Las deficiencias de que se acusa a las instituciones europeas son en su mayoría incumplimientos y trapacerías de los Estados nacionales pero estos venden mejor su mercancía y saben señalar con mayor eficacia al “monstruo de Bruselas”. La política de inmigración es el ejemplo de manual: nadie hace caso a las propuestas de la Comisión pero, en el decir de las gentes, “Europa no hace sus deberes con los refugiados”. Los ejemplos podrían multiplicarse echando mano de la política energética, de transportes o de la agenda digital …
Esta realidad es inequívoca. En esta misma línea, consistente en hacer cada cual la guerra por su cuenta, se están abriendo dos nuevas vías de agua con consecuencias imprevisibles pero ya intuimos que graves: una es la proliferación de referendos aquí y acullá siendo el último la simpática iniciativa del gobierno húngaro de convocar uno sobre la citada política de inmigración. La otra es la tramitación de los tratados comerciales con Canadá y los Estados Unidos (conocidos por sus siglas CETA y TTIP).
Como ha denunciado hace unos días Martin Schulz, presidente del Parlamento europeo, en las páginas del Frankfurter Allgemeine Zeitung, el origen de muchas tribulaciones europeas hay que buscarlo en las actitudes propaladas por ese batallón de simplificadores que inundan cenáculos y círculos políticos, en general, políticos chirles que para todo encuentran un chivo expiatorio pero nunca explican sus soluciones.
El referéndum, parece mentira tener que insistir en ello, es desde siempre el instrumento preferido de los dictadores y a los jóvenes españoles conviene recordarles que, entre las llamadas Leyes fundamentales del franquismo, gris sucedáneo de una Constitución, se hallaba la que regulaba el referéndum porque convocar a los españoles por esta vía entretenía mucho al “Caudillo”. No hay mejor forma de tergiversarlo todo que hacer una pregunta directa al pueblo sobre una cuestión ardua. Nosotros nos quedamos, más comedidamente, con las experiencias -de éxito- que se han desarrollado en Alemania, sobre todo después de la unificación, consistentes en ampliar las formas de democracia directa en el ámbito municipal y también en relación con muchas políticas regionales, asuntos acerca de los cuales los ciudadanos pueden disponer de todos los datos necesarios para emitir un juicio sin necesidad de seguir un curso especializado. Ya los autores de los “papeles federalistas”, fundadores del constitucionalismo norteamericano, dejaron constancia de sus reticencias frente a la democracia directa y la historia les ha dado la razón porque las causas más reaccionarias han vencido en los USA muchas veces gracias a los referendos que permiten a los grupos de presión y a organizaciones estrambóticas circular con una libertad que no es usual en los pasillos de los parlamentos y asambleas. En definitiva, toda la prevención es poca ante el gobernante que recurre al referéndum para dar el gato de un gatuperio político por la liebre de la democracia sabiamente gobernada.
Especialmente esto es cierto en el ámbito de la Unión europea donde solo gobernantes mal intencionados y populistas recurren a la consulta popular para socavar o condicionar políticas que han de ser adoptadas por las instituciones comunitarias, sea el izquierdista griego o el derechista húngaro u holandés. Para luego hacer por cierto lo que buenamente les parezca. Construir Europa es reforzar los procedimientos y adopción de decisiones conflictivas de forma conjunta, tras arduas negociaciones, no alborotar el cortijo y hacer rancho aparte.
La otra vía de agua citada es la aprobación de los Tratados comerciales: de momento con Canadá y, después, vendrá el de los Estados Unidos, si no descarrila antes. En el caso de Canadá es la propia Comisión europea la que ha sembrado el camino de cáscaras de plátano. La calificación del Tratado como “acuerdo mixto” implica la necesidad de su aprobación por los Parlamentos nacionales: “su plena entrada en vigor estará sujeta a la ratificación por parte de la UE, mediante una Decisión del Consejo con la aprobación del Parlamento europeo, y por todos los Estados miembros de conformidad con los procedimientos nacionales de ratificación pertinentes” (documento de 5 de julio de 2016).
La primera pregunta inquietante es: ¿Solo los parlamentos nacionales están llamados a esta tarea o también los regionales? Decimos esto porque de momento en Alemania ya se oyen voces exigiendo que, además del Bundestag, se pronuncie el Bundesrat, es decir la representación de los Gobiernos de los Länder. En Bélgica, por su parte, tienen la misma consideración los parlamentos regionales que las Cámaras federales y así podríamos seguir con otros ejemplos extraídos del derecho constitucional de los Estados.
Todo esto suena al “garbuglio” que invoca Bartolo en “Las Bodas” mozartianas: “… con un equívoco, con un sinónimo ya se encontrará cualquier enredo …”. Porque bien podría la Comisión haber defendido el carácter exclusivo de las competencias afectadas por el Tratado (unión aduanera, funcionamiento del mercado interior, política comercial común) y haber evitado así el paseo por los Estados nacionales.
Haber optado por la vía señalada permite augurar un futuro más que incierto a este Tratado que tantos beneficios ha de producir a juicio de la misma Comisión que cita, entre ellos, los de permitir a las empresas europeas concurrir a los contratos públicos canadienses o reducir los derechos de aduana con efectos positivos para consumidores y empresarios, en fin, facilitar el reconocimiento de las cualificaciones profesionales (ingenieros, economistas, arquitectos …). Todo ello, insistimos, según la lisonjera enumeración que realiza la propia Comisión.
Con los obstáculos que ella misma ha aparejado es probable que tales ventajas no se lleguen a aplicar jamás o se apliquen, de forma asimétrica, en unos Estados y no en otros si es que todo ello es posible desde el punto de vista técnico.
