Tiempo este de recuperación de la literatura de almanaques y pronósticos (con los que nuestro Torres y Villarroel ganó buenos dineros) pues que somos muchos los que nos dedicamos a formular conjeturas acerca de cómo ha de ser el mundo tras la epidemia que estamos padeciendo. Porque todo parece indicar que se nos han desplomado certezas que teníamos por imbatibles y con ellas esos tópicos con los que nos empeñamos en apuntalar los intereses y las miserias que mantienen erguido nuestro pequeño entorno.
Para descargo de nuestras conciencias podríamos imputar al azar, ese diablillo juguetón, las actuales calamidades si no fuera porque Tocqueville ya nos dejó explicado que “el azar tiene una gran intervención en todo lo que nosotros vemos en el teatro del mundo, pero creo firmemente que el azar no hace nada que no esté preparado de antemano. Los hechos anteriores, la naturaleza de las instituciones, el giro de los espíritus, el estado de las costumbres son los materiales con los que el azar compone esas improvisaciones que nos asombran y nos aterran” (así en sus “Recuerdos de la revolución de 1848”, libro obligado para los políticos cuya lectura debería desplazar a los tuits inanes).
Este azar que nos amarga, si azar es, ha venido escoltado por las advertencias de organizaciones serias como la Mundial de la Salud o las propias Naciones Unidas a las que los gobernantes y los ciudadanos hemos prestado oídos de mercader. Y así nos va ahora en la feria malhadada pues, hasta pocas fechas, antes de que el sudario se convirtiera en la prenda de la temporada, hemos estado escuchando las gansadas de la gripe, la de las víctimas de la carretera o la necedad suprema del machismo.
Ya que las opiniones de los expertos las hemos sustituido en el pasado inmediato por las de improvisadores a la violeta y revolvedores de caldos pestilentes, por lo menos afrontemos el futuro meditando con mesura pero con las luces largas sobre aquello que deberíamos corregir cuando nos libremos de los actuales agobios.
A mi modesto juicio, podríamos aprovechar para ahuyentar de forma definitiva las patrañas de los nacionalismos catalán y vasco haciendo ver lo reaccionario de sus programas, la falacia de sus mensajes y la traición a los intereses comunes que suponen sus postulados. De una vez procede explicar a los españoles que todo ese mundo no es más que el carlismo disfrazado de palabrería en programa de ordenador, hojarasca pisoteada por la historia; que nada tiene que ver con el progreso el partido cuyo lema sigue siendo “Dios y leyes viejas” y que Cataluña jamás ha sido un Estado ni tan siquiera en los momentos en que los sueños de sus próceres pudieron haberse manifestado de forma más audaz y extravagante. Y que España no ha robado a los catalanes sino que unos catalanes poderosos han robado con descaro jupiterino a unos catalanes indefensos.
Creemos que si este mensaje sencillo, explicado en tantas ocasiones por plumas más documentadas que la mía, lo hubieran defendido los políticos en la tribuna desde la hora primera de la transición, con la ayuda de los altavoces de que ellos han disfrutado, hoy no estaríamos haciendo almoneda con España. Dicho con nombres propios: si Felipe González y después José María Aznar, en la época en que tanto prestigio tuvieron, cuando nuestra democracia andaba a gatas e intentaba asentarse, hubieran destapado los embustes y las bellaquerías de la averiada mercancía nacionalista, hoy esos nacionalismos se limitarían a disponer de su clientela en sus respectivos territorios pero no habrían estado marcando el paso de la política española, hasta estos mismos días, cuando ya el descaro es orquestal. Pero los presidentes citados, que alumbraron hallazgos apreciables, en este del tratamiento de la quincalla nacionalista, se equivocaron de prisa y de corrido. Con punible desembarazo además. Por eso sería preferible que no dieran lecciones.
Hoy, la epidemia nos está poniendo de manifiesto que solo luchando codo con codo todas las regiones podremos arrinconarla en una esquina del calendario y por eso todo el personal sanitario, desde los médicos a los camilleros, están entregados a la tarea de salvar la vida de los españoles sin mirar si son de Bilbao o de Cáceres. Y por eso los militares, también desde quienes lucen imponentes estrellas hasta los humildes soldados, están implicados en la misma labor humanitaria, sin importarles si las personas sometidas a tratamiento son de izquierdas o de derechas, federales o centralistas. Y lo mismo los camioneros que nos están alimentando, los funcionarios que se ocupan de nuestra seguridad, los voluntarios …
De otro lado, es hora de que los ciudadanos exijamos, cuando de achaques profesionales se trata, que sea atendida de forma prioritaria la voz de los expertos y no la de pícaros sin otra formación que la suministrada por el cultivo de la chapuza y la farfolla improvisada en reuniones y mítines de unos partidos sin músculo consistente alguno.
