Montañas llenas de luna

La vida de los españoles, la de quienes la conserven y no sean arrastrados por el maldito virus, se hace cada vez más alegre y entonadilla, sobre todo porque van desapareciendo los obstáculos antiguos que tanto nos han perturbado.

En estas crónicas mías que llamo “soserías” ya se ha dado cuenta de los avances. Por ejemplo, cómo hemos suprimido los exámenes al descubrir que son un diabólico invento del franquismo destinado a rendir cuentas de lo que sabíamos ante unos catedráticos de instituto que nadie había elegido democráticamente. ¿Qué podían exigirnos unos tipos con estas credenciales tan borrosas?  Después nos han quitado el supremo engorro de saber español, algún día se aclarará el misterio de cómo hemos resistido tanto tiempo llevando una cruz tan pesada como inútil. Habiendo una buena lengua cooficial ¿a cuento de qué viene exigir la oficial que tan gastada está y que viene de épocas imperiales, de matanzas y de los delirios de grandeza de cuatro orates? Ahora ya se anuncia que la semana va a quedar reducida a cuatro días de manera que vamos a tener tres para no perder ni ripio de la Champions, del Rally Cross Country y del Speedway de Australia. 

Es verdad que llegan tiempos también de renuncias dolorosas, por ejemplo, a los escrúpulos morales o ideológicos.

Hoy, la renuncia, un acto de la voluntad que viene de la noche de los tiempos, es obligado  practicarla. Por ejemplo: la renuncia a esos convencionalismos que nos vinculan a la palabra dada o a observar los compromisos. Son renuncias muy duras ¿o alguien cree que es plato de buen gusto para el político gubernamental hacer justamente lo contrario de lo que ha prometido en campaña? En absoluto, es un sacrificio inmenso porque está violentando sus convicciones que están sustentadas en una ideología vigorosa y con unos anclajes más firmes que los del Puente de San Francisco o el de Lisboa sobre el Tajo. Pero, ay, la transversalidad y la geometría variable le empujan a ello y allá tiene el pobre que sufrir con su conciencia sin que nadie se apiade de él ni le preste ayuda.

Mientras tanto a los jóvenes que se están formando, las autoridades deben aconsejarles que renuncien de buen grado a estudiar esas materias tan aburridas del pasado. Y aclararles que, si los mayores son tan serios, tan patosos y tan feos, porque son feos de filigrana, es por las secuelas que dejaron en ellos las matemáticas, la historia, la química y no digamos la geografía, una ciencia que logra suprimir lo que de bucólico tienen las montañas llenas de luna.

– ¿A qué debemos aspirar? se oye desde la inquietud juvenil.

-A ser tendencia, a ser trending topic y a ser influencer – aclara el pedagogo que está saliendo de la guardia del fin de semana en el ministerio. 

 -Invertir en megatendencias es otra forma de asegurar un risueño porvenir.- completa el pedagogo que está entrando en la guardia.

 -¿Qué es la megatendencia?

-Pues, cabeza de chorlito, lo que sirve para transformar los hábitos de consumo de forma global y a largo plazo.

Entonces es cuando se oye la voz del aguafiestas oficial:

– Es decir, lo que asegura que seremos idiotas con garantías sólidas y contrastadas. Y que siempre votaremos a los buenos.

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Publicado en: Blog, Soserías
Un comentario sobre “Montañas llenas de luna
  1. carmen villar rodríguez dice:

    Excelente reflexión sobre la liviandad de lo que hoy importa. Ironía inteligente para demostrar que el mérito requiere esfuerzo, discipina… Estas Soserías son piezas históricas, literarias, con un lenguaje preciso, riguroso, elegante, muestra de la mejor escuela humanística. Gracias, profesor, por hacernos un poco más cultos

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