Que la policía londinense es la más eficaz del mundo todos lo sabíamos porque así lo hemos aprendido desde pequeñitos en las películas sobre Scotland Yard. Es verdad que Agatha Christie se permitía sacar detectives despistados en sus novelas pero esto lo hacía como simple recurso literario y con la benemérita intención de realzar las habilidades de sus personajes. Ya sabemos que las novelas no son sino una colección de mentiras y quienes las escriben embaucadores que solo perjuicios causan al buen orden social.
Y es que descubrir asesinos en Londres no era tarea fácil si se tiene en cuenta la niebla persistente que envolvía sus calles creando aquella sensación de angustia fluyente, de incógnitas, de gritos de terror y de desesperanza. No es extraño que haya habido allí tantos asesinos porque su actividad profesional se ha podido ejercer siempre de una manera mucho más sencilla al contar con el amparo acogedor que prestaba el sudario de la niebla. ¿Cómo se puede comparar al asesino de Londres con el de Málaga, cuya obra queda expuesta al instante al sol delatador, linterna del Gran Vigía?
Pues bien, experimentada como está la policía inglesa en descubrir delincuentes de consistencia, le ha sido extremadamente fácil dar con una banda que había logrado acaparar un formidable alijo de cuernos de rinoceronte. Lo primero que llama la atención es constatar que hay contrabandistas de cuernos de rinoceronte como antes había contrabandistas de tabaco y máquinas de fotografiar que ya o no existen o simplemente son el hazmerreír de los contrabandistas.
De igual forma, a cualquier persona bien constituida le parecerá sorprendente que exista un comercio de cuernos de rinoceronte porque, en nuestro medio, aparecer en casa de unos amigos que han tenido la amabilidad de invitarnos a cenar con un obsequio de estas características se tomaría como una indirecta hiriente por burlona o, sencillamente, como una ofensa. Y es que el cuerno entre nosotros, fuera de las plazas de toros, tiene un significado bien preciso de pecado, de sábanas y de vicio. El cuerno trae, como la caracola, el rumor preciso de una tempestad de sudores.
Visto así, ningún interés económico tendrían los cuernos de rinoceronte pero el asunto se aclara si se explica que los mismos estaban destinados a varios países del Lejano Oriente donde los utilizan como estimulantes del apetito sexual. Claro es que no en su estado natural porque son grandes, alguno pesa hasta ocho kilos, y puntiagudos, sino convenientemente triturados y convertidos en polvo. Así es como adquieren las indicadas propiedades. Es decir, que el polvo de cuerno de rinoceronte desencadena el polvo de la venérea pasión.
La imagen de un asiático inapetente tomando de la estantería su cuerno y enchufando la minipimer de cuernos para triturarlo y obtener el ansiado polvo es verdaderamente extraña para nuestra sensibilidad de occidentales. Porque, a renglón seguido, surge la pregunta: ¿el polvo se aspira como el rapé de nuestros abuelos o se toma mezclado con el cola-cao? ¿o es un tópico que se aplica a la zona afectada por la desgana? ¿a cuál, a la del hombre o a la de la mujer? Son preguntas, como se ve, inquietantes, que convendría aclarar si se quiere introducir entre nosotros al rinoceronte como inspiración placentera.
¡Quién nos los iba a decir! El rinoceronte, un bicho antediluviano, espantoso, que asusta a los niños y a los adultos en el zoo, resulta que pone verriondos a los moradores del Lejano Oriente porque, es claro, que cuando un asiático vea a un rinoceronte, lo primero que se le ocurrirá será hacerse con su cuerno para triturarlo y pasárselo pipa. De modo que todo el embrujo que para nosotros tiene Asia por la leyenda de sus mágicas mujeres, cuyos ojos cautivan por su luz limpia y mate, hembras de velas altas, de suaves susurros, de gemido tímido y quedo, ahora resulta que debe cuestionarse pues a sus compatriotas les dejan indiferentes y que, justamente por estar flácidos y decaídos, precisan de un reconstituyente como nosotros necesitábamos el vino quinado en nuestra niñez. Porque eso parece que es el cuerno de rinoceronte molido: una especie de ponche para combatir el asiático desarme.
Todo esto es en verdad muy complicado. El occidental procede en estas materias de una forma más sencilla porque ora se encuentra excitado de continuo, ora le basta una imagen, una evocación, a veces una música, un simple olor, para responder con seguridad, eficacia y prontitud.
¿Polvo de cuerno de rinoceronte? No, gracias. Por estos pagos se prefiere el de una de esas diosas de ébano que juegan al voley – playa.