Es hora de que callen quienes, aquejados de una mala fe de orondas proporciones, no ven entre sus semejantes más que progresistas o carcas, machistas o feministas, fulanistas o zutanistas.
Es hora de que calle el logrero y suene la melodía de un pensamiento libre del apuntalamiento de los lugares comunes.
Como es hora de que callen o bajen el diapasón quienes olvidan la vieja regla según la cual debemos conservar “tanto mercado como sea posible y tanto Estado como sea necesario”. Regla que encierra la sabiduría de la sencillez y la exactitud de la profundidad. Y que adquiere toda su grandeza cuando nos encontramos en épocas de crisis como la actual donde advertimos que no sobra nada ni nadie a la hora de hacer frente a las carencias: necesitamos a los poderes públicos como necesitamos a los empresarios privados y a las monjas de clausura, todos trabajando de consuno para lograr fines comunes, en este caso, la derrota del virus asesino.
Mercado, libertad, servicio público, Administraciones fuertes, son componentes imprescindibles de una única organización social que han de convivir en armonía y mutuo aliento. Lo contrario es dogmatismo de converso a una nueva revelación y de los dogmáticos, como de las Academias y de las epidemias, ¡líbranos, Señor!
Si intuimos que de esta pandemia saldremos con el paisaje convertido en un esqueleto yacente, la pregunta es ¿ante el espectáculo del barco varado seguiremos empeñados en mantener el mismo Gobierno en España? ¿volveremos a reunir a la mesa del “conflicto catalán” con el señor Torra en su cabecera, el mismo que ha denigrado a España en los foros internacionales? ¿seguiremos aceptando la interlocución con quienes han querido hacer rancho aparte en el combate sanitario? ¿seguiremos viendo como prioritario entregar competencias delicadas a quienes en el País Vasco proclaman abiertamente su independentismo? ¿seguiremos empeñados en aliviar la prisión a quienes protagonizaron un golpe al Estado que ha desequilibrado sus cuadernas? ¿seguiremos dando prioridad a los debates sobre el heteropatriarcado? ¿seguiremos atados al lenguaje populista y a su defensa del derecho de autodeterminación? O por el contrario ¿haremos una agenda que contenga los graves problemas que ha de enfrentar una sociedad traspasada por sus angustias, sus desesperanzas y sus lutos?
Me atrevo a proponer que, cuando empecemos a ver la luz por la amura, tenga valor el socialismo español, como organización mayoritaria, para alumbrar una fórmula nueva de gobierno que debe pasar por prescindir sin miramiento alguno de los enemigos de España y apoyarse en los partidos que no están por aventuras: ni de desgarro institucional ni territorial.
No defiendo llevar a sus líderes a un nuevo Gobierno. En absoluto: se trata de obtener el respaldo mayoritario en el Congreso a un gobierno, temporalmente limitado, de perfil técnico, lo que excluye obviamente al actual presidente del Gobierno pues, como sabemos desde las Epístolas de Plinio el Joven “como en el cuerpo, así en el gobierno, el mal más grave es el que se difunde desde la cabeza”.
Un gobierno que recoja lo que de aprovechable – en términos profesionales- tiene el actual pero incorpore a personas procedentes de la nueva mayoría que tengan acreditada una formación coherente con las responsabilidades que asuman. Un gobierno austero en las proclamas, contenido en sus promesas, riguroso en sus manifestaciones.
Un gobierno, en fin, que logre secar la actual fuente de la que brotan la temeridad y las simplezas.
(Publicado en El Mundo el día 28 de marzo de 2020).
