Tantos años pensando en Platón y creyendo que el gobierno había de ser confiado a los filósofos y a los sabios.
Ahora, cuando un cómico de Ucrania se alza vigoroso contra el rufián de las Rusias, advertimos la magnitud de nuestro error. El mando de una nación, sobre todo cuando se encuentra entre estertores agónicos, ha de ser confiado a un humorista que sabe que el humor no es el fuego de artificio de unas payasadas para niños sino una pértiga que nos sirve de impulso para peregrinar entre la necesidad y la adversidad.
El humor “silba en el aire como la correa de un látigo” dejó escrito Wenceslao Fernández Flórez, un autor a quien estos días ¡por fin! se le recuerda con simpatía.
Precisamente porque humor se escribe con la “r” de rebelde es por lo que el humorista sabe que todo tiene un revés, que las cosas pueden ser de otra manera si no se empeñaran los más canallas en prostituirlas. Sabe también que el humor es la musa del desenfado, la bombilla que llena el aire de luces burlescas, que da esperanza al enfermo y libera de sus pesadillas al atribulado. El humor es lo que más odian los censores y los perseguidores de la libertad.
Quien no practica el humor es un desdichado que arrastra agachada su personalidad. O, peor aún, un agente del KGB.
El humor, como la materia, no se destruye, tan solo se modifica, tantos son los aspectos en que se manifiesta. Hay el humor de Quevedo, que acaso sea malhumor, y hay el humor tierno cervantino, hay el humor sátira del Padre Isla y hay el sainete de Muñoz Seca. Hay en fin el humor de quien disparata sacando chispas al pedernal de las palabras, caso de Oscar Wilde, de Bernard Shaw o de Eça de Queiroz.
Pero es humor todo lo que arde en el pebetero del donaire.
Digerir la vida exige el protector estomacal del humor y además tener un palco alquilado en el teatro donde el actor cómico es el rey.
Actores que no son de cartón piedra en escenarios de cartón piedra sino seres vigorosos que marcan con su clarividencia y generosidad el camino correcto. Nada que ver con los políticos al uso, de perfiles inconsistentes, almas apagadas por la rutina del verbo manoseado y flácido, masturbado sin gracia, del político que reina allí donde la palabra se ha convertido en espectro. O en flatulencia.
Porque esa palabra gastada como guijarro atropellado por el tiempo es como una medicina caducada, como una pastilla efervescente que ha perdido la efervescencia.
Al cómico que ha practicado el humor y que se halla al frente de responsabilidades muy severas le asiste la audacia mental, la euforia y la energía creadoras, hasta la gracia santificante me atrevería a decir.
Por eso es tiempo de crear una romería de bufones, bailarines y sátiros con sus músicas y versos burlones, romeros dispuestos a instalarse en el paisaje que quieren monopolizar los canallas sembradores de odios, los lanzadores de bombas y los fabricantes de patrañas.
Las patrañas siniestras de los nacionalistas, de los forjadores de fronteras, de odios al vecino, los albañiles de esos muros y fosos donde todo el humor se aplasta y ahoga.
Y donde solo queda el luto de un tiempo machacado y marchitado.
Es indudable que hay que tener humor y disposición a morir por algo grande, cuando se actúa como el Presidente de Ucrania. Aunque tiene muy poca gracia el horror con que es aplastado su pueblo por un sátrapa, que ha ahogado el alma de los suyos, que nunca podrán reir a menos que lo vean muerto.
muchas gracias, amigo por los comentarios que siempre agradan al autor, cuando están bien intencionados. Saludos