Para orientarnos en el presente es indispensable volver la mirada a los clásicos, a los ingenios antiguos donde encontraremos el campo florido de las ocurrencias afortunadas y el suave perfume del donaire.
¿Cómo no se le ha ocurrido a nadie? ¿Cómo andamos tan ciegos? Todo el día pasan comentaristas y contertulios dándole vueltas a los efectos devastadores que causan algunos políticos cuyo único mejunje intelectual es azuzar el enfrentamiento entre los españoles. Todo lo que les falta de conocimientos les sobra de miserable indignidad, de donde la necesidad de mantener siempre encendida la llama votiva de la bandería.
Y, sin embargo, ay, sin embargo … el hecho de haber sustituido los estudios serios – las lenguas clásicas, verbigratia- por los cursos para influencers hace que se desconozcan hitos de la literatura del pasado donde se encierran las claves del presente.
Pues bien, la fuente Castalia – de donde brota el agua de la fantasía creativa- hoy está en la obra de autores enterrados con gruesas paletadas de analfabetismo por quienes mangonean el sistema educativo. De ahí que prácticamente nadie conozca la obra de Aristófanes.
Porque si se la frecuentara – de la mano de sabios como don Francisco Rodriguez Adrados- se llegaría a la comedia Lisístrata. Y, si la leyéramos, disfrutaríamos con esas mujeres que la pueblan y que deciden interrumpir las relaciones sexuales con sus parejas hasta que estos pongan fin a la guerra.
Dice Lisístrata: “pues bien, debemos abstenernos del cipote. ¿por qué volvéis los ojos? ¿dónde váis? Vosotras ¿por qué chistáis y fruncís las cejas? ¿por qué se os ha mudado la color? ¿Por que os corren las lágrimas? ¿Lo váis a hacer o no lo váis a hacer? ¿Por qué calláis?”.
Y añade: “si nos quedáramos en casa bien pintadas y nos paseáramos desnudas en nuestras camisetas transparentes, con el triángulo depilado, y los hombres se pusieran calientes y quisieran acostarse con nosotras y no nos dejáramos, harían la paz enseguida, lo sé bien”.
El efecto fue fulminante: los laconios – recuerde el lector las guerras del Peloponeso- no pudieron resistir el empinamiento que sufrían como fruto de la huelga de vulvas cerradas y secas y, sin arriar bandera, es decir, en plena verriondez, accedieron a negociar. Lisístrata hace de negociadora entre ellos y los atenienses y la paz se alcanza, se reconcilian hombres y mujeres, cantan, danzan y se echan unos polvos entre desmesurados y dionisíacos.
Ahora traslademos esta magnífica estrategia del pasado al presente. Ya sé que ahora no hay guerra en España porque, en el lugar donde nuestros abuelos y bisabuelos llevaban la pistola, ahora llevamos el móvil y los dos objetos son incompatibles.
Pero contamos con la guerra por otras vías que es esa escaramuza para lerdos de las derechas y las izquierdas, de la pelea entre machistas arriscados y feministas dulces, de empoderados contra desapoderados (o como se diga), de transversales contra diagonales, en fin, de idiotas contra estúpidos.
La solución es clara a poco que las mujeres quieran colaborar en la pacificación de España. Declaren – como en la obra de Aristófanes- la huelga de las caricias íntimas, de los revolcones feroces, de los coitos opulentos … dispongan sus armas que son cabalmente la frigidez y el estiaje de las zonas húmedas, conviertan sus ardores naturales en una nevera. Hasta que los caballeros depongan su beligerancia.
Que es – todos lo sabemos- una beligerancia de pacotilla, de papel pintado, exclusivamente destinada a mantener sueldos, cargos, falcones, coches oficiales, prebendas y gastos reservados.
¿No restauraríamos así una convivencia dañada por el egoísmo irresponsable de unos cuantos perillanes?