En cualquier caso lo que se advierte es que la Comisión, centro neurálgico de las instituciones europeas, acepta convertirse en una simple mediadora entre los Estados de la Unión y otros países extranjeros renunciando al papel esencial y conformador que le asignan los Tratados. Llevando así el principio de subsiariedad a sus máximas y más arriesgadas consecuencias ¿no se da cuenta la Comisión que está socavando de manera irremediable su autoridad? ¿no queda además el Parlamento europeo en un lugar poco brillante, como un parlamento más y no como el depositario de la voluntad popular europea, lugar donde ha de quedar ajustado el interés general europeo?
Cuando creíamos que eran solo los populismos de derecha e izquierda los que están desdibujando el edificio europeo nos encontramos, de forma inesperada, a la mismísima Comisión europea colaborando en esta tarea tan poco lucida.
Francisco Sosa Wagner y Mercedes Fuertes
(Publicado en el periódico El Mundo el día 14 de julio de 2016).
He leído el magnífico y razonado artículo que han publicado en El Mundo sobre “Europa, dos vías de agua”. Evidentemente es bueno, oportuno, justo y adecuado. Se ve que conocen los principios del funcionamiento grupal (sea cual sea su tamaño), la Cohesión refuerza el sentimiento de Grupo, el Fraccionamiento, es la primera señal de que está manejado por fuerzas destructivas camino de la Dispersión.
Ya le he dicho lo que pienso de Uds.: los “Europeístas militantes” en ese esfuerzo titánico de seguir reforzando línea de unión a una entidad que está pujando siempre por privilegios individualistas. Tal vez al final resulte un penoso trabajo de Sísifo, pero – tomando como metáfora nuestra afición taurina – valoro esa actividad tan difícil y sutil como la de dar pespuntes de hilos de seda con dedos de monja a una taleguilla desgarrada de forma salvaje. ¿Lo conseguirán?. Lo desearía.
Permítanme que al lado de esas bases de realidad jurídica y sociopolítica, exprese mi opinión personal, vulgar, subjetiva y emocional, en nada ligada a mi profesión ni a conocimientos dignos de tenerse en cuenta. Tal vez sea simplemente una “redacción” de desahogo.
No admiro a los ingleses. Me parecen criaturas básicamente perversas a las que un punto de sometimiento a formas rígidas de conducta junto a una educación victoriana las han hecho presentables. Nada más. Pero tienen dos cosas envidiables: Primero su vitalidad (han conseguido que el mundo tenga el latido de Trafalgar Square y la burocratización altisonante de la City). Y segundo, su capacidad para la Supervivencia; parecen tener extrañamente enredado en su ADN códigos de rata que les permite superar cualquier catástrofe sin sufrir desbordamientos institucionales. Son así, odiosos pero imperecederos. Su Brexit de ahora, me temo que sea para ellos un desafío en minúsculas.
Se van de Europa, no solo por el error – inmenso – de un político torpe que se creyó buen jugador de póker en un país que juega al bridge, sino porque saben que Europa ya es futuro inmediato inhabitable. Su Brexit no es más que una repetición casi fotográfica de la Retirada de Dunkerke.
El mundo, lo sabemos, soporta otra Guerra Mundial, no tan latente como parece y que ha elegido inevitablemente Europa como terreno de justas. Ejércitos sin armas pero exigentes de dominio y territorios como es la emigración masiva desde el Este asiático exige su cuota de conquistadores. Se la tenemos que dar. No tenemos recursos que oponer a la victimosidad ni a conmovedoras imágenes que teniendo como diana el triunfo mediático se ponen al servicio de intereses bastardos. Tenemos la batalla perdida.
Lejos, muy lejos de esta infantería humana está el mundo poderoso de la tiranía que viene siempre arrastrada con el Sol, que maneja sus bombas y sus ataques con frecuencia y precisión electrónicas. No sabemos ni cómo ni cuándo van a venir sus órdenes, a lo más que aspiramos es a ser observadores de pelotones de ejecución de hombres, ciudades y culturas.
Europa está vieja, vencida y muerta. Su civilización, la herencia de más de 25 siglos que nos dejaron los griegos, desaparecerá bajo religiones gritadas de otros lugares. Las Cruzadas se nos han cruzado y ahora nos toca ser infieles derrotados.
Los ingleses lo saben, su instinto de supervivencia de rata lo ha adivinado antes que nadie y saltan del barco para ganar la orilla. Allá, desde el otro lado de las aguas del Canal de la Mancha se amurallan para oír nuestros quejidos.
Su gobierno será un gobierno de piratas estilo Drake, que intentarán llevarse de Europa lo que va dejando el desmantelamiento contumaz que ejecutan viejas ideologías de cobardes prácticas, o nuevos poderes desalmados que reclaman actualización de regresiones salvajes. Sus negociaciones “oficiales” serán incursiones del Almirante Nelson sobre minorías petulantes. Nos “pueden”, saben huir.
A Gran Bretaña le falló esta vez su amante añosa pero coqueta y repintada. Ella, Europa, no necesitó de un toro salvaje para el rapto, un leve bramido la volvió monja asustada y descuartizada buscando celdas oscuras de refugios ensimismados.
Ahora, la Gran Bretaña, necesita recuperar su narcisismo perdido en esa fallida relación objetal. Le sobra arrogancia para parecer perenne y creer bastarse a sí misma.
¡God save the Queen!
Que muy poca gente los quiere, caramba. Que no son tratados commerciales; las tarifas ya están a los niveles más bajos de la historia moderna. Que son reformas constitucionales encubiertas.