Raramente un novelista y no digamos un poeta logra forrarse con sus libros. Ambos se consuelan diciendo que es tanta la satisfacción que les produce la obra creadora que cobrar encima por ella les parece un abuso. Este modo de razonar es ingenioso aunque a nadie se le oculta el hecho de que a ambos, al novelista y al poeta, les encantaría que tal abuso se produjera: no hay más que ver como cualquiera de ellos menea el rabo ante los poderosos del dinero.
Los libros verdaderamente rentables son aquellos que se dirigen a aclarar los interrogantes que más preocupan a la sociedad. Así ocurre con títulos como el de «cómo casarse con un millonario», «cómo hablar bien en las reuniones de empresa» y otros del mismo estilo. Ahora acaba de publicarse uno que es una «guía del estrés» y que lleva el subtítulo de «¿por qué las cebras no tienen úlcera?».
El estrés es lo que padecen los ejecutivos que se ven obligados a comer muchos langostinos y jamón de Jabugo mientras que el cansancio es lo que siguen padeciendo los jornaleros del campo cuando llevan muchas horas vareando aceituna. Del estrés se repone quien lo padece jugando al squatch enfundado en una sudadera; del cansancio, por el contrario, dándole a las cartas en el bar del pueblo. El estrés es selecto, elegante y uno está orgulloso de su estrés y aun se le exhibe como si fuera un perro de raza o una joya. Porque solo el estrés es lo que otorga al ejecutivo la pátina de su verdadera ejecutividad. El cansancio es grosero, chabacano, un estigma que procede de las penalidades encerradas en el mandato bíblico que nos condenó a ganar el pan con el sudor de nuestra frente. Así como antiguamente la división en clases se expresaba en el sombrero, que llevaban los señores, y en la gorra, que llevaban los menestrales, hoy tal división se expresa en la forma como se designan las inevitables fatigas del trabajo.
-Estoy estresado -dice el director de la fábrica.
-¡Qué jodío cansancio! -dice el recogedor de uva tras una jornada a pleno sol. Suele añadir un taco más sonoro pero los tacos, como son los puñetazos al lenguaje, no deben utilizarse más que en caso de pelea.
En el libro del que hablo se pone en relación al estrés con la úlcera. Y es que parece que entre ambos hay una relación de causalidad de suerte que el estrés no es tal si no desemboca en una úlcera de la misma forma que el Ebro no sería un río si no desembocara en el mar Mediterráneo. Un estrés sin úlcera es un cirujano sin mascarilla o un pintor sin pincel. Es un proyecto de estrés que sólo llegará a ser un verdadero estrés si realmente sabe agenciarse una buena úlcera. Hay una novela de Zunzunegui que se llama precisamente «la úlcera» y en ella el protagonista era un indiano que no se consideraba plenamente feliz ni plenamente indiano si no lograba disponer de una úlcera de duodeno. Pues bien, ahora el ejecutivo sin úlcera es un ejecutivo no estresado y un ejecutivo de tal forma amputado puede darse por perdido en el mundo de los negocios donde impera la velocidad y la urgencia.
El lector avisado es muy probable que se pregunte qué tiene que ver todo esto con las cebras. La explicación es muy sencilla: las cebras son esos animalitos que llevan sus trajes de rayas con enorme dignidad desde hace miles de años. Pues bien, como sabe cualquier aficionado a la historia del vestido, los primeros trajes de rayas proceden de ellas, luego vendría el mil rayas y, más adelante, los cuadros y el príncipe de Gales. Las cebras son pues las inventoras del traje de rayas pero nunca han blasonado de ello porque lo inventaron con la mayor naturalidad, sin darle la más mínima importancia, es decir, sin estrés alguno. Y aquí viene la razón de ponerlo todo junto. Es claro que si las cebras, para inventar el traje a rayas, que es lo único relevante que se les ha ocurrido a lo largo de la Historia, no hicieron el más mínimo esfuerzo ¿para qué lo van a hacer después en empresas que ya no pueden revestir la misma trascendencia? De ahí que vivan felices, sin estrés y sin úlcera.
Ahora bien, cualquiera convendrá conmigo que si para vivir sin estrés hay que imitar a las cebras, irse a África y vivir en una manada, prefiero la úlcera. A ser posible, tratada con Ribera del Duero.