La familia

Los teólogos más teológicos, los pensadores más pensativos, los filósofos más rumiativos y pelmazos, todos se han ocupado a lo largo de la Historia de explicarnos la importancia de la familia, pronunciándose a favor de la misma y de los beneficios que el orden familiar ha reportado a la sociedad. La familia ha sido concebida desde hace siglos, pues, como la pared maestra en la que todo se apoya, piedra sobre la que se edifica, argamasa que compacta, aljibe en suma de los dulces sentimientos y las buenas acciones. Y, en torno a ella, se han fabricado bellas imágenes y metáforas. La del nido es la más lograda porque con ella se evoca el blando regazo, la ternura, el arrullo, las madres, los besos y una dulce vibración de cálidos latidos.

El que haya adoptado a lo largo de los siglos formas diversas es lo de menos porque, pese a las apariencias, ninguna de ellas desaparece del todo sino que, como la materia misma, solo se transforma. Así, la vieja familia patriarcal, propia de los antiguos pueblos de pastores, en la que el padre conservaba a su lado a todos los hijos ejerciendo sobre ellos una autoridad de amplias facultades, parecía muerta y sustituida por formas más evolucionadas cuando, hoy mismo, en este final de centuria, la vemos renacer solo que, claro es, remozada y puesta al día. Ya no existe la autoridad paterna, que ha sido prácticamente abolida como antigualla o cachivache, y si algún padre obcecado intenta ejercerla, le sale tímida, modesta, y tan deteriorada que nadie se toma la molestia de discutirla porque sencillamente se la ignora. Es una autoridad bonsai, light, autoridad de bolsillo, una miniatura de la antigua autoridad. Y, sin embargo, esto no impide que la vieja familia patriarcal se reconstruya hoy en lo que tiene de permanencia de los hijos en la casa paterna. Durante muchos años, estos soñaban con el momento de formar su propio nido porque solo así podían dar rienda suelta a sus inclinaciones lascivas al estar mal visto, en el pasado, yacer en la casa familiar. Era preciso recurrir a fórmulas sucedáneas aprovechando la oscuridad de los cines o, más tarde, a peligrosas contorsiones en el interior de un vehículo, de las que tantas y tan graves hernias y dolencias cervicales se han seguido. Se comprende que, en tales condiciones, disponer de una cama, con muelles y colchón, resultara un sueño, el gran desideratum fálico y fornicativo.

Hoy, los hijos se quedan con los padres enredando en la casa familiar durante décadas y nadie se atreve a formular un pronóstico acerca del venturoso momento en que por fin la abandonarán. Tal perverso comportamiento se debe a las facilidades de que disponen para colmar sus necesidades sin salir del domicilio paterno al haber quedado derogados los antiguos miramientos y considerarse cualquier prohibición como un incalificable acto represivo, machista, discriminador, anticuado y, por lo mismo, execrable. «Vive de tus padres hasta que puedas vivir de tus hijos», reza un refrán moderno que acierta a resumir el pensamiento ordeñador y ganancioso de muchos jóvenes.

De todo ello se sigue que la familia goza de una excelente salud, que sigue siendo baluarte, bastión, fortaleza y llave. La llave de la puerta de la respetabilidad y la seriedad.

-Le aconsejaría que procurase adquirir unos parientes lo antes posible y que hiciera un esfuerzo para presentar a alguno de ellos en sociedad antes de que haya terminado por completo la temporada – aconseja lady Bracknell a un mister Worthing enamorado, que aspira a la mano de su hija, en uno de los inigualables enredos teatrales de Oscar Wilde.

Por todas estas consideraciones, y otras más de las que podría dejar constancia, sorprende que se adopte una actitud crítica ante aquellos prohombres que colocan a sus familiares en puestos relevantes y golosamente remunerados. Que un alcalde instale a un primo en el Ayuntamiento, un ministro a un hermano en la Dirección general del catastro o el presidente de la correspondiente autonomía a su mujer al frente de una tarea cuajadita de recompensas y honores ¿qué demuestra sino la ternura y la admirable sensibilidad de quienes así proceden? ¿a alguien extraña observar a la altiva águila cómo clava su mirada en la Tierra para conseguir el alimento con el que ha de nutrir a su descendencia? Pues si esto es así ¿por qué extraña ver al encumbrado personaje escarbando en el Presupuesto para llevar, colgado en el pico de sus buenos sentimientos, el sustento para sus allegados? ¿Es que somos los humanos menos que las águilas? ¿Es que para un hombre formal y bien constituido hay alguien mejor dotado para recibir prebendas que su propio cuñado? Algún ser con entrañas ¿puede ver a un sobrino inscrito en las infamantes listas del paro?

Un poco pues de seriedad y menos aviesas murmuraciones hacia quienes practican tan elevados comportamientos. Recordemos que familia no viene de famulus, siervo, como a veces se ha defendido, sino de fames, hambre, y de esta sencilla pero implacable referencia etimológica síguese que constituye el primer deber de todo pariente con un mínimo de dignidad aliviar, con los medios a su alcance, el hambre de sus consaguíneos y agnaticios.

 

 

Publicado en: Blog, Soserías

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