y nietos de la gorronería limosnera. Quienes los practican son sacerdotes de la lisonja mercenaria y habitan el templo donde se reza a todo lo que de mostrenco hay en el ser humano.

Son bachilleres en cartas trucadas, licenciados en histrionismo asalariado y doctores en   disfraces carnavaleros.  

Llevan la librea del dependiente y la mueca del fámulo.

Son espíritus amordazados, demagogos que venden excrecencias políticas a tanto el voto.

Llevan puesta con gusto la boina de la humillación y aceptan posar para la historia como desechos de un tablado que se desmorona entre la vileza y la ignominia de los embustes.

Oyen el runrún del mando, el sonido de la nómina y el tintineo de la prebenda con arrobamiento de villano.

Son todo doblez, ondulación, flexibles y plegables, maestros en el encogimiento ante el poder, raudos a la hora de abandonarlo en cuanto se tambalea. 

Por eso participan en los certámenes del disimulo y se llevan todas las flores naturales que premian el fingimiento.

El aplauso, que en las personas dignas es cortesía, reconocimiento y gentileza se convierte en quien practica el aplauso indigno en signo de mansedumbre, en estandarte de domesticación, en expresión chabacana de chalaneo.

Son personas estas marchitas, secas en sus entretelas resecas, esfinges curvadas por el obsequio al poderoso, el cimbreo ante quien paga, ante quien rellena las listas electorales y ante quien mangonea nombramientos y sinecuras.

No piensan sino que practican la modorra de los tópicos con los que yacen sabedores de que sus frutos alimentan la cuenta corriente. 

Tienen como numen al borrego, admiran por su dureza al nogal y como juego dominguero son devotos de la noria en la que practican los altibajos que procura la miseria de una vida alquilada.

Y los más aventureros adoran como santo tutelar la cucaña porque les permite trepar con emoción pues que al final se vislumbra la recompensa de la poltrona en la que dormitar su mediocridad.

Practican la obediencia del fraile pero no su disciplina mística.

Degradan lo que de estético tiene el aplauso para rellenarlo con lo que tiene de hortera el servilismo mesnadero.

Una náusea el espectáculo que ofrecen en el charco de miasmas bien nutrido.

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