La hermana de la luna

Nos enteramos ahora, por una publicación especializada americana, que la luna no está sola porque otro cuerpo celeste sigue a la Tierra en su órbita alrededor del Sol. A mi juicio, es una indignidad que este descubrimiento científico se haya aireado y sea objeto de divulgación.

Porque la luna ha sido siempre, para cualquiera de nosotros, una amiga segura en las soledades, el farol que ha iluminado nuestras confidencias de enamorados y el fanal de nuestras zozobras; la luna es el disco lanzado al espacio por un discóbolo travieso y también onda de ondero, sueño de lunáticos, la blanca polvera de la negra noche…

La luna es una especie de señora bien conservada con la cara maquillada de arroz que es como se han maquillado siempre las grandes artistas porque también la luna es una artista que sale de noche, pinta el firmamento y esculpe los sueños allá abajo, en la lejana Tierra. A veces se esconde tras el biombo de las nubes para retocarse y disimularse las ojeras que le ha hecho la eternidad, y, cuando de nuevo sale, recibe el aplauso de nuestra admiración, el homenaje caluroso por el hechizo que en nosotros derrama, y querríamos enviarle a su camerino un ramo de flores y una tarjeta con nuestro nombre para que nos visitara en la noche colándose en nuestro dormitorio por entre los pliegues de las cortinas con flores. Porque el mayor sueño del hombre es el de amar a la luna precisamente a la luz de la luna pero no es posible porque ella es huidiza, tornadiza e inconstante, no por mala voluntad ni por reprensible ligereza, sino porque se sabe demasiado amada y ha de repartir sus favores sacándolos de un pozo inextinguible que es el pozo mágico de sus tibios afectos.

Los dioses la cortejaron pero los dioses murieron y ella sigue allí como una fábula inmortal, como un relato sin fin, como el poema del poeta que canta a las espumas abandonadas en las arenas.

Siempre nos hemos preguntado cuándo descansaba la luna porque sabíamos que, cuando se nos ocultaba, en rigor se estaba apareciendo a otros afortunados. Era éste un enigma estupendo y ahora el hechizo se rompe porque sabemos que hay una hermana que sale, como su imaginaria que es, cuando la verdadera luna está fatigada. Y que es entonces, cuando la luna descansa y se baña en albayalde y se va de cena a un restaurante que está fuera de su órbita y luego, feliz, se acuesta con su camisón de estrellas. Lo único bueno de toda esta historia es que la luna lleva siglos despistando a los astrónomos que, para ella, resultan insoportables porque son sus rijosos mirones, sus aborrecibles voyeurs.

La luna, claro, es femenina, y así se la nombra en casi todos los idiomas excepto en alemán donde se disfraza de hombre, acaso porque le gusta desorientar a los germanos y, por ello, para estas gentes, una de las sorpresas más grandes de sus vidas, se produce cuando salen al extranjero y se enteran de que la luna no es el macho blanquecino que ellos ven en sus frías tierras y del que siempre pensaron que le haría falta un buen reconstituyente, sino una dama bien oronda y bien solícita con los poetas y los locos y también con todos los melancólicos que buscan consuelo.

En español, cuando decimos que alguien «ha prometido la luna» es porque ha ofrecido algo que no puede cumplir porque la luna no puede ser tomada para uso exclusivo de nadie pues, si así fuera, quedarían desasistidos millones de seres humanos y, entonces, mal podría cumplir la luna su función estelar. Esa es la razón por la que los astronautas han fracasado siempre en su misión de apropiarse la luna, quedándose invariablemente a la luna de Valencia, y por ello todo lo más que les ha permitido es darse un paseo por su superficie, un paseo un poco tonto, vestidos además de una manera extravagante, sin desabrocharse la camisa ni sentarse ni mucho menos bajarse los pantalones, y jamás les ha invitado a quedarse ni les ha hablado ni les ha presentado a su hermana, lo que era su gran secreto. No, la luna nunca ha hecho demasiado caso a los astronautas que siempre se han vuelto despechados y viendo cómo les ponía los cuernos y se echaba a descansar, burlona, en su hamaca de cuarto menguante.

Ahora, los astrónomos, que son unos chismosos incorregibles, han descubierto a la hermana y, en vez de callarlo, lo airean a los cuatro vientos, henchidos de vanidad, en sus revistas y en sus reuniones. Eso es puro cotilleo de holgazanes y, si fueran serios, se deberían avergonzar del daño que han hecho. Yo les pido que dejen de investigar, que a lo peor se descubre también que forma una pareja de hecho con el sol, que tiene primos y, quizás, hasta un cuñado destinado en otra galaxia. Como todo esto mataría nuestras ilusiones de lunáticos, yo quiero continuar viviendo mi luna de miel con mi luna solitaria de siempre.

Publicado en: Blog, Soserías

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