Todavía no estamos saliendo del galicismo “poner en valor” y ya nos adentramos en un adjetivo que hace furor en radios y comunicados.
Porque, se convendrá conmigo que, de un tiempo a esta parte, nos pasamos el día “poniendo en valor” todo lo que nos rodea: el gobierno, sus hallazgos que van a hacer las delicias de la masa votante; los de la oposición, las suyas que también están destinadas a avizorar un horizonte pleno de esperanzas y relleno de confites y almíbares. Pero también el entrenador de balompié quiere “poner en valor” al delantero centro y el modisto a su modelo más grácil y de mejores hechuras. El rector quiere poner en valor el convenio que acaba de firmar con la Comunidad autónoma por el que se compromete a que se explique derecho civil en la Facultad de Derecho, el mesonero sus huevos escalfados en jamón y salsa de tomate y el alcalde a la virgen patrona que anda muy descuidadilla últimamente y necesita ser puesta en valor ante los fieles.
Es decir, que estamos haciendo un esfuerzo por ponerlo todo en valor, en calor, en temblor … lo que sea siempre que nos permita repetir el topicazo sin olor ni color.
No nos hemos curado de este hallazgo expresivo y hemos dado con otro. Invito al oyente o lector atento y advertirá cómo se está extendiendo, cómo está trepando por las laderas labradas de nuestras conversaciones el adjetivo “potente”. Vamos a organizar un ciclo potente de conferencias y potente va a ser la salida a bolsa de las acciones de la sociedad “la esmirriada y cía”. Potente es el chándal que se va a llevar y potente será la salida de vehículos el próximo puente. Potente es la huelga, la excursión etc.
Normalmente las personas, cuando llegamos a cierta edad, ya tenemos nuestro lenguaje más o menos troquelado y nos cuesta trabajo asimilar nuevas expresiones y nuevas palabras. Ello se debe a la rutina que nos invade, a la pereza por dar acogida a sorpresas expresivas y a qué sé yo cuántas debilidades más de unas mentes que han abandonado el vuelo alegre y decidor y se limitan a caminar con muletas. Somos una caja de música repetitiva.
Por eso tonifica y hay que poner en valor a quienes son capaces, aun habiendo retorcido ya el almanaque, de empezar a emplear adjetivos potentes, que enriquecen nuestra habla y nos aventuran por parajes inéditos. Es una habilidad que indica juventud, aliento de vida, escalofrío de deseos, temblores del cuerpo y de la sangre que se renuevan.
De manera que el nuevo hablante potente es un adolescente eterno, un Peter Pan, un Dorian Grey … un ser admirable en su frescura intelectual.
O acaso me equivoco y en puridad es un cretino que, precisamente a falta de un vocabulario propio, engastado en la lectura, sumergido en el oleaje poético, recurre a los cuatro tópicos potentes que pesca por aquí y por allá.
Es decir, el compatriota que no sabe que el lugar común es la fosa común de las ideas.
Qué bueno es usted, profesor Sosa. aparte de aprender y de hacerme reflexionar me lo paso en grande. Este finde voy a pensar en profundidad qué es lo que puedo poner en valor de nuestra política y políticos. ¿Encontraré algo lo suficientemente potente?