El revuelo organizado con la enseñanza de la historia de España en el Bachillerato parte de una premisa falsa que está viciando la discusión. A denunciarlo y a poner las cosas en su sitio se dirigen las líneas subsecuentes.
La primera pregunta que debemos hacernos es si la historia a secas existe. Y para ayudar a desenredar tal cuestión hay que reconocer primero su complejidad porque la historia es pasado y, por lo mismo, ¿quién está dispuesto a certificar que ese pasado ha existido realmente? El pasado es lo más parecido a un sueño o, si se prefiere, a una pesadilla: en cualquier caso, representación fantasiosa de hechos o de imágenes. La historia no es más que el humo que va dejando la combustión de los años o de los siglos, la ceniza que esparce el tiempo después de destruirlo todo; en definitiva, señales que sirven para intuir pero no para ver. La historia tiene todas las trazas de ser una hoguera apagada, un juego del gran mago que es Dios, un prodigio averiado porque su destino es arder en el pebetero del presente.
Es también invento, ficción, artificio… No es una casualidad que historia signifique «cuento, chisme o enredo» y «mentira o pretexto», según nos enseña el Diccionario. Porque no mucho más que eso es probablemente la historia: una mentira piadosa para sostenernos erguidos.
Y es que, en efecto, los hombres tenemos que defender la existencia de la historia porque necesitamos un cordón umbilical para alimentarnos de pasado y llegar un poco nutridos a este mundo y, además, precisamos dejar tras de nosotros alguna estela ya que, de lo contrario, el tiempo se nos presentaría como un precipicio que nos tragaría y nos aniquilaría.
No, la historia no existe y prueba de ello es la cantidad de libros que se venden de historia. Y la enorme cantidad de catedráticos de historia que hay que alimentar. ¿Sería necesario tan amplio despliegue bibliográfico y humano si realmente la historia existiera? Cuando un objeto tiene que hacérsenos visibles en forma de tan abultados volúmenes y de tan elevado número de funcionarios, es obligado pensar que hay gato encerrado. Hay muchas razones para pensar que todos esos libros y todos esos catedráticos solo sirven para presumir, pero no para finalidad de mayor fuste.
La primera parte de la cuestión que se plantea, a saber, si los niños tienen o no que aprender historia de España, queda así contestada.
Vayamos con la segunda: España. Aquí ya sí que no puede existir la más mínima duda: España no ha existido jamás, España no es más que la pesadilla de algunos gobernantes pero felizmente no es una realidad ni corpórea ni tangible.
¡Y menos mal! Porque mire usted que si de verdad hubieran existido los reyes de Castilla y de Aragón, doña Isabel y don Fernando, Felipe II, el conde duque de Olivares, Colón, Pizarro y Nuñez de Balboa, el compromiso de Caspe o Jaime I… ¡Arreglados estábamos…! Es un alivio que nada de esto haya existido, que todo sea un mal sueño.
Como sueño indigesto es pensar que hayan vivido alguna vez Velázquez, Goya, Solana, Picasso o Dalí, por no hablar del infortunio que padeceríamos si de verdad se hubiera llegado a escribir el Quijote y el Buscón o las poesías de Rosalía de Castro o si Rusiñol o Plá o Boscán o Ausias March hubieran dejado alguna página para la posteridad.
La consternación se haría ya irresistible si existiera en Madrid el Museo del Prado, en Bilbao el Guggenheim, en Sevilla la Giralda o en Barcelona La Sagrada Familia…; pues ¿y si Granados hubiera compuesto las Goyescas, a Pau Casals le hubiera dado por tocar alguna vez el violonchelo o a una tal Caballé se le hubiera ocurrido cantar en un teatro un aria de alguna ópera?
Pero bien sabemos que nada de esto ha existido. Tranquilidad, pues, a todos. Porque tampoco existe el Tajo ni el Ebro, ni la sardana, ni la jota, ni el bacalao al pil-pil, ni la paella, ni la guitarra, ni la capa española, ni las Fallas, ni los Sanfermines, ni los curas, ni las tapas, ni el cava del Penedés ni el Rioja.
Y, por último, lo verdaderamente tranquilizador: tampoco existe el idioma español. Así como suena. Hay millones de ilusos que creen hablar en esa lengua y otros muchos que, probablemente con peor intención, dicen que la escriben. No es verdad: están simplemente haciendo una mala digestión (con mucha probabilidad, de una tortilla de patatas) pero, cuando despierten, les aliviará comprobar que todo ha sido una pesadilla.
Porque España, en efecto, no existe. Es simplemente un trozo de geografía que quieren hacer sestear en la bendita paz de la ignorancia.
Respetado Profesor, querido Paco,
Gracias por esta ráfaga de aire puro. Los que padecemos de la contaminación de la estupided ambiental te debemos seguir respirando con dignidad.