Hubo un tiempo en que se hacía el encaje de bolillos, un oficio de artesanos habilidosos que entretejían hilos enrollados en los bolillos. Para sujetar el trabajo culminado se utilizaban unos alfileres clavados en el “mundillo” (en puridad, una almohadilla).
En las tiendas del centro de Bruselas solía yo ver en mis paseos crepusculares, cuando ocupaba escaño en el Parlamento europeo, las tiendas donde se exhibían primores que eran justamente “encaje de bolillos”, piezas que combinaban el lino, la seda y otras finuras rematadas con hilos de oro. Llevaba la cabeza ocupada por debates interminables vividos desde mi escaño y aquellas lindezas, tan delicadas, frutos de la paciencia, del hacer esmerado, operaban en mí como un sedante.
Pensaba en sus artífices, que serían mujeres quienes, al tiempo que tejían con sus espaldas encorvadas, soñaban con un mundo sin bolillos ni mundillos, sino en un joven de ojos glaucos que las transportara a un paisaje dorado por las estrellas y a un abismo sublime de besos, caricias y amoríos. Mujeres – me las imaginaba en mis ensoñaciones- de miradas esperanzadas, hembras atractivas, hermosas, con entendederas atiborradas de pequeños enigmas y secretos, aves luminosas en los sombríos parajes de aquellas tierras.
En España también ha existido la tradición del encaje de bolillos.
Hasta hoy que ha sido derrotado por el encaje de bolaños.
Y es que el encaje ha dejado de ser un primor textil para ser el ábrete sesamo de la cuestión catalana. No sé si mis lectores han oído hablar de ella: se trata de que Cataluña no sea explotada, como hasta ahora ha ocurrido, por Zamora o por Cáceres, provincias aparentemente apacibles pero que carecen de entrañas ya que no se sacian a la hora de colonizar a Barcelona, de aplicarles el látigo del cómitre negrero despiadado.
– Busquemos el encaje de Cataluña – oímos al gobierno trasversal y de progreso.
Ese encaje significa acoplamiento, ensambladura, imbricación, un llevarse la pasta descarado pues se trata de que los catalanes que quieren separarse de España se encuentren a gusto y cómodos en España.
– Procurarles un sillón o un sofá de holgadas hechuras para que reposen en ellos y olviden tanto agravio histórico– dice el ministro.
Se verá que estamos hablando de una acrobacia política propia de prestidigitadores con muchos trienios, de equilibristas en el difícil equilibrio que tiene a las incertidumbres y a la cara dura por escenario.
En resumen: se trata de hacer encaje de bolaños. O sea de engaños.
Un encaje – el de bolaños- que lo practica el sablista cuyo atraco consiste en arramblar con la credulidad de las gentes dignas.
El encaje de bolaños es una mezcla de impurezas, un revoltijo de perversiones. El orgasmo del farsante.
El que ejecuta ese saltimbanquis poseído por una tiránica voluntad de devastar cualquier brote de coherencia y de decencia.
No sé si habrá llegado por otros caminos, pero lo de ese señor desencaja al más pintado. Lo de este sujeto (con falso verbo y muchos complementos pecuniarios para el bolsillo) son: Bolas ( mentiras) por (durante) años, todo lo que dure él y su elector en el poder.
80 años lleva España, saqueando a Zamora y Cáceres, a León y Teruel, … desde la traición de Franco a quienes lo apoyaron en la lamentable contienda nacional, a la propia Constitución y todos los gobiernos democráticos… pese a ello, la España saqueada sigue votando a los dos partidos que, por turnos -como decía Galdos- han ido pactando con las minorías vasca y catalana para seguir tratando al resto de ese país del que dicen no sentire parte, como una colonia decimonónica…