El agujero

Se habla mucho en estos tiempos del «agujero» que los actuales gobernantes se han encontrado al llegar a sus nuevas responsabilidades como un componente más de los ministerios, junto a las cornucopias, los retratos de Cánovas, los relojes de época y el oficial mayor.

-Señor ministro, le presento al agujero.

Pero el señor ministro le saluda circunspecto y con cara de pocos amigos.

Ha habido algún ministerio donde la situación del agujero ha sido un poco desairada, incluso patética, porque se han olvidado de él. Entonces, éste se ha visto obligado a comparecer por su propio impulso en el imponente despacho ministerial:

-Buenas, señor ministro, soy el agujero. Como nadie nos ha presentado, me he tomado la libertad de importunarle.

Está escrito en la naturaleza de las cosas que a los nuevos políticos, bisoños y con tendencia a la ensoñación, no les guste el agujero. Eso se debe a que aún no han madurado o, lo que es lo mismo, a que no han alcanzado a asimilar la estética del agujero.

-¡Que me tapen el agujero! grita nervioso el ministro al subsecretario.

Por prejuicios que traen de la vida civil, creen que el agujero es pozo negro, oquedad pestilente, madriguera de picardías, la verdadera puerta del infierno. Y como traen mentalidad de albañil, lo que quieren es cegar cuanto antes el agujero.

Pero pocos objetos hay en la Administración más viejos que el agujero. Se lo traspasaron los Reyes católicos a los Austrias, éstos a los Borbones, los Borbones a don Amadeo, don Amadeo a los republicanos, los republicanos a los Borbones, éstos a los republicanos y así sucesivamente en una cadena tan interminable que hasta al mismo general Franco se atrevieron a pasarle el agujero como si ni siquiera hubiera ganado una guerra civil. El agujero es pues el hermano siamés de la Administración.

Por eso, el agujero se ríe con su sonrisa de ratonera, oye el estrépito de declaraciones anunciando su fin y deja hacer, consciente de que el tiempo amainará el temporal y de que, al cabo, saldrá una vez más triunfante.

Y así sucede. Porque, cuando los gobernantes pierden su condición de novatos, descubren que el agujero, que en definitiva no es sino gastar dinero ajeno alegremente, no es tan negro como lo pintan pues, bien manejado, puede ser un valioso instrumento para llevar a la práctica sus fecundas ideas y, entonces, ya no le hacen ascos, antes al contrario, le miran con respeto, primero, y con abierto cariño, después. Han descubierto la estética del agujero, se han dejado seducir por él, les ha vencido su maña de viejo y avisado. Ya son unos políticos de cuerpo entero y ya están en condiciones de derramar sobre la sociedad los bienes de sus desvelos.

Los políticos timoratos se contentan con mantener el agujero heredado alimentándolo prudentemente. Estos hombres dejan una huella tan pobre de su gestión que pronto la borra el tigre hambriento del Tiempo.

Los verdaderamente audaces, por el contrario, actúan con más valentía en cuanto descubren que el auténtico éxito en la gestión pública pasa por ahondar el agujero, por hacerlo más profundo y misterioso. Se convierten estos prohombres en auténticos espeleólogos que bajan, trepan y suben con envidiable habilidad por el agujero de su ministerio, sacándole el jugo, explotando sus vetas, abriendo pozos, explorando socavones, cavando galerías, descubriendo en su interior nuevas riquezas, miríficos tesoros.

Y, cuando ya llevan años en el poder, saben que el agujero es su mejor aliado y que es su deber traspasarlo a quienes les sucedan en el manejo de los negocios públicos de la forma más opaca posible.
Han comprendido, al fin, que el agujero forma con la Administración un todo compacto, inescindible porque la misma Administración es, ante todo, agujero, el agujero negro capaz de absorber cualquier materia o energía situada en su campo gravitatorio.

¡Es tan inútil luchar contra el agujero!

 

Publicado en: Blog, Soserías

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