La mala crianza (ayer y hoy)

Cuando yo era pequeño solía ver carteles, en los autobuses o en los trenes, en los que se prohibía “escupir en el suelo”. O el que en los bares impedía – cuando ya la luna rielaba- cantar animadas jotas, habaneras o corridos mexicanos.

En ciertos ambientes marroquíes que pueblan mi infancia tampoco se permitía fumar el kif, esa sustancia que Valle-Inclán llevó a su poemario titulado precisamente “La pipa de kif”.

Recuerdo un establecimiento modesto de un pueblecito español que tenía una cantina más que aseada como complemento a su oferta hotelera. En ella colgaba un cartel,  enigmático por lo impreciso, donde se podía leer: “Se prohíbe blasfemar contra los santos más importantes”.

Le pregunté al mesonero si disponía de un catálogo con los nombres de esos privilegiados bienaventurados, por si acaso yo me propasaba, a lo que me replicó con desentendida astucia:

– Cada uno tiene los suyos, yo no me meto en líos.

Comer pipas estuvo también en la puntería de las autoridades responsables de los cines.

Sin embargo, tardó mucho en llegar el combate contra el tabaco. Y es de antes de ayer cuando todavía debíamos soportar los no fumadores a quienes lo eran en aviones, trenes o autobuses: puros o pitillos que no había forma de apagar invocando un cartel fulminador. Cuando llegaron, todavía tuvimos que pasar una crujía hasta que los fumadores se dieron por notificados de forma que, ante los infractores, era obligado porfiar ásperamente y con voces destempladas. Viaje arruinado, la tensión arterial por las nubes … 

Quiero decir con todo ello que educar al personal (a la gente, si queremos utilizar la ortodoxia actual) ha sido cuestión de tiempo y paciencia. Porque ciertamente es lamentable que se le tenga que decir a un prójimo que no escupa, no fume, no coma pipas etc.

Y, sin embargo, con las modernas técnicas llegó una de las torturas más refinadas: la de tener que escuchar en los autobuses y en los trenes las canciones que se le ocurría poner en la radio al conductor o la película que al mismo sujeto se le antojaba.

En mi desazón, inicié a la sazón, una cruzada de reclamaciones, acogidas siempre con desdén.

Ha pasado el tiempo y ya naturalmente a nadie se le obliga a escuchar algo que no desea.

En la hora presente la lucha es contra el uso del móvil utilizado para conversaciones como las siguientes:

– Julito, saca las croquetas del congelador. Pero fíjate que no sean las de jamón sino las de merluza que ya sabes que tu padre odia las de jamón y por eso me molesté en preparar las otras y aprovecho para decirte que me dejes todo lo que haya que lavar de ropa de color en la cesta de mimbre …

O:

– La hoja Excel, Armando, no está completa, faltan los dividendos del último trimestre y, si no los ponemos, ya verás la bronca que no está el horno para bollos después de lo de Armanda Eugenia, muy listilla ella, la que ha armado con los bonos de cotización de la familia que tú ya sabes, encima nuestros mejores clientes …

He oído, en un viaje por Andalucía, el forcejeo en torno al precio de unos toros que habían de correrse en una feria del verano.

Todo a voces. Sin la menor atención al paso de las horas, tiempo largo, cabreo lento. 

Acabará este tormento – como acabaron los anteriores- pero hasta que eso ocurra, seguiremos bajo la dictadura de los pelmazos / as / es a quienes la buena crianza les importa una higa.  

Publicado en: Blog, Soserías

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