El texto de Tocqueville se refiere al azar previsible, o sea, al no-azar, porque hay hechos en la vida pública que pueden ser reconocidos como antecedentes de una determinada consecuencia:si vivimos en una cuerda floja por obra principalmente de Zapatero y de Rajoy y arribamos a un gobierno de comunistas,filoetarras y separatistas, provenientes en su mayoría de un entorno criminal,todos ellos vociferantes odiadores del país en el que viven y les alimenta,cualquier fuerza hostil o dañina, provenga de donde provenga, puede ser llamada con impropiedad azar, porque pudiendo perfectamente no haberse producido, es una consecuencia lógica de todos los males anteriores. Me refiero al coronavirus, que si no se hubiera producido no habría sido probablemente la causa decisiva de la actual crisis: la que le permite a Vd. reparar en el cuerpo yacente de España. ¿Yacente? No sé si la yacencia denota muerte, sueño o catalepsia. Alguien ha dicho recientemente por sí o recordando a Ortega que lo que no ha hecho el pueblo español ha quedado sin hacer. Quiero pensar con esto que la postración o es sueño o es catalepsia. Los sucesos políticos desde Marzo de 1808 con el motín de Aranjuez no auguraban nada bueno, y sin embargo, el pueblo español se levantó el Dos de Mayo, echó al rey José Bonaparte y fue el principio del fin del gran Napoleón. Ahora la situación también es muy peligrosa, porque siempre ha sucedido que lo que la gente ve, lo ve; hoy, lo que la gente ve es como si no lo viera, porque el dominio poderoso de las imágenes televisivas, unido a la deformación corruptora en la interpretación de los hechos, encamina a las personas a sospechar que lo que han visto no es real y que lo auténtico es lo que en los medios les dicen que es real. Y la gente lo cree, porque desde la transición todos los partidos han instruido a nuestros niños de forma deficiente y escasa en nuestra historia, omitido los valores de su país, cuando no han expresado abiertamente su despego a la nación española, con lo que queda abierto el portillo por el que se adentra en el alma de los después adultos la falta de confianza en sus propias fuerzas y la desconfianza ante las impresiones naturalmente recibidas, con predominio de las visiones desapacibles y falsas elaboradas por los medios. Estas mismas TVs son ahora las defensoras del golpe de estado en Cataluña; las que se burlan más o menos subrepticiamente de la unidad e integridad nacional, representada por el Rey;las que llevan a sus programas a un tío que se limpia la nariz con la bandera : y, ¡fíjese!la gente no se levanta, no increpa al individuo y, es más, a lo peor algunos le ríen la gracia.
Un Jovellanos cansado, rendido tras siete años de cautiverio en Mallorca, requerido por sus amigos ilustrados para ocupar el Ministerio de Justicia en el gobierno del Rey José, medita en Jadraque su futuro y el de España, y se va…¿a dónde? Se va con los levantados, a la Junta Suprema, a defender España de la invasión francesa.
¿Ha visto Vd. espectáculo más denigrante que el de la bancada socialista defendiendo a ese botarate de Sánchez, cuando se desliza hacia el totalitarismo, en el que nuestra libertad va a volar, a desaparecer en el éter infinito? Ahora se me viene a las mientes si no se estará cumpliendo por alguna vía aquella proposición de que el hombre no tiene naturaleza, si no historia, y en el desarrollo de su propia libertad personal, gemela y nivelada por el signo de los tiempos al desprecio que de ella hace el mundo contemporáneo, estaremos llegando a la negación de su concepto, de su contenido esencial, ahora sustituido por las nuevas columnas identitarias de nuestra cultura progre: la raza, el color y el sexo, con sus infinitas variaciones… Si además de esta traba anímica, es decir, del desdén injustificado y abstracto por lo que realmente somos, está el comunismo bolivariano agazapado dentro del gobierno para privarnos para siempre de ella, de nuestra libertad, de nuestro impulso vital optativo y básico, entonces tenemos, tienen los diputados la obligación de defenderla, porque si sabemos algo de historia,sabremos que no se trata de recorrer caminos nuevos en busca de un ideal de gobierno o cualquier otra utopía, sino que se trata, pura y simplemente de la ablación de la libertad del ser humano que habite en el ámbito sórdido y miserable de su ocupación territorial.
En cuanto a sus soluciones, estoy de acuerdo con la regla <>, pero respecto a que el socialismo tenga valor para alumbrar una nueva fórmula de gobierno o de sus apoyos prescindiendo de comunistas,bilduetarras e independentistas condenados, creo que es un sueño. Si el socialismo puede hacer lo que Vd. dice, que empiece haciéndolo poniendo nombre a las cosas: sanchismo, o sea, Sánchez, los que están con él y los que le han llevado allí; y socialismo, el resto que se autodefine así, poniendo fin al sanchismo. Como ve, otro sueño.
Hice una revisión rápida del comentario una vez escrito y no percibí una falta grave que hay en el texto. Ahora me desagrada observar que he omitido la ache del verbo haber en » a visto «. Si se puede arreglar desde dentro, hágalo, por favor.