Una adivinanza: la cogobernanza

Entre el festival de palabras malsonantes que emplean los primates de la política ocupa un lugar especial la de “gobernanza”, una grosería introducida en España – como buena parte del material de contrabando lingüístico- por los americanos de los EEUU.

Por cierto, antes de seguir adelante, aclararé que acabo de utilizar la palabra “primate” en la segunda acepción del DRAE “personaje distinguido, prócer”, no en la primera que alude a “mamífero de superior organización, plantígrado …” aunque es verdad que algunas veces ambas acepciones coinciden en los dignatarios que nos pastorean.

Ya que estamos con el DRAE diremos que la gobernanza se define en él como “el arte o manera de gobernar que se propone como objetivo el logro de un desarrollo económico, social e institucional duradero, promoviendo un sano equilibrio entre el Estado, la sociedad civil y el mercado de la economía”.

Pero vamos a ver, señores académicos, ¿qué es lo que ha pretendido todo gobierno, de derechas, de izquierdas, republicano, clerical, laico, jesuítico o masónico, desde los tiempos de arriano Liuva I sino el desarrollo económico, social e institucional duradero etc…? Es decir, el esfuerzo que los sabios lingüistas han realizado para describir la gobernanza tiene el aire de ser el parto de los montes.

Por mis malos pasos en la vida me he visto obligado a leer la bibliografía que se ha ocupado de la gobernanza, una tortura que no deseo ni al más depravado, perverso y diabólico de mis oponentes. Gastan sus autores un lenguaje pintoresco y una desembarazada sintaxis, en sus escritos están la “red”, la “interacción”, la “acción multifacética”, la “poliarquía deliberativa”, por supuesto, la “modernización” y el inevitable “progreso”. O estas otras perlas: la “intermediación de intereses”, el “rediseño de los incentivos”, los “procesos argumentativos” y así podemos continuar trastabillados por este camino enfangado de hallazgos a cual más abominable.

Hay un sujeto tozudamente cómico que califica la gobernanza como “una estructura decisional y de implementación en cuya constitución institucional pueden resultar de gran utilidad los principios del republicanismo cívico”.   Y continúa, como un trabucaire del lenguaje, vendiéndonos la gobernanza como el mejor remedio para “implementar técnicas de gestión de nivel micro en un espacio multiorganizacional donde no pueden suponerse ni el consenso en los fines ni la gestión por decisión de autoridad”. Es entonces – concluye el supremo majadero- cuando se impone concebir al Estado como un gestor de interdependencias.

No invento nada, lo tengo inventariado todo en un largo y sesudo artículo mío que anda por ahí publicado.

En estos días, el rizo rizado y risible es la cogobernanza y ya auguro que en breve circularán la metagobernanza y la protogobernanza. Y lo bueno es que, en cuanto las repitan un par de tarugos / as en los medios de comunicación, las repetirán millones de españoles (y españolas).

Como soy más tradicional, me conformo con hablar de gobierno o, si quiero echar mano de una palabra ilustre por sus trienios, de “gobernación”.

Porque lo de gobernanza es una adivinanza, un jeroglífico, un cofre pleno de charadas y de chorradas.

Usar el término “gobernanza” es además de mala crianza, genera desconfianza y hasta ganas de venganza, nada que permita la alabanza ni tenga que ver con la buena pitanza.

Produce, eso sí, buena cobranza a quienes venden humo porque, viviendo en la holganza, les llena la panza colmados de la mejor esperanza.

Conclusión: se nos quiere engañar bailando ante nosotros la danza y la contradanza de la gobernanza. Pero nadie lo dude: solo quien lleva una mala andanza, en vez de gobernar quiere cogobernanza.

Porque cultiva la mescolanza y las más depravadas usanzas.  

Publicado en: Blog, Soserías

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