Surgen nuevos oficios como el de “influencer” que ya ha sido tratado en estas Soserías pero a nadie se le ocurre idear otros más originales como podría ser el de contador de aves del cielo. Existe el que observa las nubes y las cuenta y recuenta alejando así su mente de afanes más perentorios y cansinos. En la comedia clásica griega se citan oficios inolvidables, pienso en Aristófanes y en “Las Aves” donde salen gentes pintorescas y, entre ellas, un vendedor de decretos, figura que podríamos recuperar, mayormente para devolver su dignidad a los decretos, muy zarandeados ahora por la cáfila de mandamases manazas y bufonescos que nos hemos agenciado.
En lugar de esos decretos con faltas de ortografía que salen de los ministerios, llenos de anacolutos y atropellos a la sintaxis y a otras partes nobles de la gramática, lo bonito sería contar con un vendedor de decretos como hay vendedores de helados. Repárese cómo, antiguamente, estos, me refiero a los helados, eran de una monotonía desesperante: chocolante, vainilla y “chambi”. De ahí no se salía.
Recuerdo una comida con el poeta Victoriano Crémer. En ella el camarero le preguntó qué deseaba de postre y como él pidiera un helado, el camarero le rogó que precisara el sabor:
– Pues vainilla ¡coño! Dijo algo soliviantado Victoriano.
Y volviéndose a mí, me preguntó:
¿Pero es que hay helados que no sean de vainilla?
Aclaro que Victoriano acababa de cumplir cien años.
Lo contrario ocurre hoy: mejor que visitar muchos de los museos de arte contemporáneo que han proliferado por las ciudades de provincias es contemplar una de esas heladerías donde se exhiben, en colores magníficos, en brillos de joya, seductores e inspiradores, las mil y una combinaciones de helados formando una exposición que es festín sacrílego.
Perdido como me hallo en mi discurso, retorno a la propuesta de los vendedores de decretos, aprovechando la ocurrencia del muy ocurrente Aristófanes.
Una persona que en su taller casero confeccionara decretos sobre las más indescifrables cuestiones sin decidir nada en concreto. El resultado sería siempre un texto abstractamente conceptual y vago pero inofensivo. Aquí estáría la cuestión, el busilis.
Frente a los decretos mal articulados del poder público que son abismos de canalladas e infierno de las peores pesadillas, que llevan la crema emponzoñada de ultrajes y vejaciones, estarían los decretos que propongo, tan inofensivos como un horóscopo.
El complemento, ideal y soñado, sería hacer realidad una parte al menos de “Las Aves”, la comedia citada: esos caminantes por las calles de Atenas que se confiesan mutuamente lo hartos que están de sus conciudadanos, todo el día hablando de leyes y decretos, pleiteando por las más nimias cuestiones, amargados sus sueños y sus vigilias. Y de pronto aparece un pájaro que les ofrece la idea de construir una ciudad en el Cielo llena de aves para desde allí gobernar a los hombres y cercar a los dioses olímpicos que tan pesadamente se suelen comportar.
Las escenas luego se complican pero ¿alguien se imagina la felicidad de ser gobernados por las aves sosegadas y de enrejar a los pelmazos que nos mandan, nos circundan y colman de acíbar nuestras intenciones?
Soñemos, soñemos … dejándonos llevar por la magia, es decir, por la literatura.