Médicos y cirujanos

La medicina no está al socaire de los cambios que el transcurso del tiempo impone como un dictador implacable y precisamente por ello el viejo médico con barba y caspa abundante que salía en las novelas del pasado siglo fue sustituido por otro más fino que tampoco sanaba pero que al menos lo hacía más limpio. Porque, en verdad, que la medicina antigua era una medicina de mucho daño y de mucho aguante, de sangría y torniquetes, de catéter y de perforaciones, también de terribles úlceras que se las conocía como «llagas viejas».

Los más brutos eran quienes se encargaban de las fracturas y las dislocaciones, llamados algebristas, y después los cirujanos militares que acompañaban a los generales en las campañas y que los animaban a iniciar batallas o proseguirlas solo por el gustazo de tener más heridos y poderlo contar después en las veladas de París o de Viena y ligarse más fácilmente a las damas de la alta nobleza. De entre los que acompañaban a Napoleón hubo uno que inventó una forma bastante civilizada de amputar los brazos y ello le valió gran estima y fama de hombre cortés y de muchos miramientos y otro que descubrió el saca-balas y los soldados y los tenientes estaban todos deseando siempre que les metieran una buena bala en el bazo para que se las sacara el cirujano famoso.

Mermó mucho el prestigio de estos hombres cuando un tal Jackson descubrió la anestesia y por eso, al principio, los individuos más encopetados de la comunidad científica se mofaron de él (de siempre los individuos más encopetados han sido invariablemente también los más idiotas) y lo desprestigiaron porque temían que los pacientes no les pagaran ya que, acostumbrados como estaban a sufrir, si, de pronto, entraban en la sala de operaciones y salían después de haberse echado una siesta, podrían sospechar que habían sido engañados. Nada ocurrió, sin embargo, porque solo sanaban los muy protegidos por algún santo relevante y los más se morían como era la costumbre y su obligación. Al final, por ello, se aceptó la anestesia y, más tarde, hasta la asepsia y ya todo perdió mucho porque empezó a darse el caso de individuos que sanaban y esta novedad provocó la lógica alarma.

Había otra medicina que servía para descubrir asesinos y psicópatas a través de un pelo, del esperma, del meconio, del pus o el unto sebáceo, sustancias todas ellas, como se ve, agradables y muy estimulantes. Quien la practicaba era el médico forense que ha sido y es el médico de los muertos y, por ello, el que más aciertos profesionales logra reunir a lo largo de su vida. El médico forense es como el cura que se tiene que conformar con dar la extremaunción a un muerto que es una extremaunción de dudosa validez pues nadie ha podido asegurar nunca a ciencia cierta su utilidad como pasaporte.

Menos mal que, junto a estas prácticas, existió la medicina más humana, la que hacía en España Federico Rubio y Galí que fue un cirujano con unas grandes barbas blancas como las de Tolstoi, distintivo a la sazón de los apóstoles revolucionarios, lo que fue Rubio y ello le acarreó por cierto la persecución de los curas y otras gentes de buena fe. O la de Felipe Trigo que además escribió las novelas porno de la época. Y, sobre todo, la de don Gregorio Marañón, que era un sabio, autor de infinidad de libros (yo los he leído mucho en mi juventud), galeno de gran ojo clínico y muy amigo de Pérez Galdós quien murió en sus brazos, no por su tratamiento, sino porque, así como los demás nos morimos cuando se nos acaba la vida, don Benito se murió cuando se le acabó la historia. Si hubiera reconstituyentes de historia como existen los jarabes quinados, don Benito a buen seguro que aún viviría entre nosotros.

Este siglo ha sido el de las especialidades y por ello el médico general ha sido sustituido por el especialista en ojos, en piel o en huesos. Todo eso es un disparate porque ignora algo tan elemental como el hecho de que el cuerpo humano no es la yuxtaposición de la boca, el hígado, la mala leche y las extremidades inferiores sino algo distinto que se supone armónico y conjuntado. ¿Qué diríamos si en lugar de un sastre existiera un señor que hiciera un bolsillo de delante, otro que hiciera el de atrás, un tercero que confeccionara el pernil derecho del pantalón y un cuarto el izquierdo?

Pero lo que ya resulta una locura sin paliativos es contemplar una hoja de anuncios de las modernas especialidades médicas donde se ofertan algunas tan peregrinas como las de «estimulación temprana», «anorgasmia y vaginismo», «sexología para profesionales» (!), «control del pipí y de las cacas», «fobias», «autoconfianza y autoeficacia», «miedo a los ruidos» …

Tal parece como si el médico, que nació del brujo, estuviera buscando la fórmula de volver a sus orígenes. A la vista de tanto espabilado y osado ¿será preciso escribir de nuevo sátiras como las que contra los médicos escribieron Quevedo, fray Antonio de Guevara, el circunspecto Erasmo de Rotterdam o el circunciso Luis Vives?

 

 

 

 

 

 

 

 

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Publicado en: Blog, Soserías
Un comentario sobre “Médicos y cirujanos
  1. Sanrtiago Trancón dice:

    Gran artículo, lleno de humor y sabiduría. Seguramente el mismo sagaz razonamiento deberíamos aplicarlo a otras «profesiones»: político, economista, abogado…

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