Es muy frecuente que los periódicos divulguen denuncias de algunos políticos que emplean a sus familiares: el cuñado que accede a una secretaría o el primo a una jefatura de sección. Son protestas airadas de aquellos que se han visto preteridos en la ocupación de tal o cual puesto de trabajo por un pariente del alcalde o del consejero. A veces se abre hasta una investigación o se constituye una comisión para averiguar si los hechos denunciados responden a la verdad.
No lo entiendo. Tal modo de proceder me parece injusto y, sobre todo, poco respetuoso con la Tradición y con la Historia, que son dos señoras que peinan canas. La familia es uno de los pilares de la sociedad, el basamento sobre el que se construye la maravillosa colectividad en la que vivimos y es precisamente el Cristianismo el credo religioso que más ha contribuido a realzar su importancia. El matrimonio no es un contrato como puede serlo el arrendamiento de unos bueyes para arar el campo sino un sacramento que confiere gracia; en él se borra el amor personal entre los cónyuges y el elemento moral prevalece sobre el puro instinto sexual siendo esta transformación tanto más visible cuanto más crece la familia, cuyos nuevos miembros aportan el lazo paternal que, apoyado a su vez en el parentesco de sucesivas ramificaciones y alianzas con otras familias, llegan a constituir la Nación.
¡Ahí es nada de lo que estamos hablando! Familia, Nación … ¿nos damos cuenta del valor de los conceptos que manejamos? La Sagrada Familia es uno de las referencias constantes en nuestra civilización y los artistas la han llevado infinidad de veces a los lienzos y a los grupos escultóricos. El hecho de que en la actualidad se equiparen al hombre y a la mujer, infringiendo por cierto lo que escritó dejó san Pablo («vir caput est mulieris»), no reduce lo más mínimo la importancia de la familia como aglutinante de la sociedad y componente indispensable de ese ser abstracto pero cuajado de resonancias legendarias que es la Nación.
Por estas buenas razones sorprende que alguien pueda censurar a una autoridad pública por el hecho de que, a la hora de atribuir un empleo, se ocupe antes de un pariente que de un vecino cuyos orígenes familiares resultan para él desconocidos o simplemente borrosos. ¿En quien se va a tener más confianza, en el cuñado cuyas costumbres conocemos, cuyos puntos de vista compartimos, cuyos hijos son nuestros mismísimos sobrinos, o en el remoto contribuyente de quien, por no saber, no sabemos ni siquiera a qué equipo de fútbol pertenece? Me parece que la opción no es dudosa y el hecho simple de plantearla demuestra que vivimos en una sociedad que da un poco de miedo ya que está dispuesta a tirar por la borda de manera frívola los más amorosos principios de nuestra convivencia.
Y de nuestro pasado. Porque cuando todo andaba mucho mejor encaminado a nadie sorprendía el celo que por el adecuado alimento y la posición social de los más allegados demostraban quienes estaban en condiciones de procurarles sustento. Y así «familiar» se llamaba precisamente al eclesiástico o paje dependiente y comensal de un obispo o de alguna otra dignidad eclesiástica. Los cardenales de la iglesia y no digamos los papas prodigaban su cariño y repartían sus prebendas entre las filas de los deudos que más cercanos tenían en su paternal corazón. Es fama que cuando un Borja español llegaba al papado, y fueron dos los que tal dignidad ostentaron, Calixto III y Alejandro VI, vaciaban de parientes Gandía y las comarcas limítrofes y se los llevaban a Roma para ocupar canonjías, tocarse con el capelo o allegar caritativamente las limosnas de los fieles.
Y es que ha sido una regla nunca desmentida que a quien accede a un nuevo cargo de cierta importancia le salen multitud de parientes de cuya existencia no había tenido hasta ese momento concreta noticia pero que no por ello eran menos parientes ni habían estado ausentes de sus afectos aunque fueran implícitos y callados.
Romanones decía que sin cuñados y yernos la vida política española hubiera perdido buena parte de su gracia y de su peculiaridad más característica. Obsérvese además lo que de positivo ha tenido siempre el hecho de que el ministro o el alcalde, al ocupar su elevado asiento, haya tenido que dedicar buena parte de sus esfuerzos y de su tiempo a acoplar a sus familiares en lugares donde pudieran cobrar pingües emolumentos y disfrutar de holgada posición. Porque, mientras se hallan entregados a estos afanes, no hacen otra cosa y esto que sale ganando la colectividad. Pues es también regla de oro que el mayor regalo que una autoridad puede hacer a la población que dirige o representa es no hacer justamente nada por ella pues que la inmensa mayoría de sus ocurrencias o dañan o incordian.
El amor a la familia ¿conceptuado como un vicio? ¿Adónde hemos llegado? Si familia viene de «fames», es decir, de hambre, ¿quién soporta a un pariente hambriento? Con lo que muerden…
¿De quién es la foto que aparece junto al nombre del autor?