Ocio y animación

Impresiona observar cómo crece el número de profesiones y cómo se diversifica su contenido. También en esto es el presente prodigioso porque la historia nos enseña que antes los hombres se dedicaban a la agricultura, al comercio o se hacían médicos o curas y pasaban sus días entregados rutinariamente a estas tareas. La mujer, claro es, estaba excluida de la mayoría de esos afanes porque bastante tenía con ser, como dice el viejo Digesto, «cabeza y fin de su familia».

La reforma de la educación ha producido en tal sentido efectos devastadores y ha multiplicado por no se sabe qué número las ocupaciones a las que los humanos (ahora ya incluidas las mujeres) pueden dedicar sus años de fertilidad laboral. Todo esto se debe, dicen los científicos, a la complejidad de la vida moderna y a las necesidades que la técnica impone. Cada máquina es un mundo, cada cachivache que usamos en la vida doméstica es el resultado de experimentos complicadísimos y es lógico que, si ello es así, sean también complicados los estudios y las artes que se precisan dominar para desempeñarse adecuadamente en este arsenal milagroso en que han venido a convertirse los artilugios que nos rodean en nuestro domicilio. ¿Alguien en sus cabales puede entender que, sin movernos de nuestro despacho, podamos entrar en la Casa Blanca de la mano de un guía de Internet y ver el lugar preciso donde evacua la señora del presidente del país más poderoso de la tierra? Si todo esto no es misterio, enigma, cábala, ¿qué es?

No es extraño por ello que leer las páginas de ofertas laborales en algunos diarios sea un ejercicio estremecedor porque hay quien solicita u ofrece los servicios como «responsable de soporte de ventas», «técnico frigorista», «chief executive officer», «responsable estratégico de división», «encargado del merchandising» o, lo que es peor, «responsable del mantenimiento del stock». Si ya los rótulos aludidos son pavorosos, más sorprendentes todavía son los requisitos que se exigen pues hay que tener «experiencia en negociación con equipos de proveedores», «capacidad para actuar bajo presión», «dominio de la diagnosis», «carácter apasionado». Naturalmente, todo ello en inglés pues quien no maneje este idioma ni siquiera puede leer los anuncios que, o bien están escritos directamente en la lengua franca del actual imperio, o incorporan tal cantidad de anglicismos que prácticamente se hace imposible llegar a ellos sin unos buenos conocimientos del sublenguaje que está naciendo.

Las personas de natural apocado agradecemos que la edad nos libere de entrar en ese mercado fiero y que ya no necesitemos demostrar «carácter apasionado» ni ninguna de esas otras exigencias que van de lo estrambótico a lo diabólico. ¿Cómo podrá acreditar un aspirante que tiene «capacidad para actuar bajo presión»? Algunos nos maliciamos que todo ello no es sino palabrería para colocar al primo o al cuñado pero estos pensamientos no deben ser tenidos en cuenta porque son sin duda malicias de viejo.

Pero el no va más de la innovación profesional lo aporta la Escuela Superior de Ocio y Animación que es el lugar donde se prepara el muchacho o muchacha que aspira a ser «animador turístico», «monitor de tiempo libre» o «animador para la tercera edad». También estas son nuevas profesiones que se pretenden inscribir entre las conquistas del hombre.

Ahora bien, con ellas hemos llegado demasiado lejos y ya muchos no nos dejamos embaucar. Pasen las anteriores porque la mayoría están en inglés y así es muy fácil que nos den gato por liebre. Pero en relación con las que están escritas en lengua más familiar, tenemos la obligación de ser menos pazguatos. Y, si aplicamos a ellas el más elemental sentido común, concluiremos que son rigurosamente absurdas.

Porque puede observarse que todas las actividades de animación están destinadas a las personas que nada tienen que hacer: el turista, el que disfruta su tiempo libre o el pensionista. Y la pregunta demoledora surge de inmediato: ¿para qué demonios necesita un sujeto que está de viaje de placer o de vacaciones o que se ha jubilado a un animador? Lo necesitó cuando estaba con una máscara y un soplete en Altos Hornos de Vizcaya o subido a un andamio en una obra o aguantando a cuarenta niños en una clase de párvulos, pero ¿de vacaciones o disfrutando la jubilación? En estas circunstancias, la animación viene de dentro, de lo más hondo, de saberse alejado del soplete o de los niños. ¿A qué viene un pelmazo intentando animarles?

Señores de la Escuela de Ocio y Animación: si no quieren arruinarse, les recomiendo que preparen animadores para funcionarios, panaderos, vendedores de electrodomésticos y vareadores de aceituna y sobre todo unos muy especializados para quienes estén pagando una hipoteca.

¿Un animador para un turista en París o un jubilado en Benidorm? ¡Quite, allá, buen hombre, no sea usted cargante!

 

Publicado en: Blog, Soserías

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