Este artículo no tiene título

Poner el título a una obra es una tarea bastante complicada en la que no siempre se acierta. A veces el autor tiene en la cabeza todo el libro pero le falta el título que es como el dintel bajo el cual pasamos para meternos en la guarida donde habita el ingenio. Pero el título es a veces también escotillón, o sea, una trampa tendida al lector, o el ojo de buey por el que se mira desde el interior literaturizado al exterior, o incluso la branquia por la que la novela respira. Tiene algo también el título de orla, de cinta alegre, aunque, cuando el libro es fúnebre, el título se convierte en epitafio. Hay títulos estremecedores como el de «Aullido de licántropo«, un libro de poemas terribles, y otros definitivos como el de una obra de Arrabal que se llama «Bestialidad erótica«. A mí, uno de los que más me gustan de este siglo es el que dio Ramón Pérez de Ayala a una de sus novelas poemáticas y que es el de «la caída de los Limones«, siendo los tales Limones una familia venida a menos y que por cierto recuerda a otro, éste de un poeta americano, que se llamaba «la gloria de los Ruiseñores«, otra familia con un hombre perverso dentro que perpetraba todo tipo de tropelías. Hay una edición antigua de relatos de Clarín que empieza por uno que el autor llamó «el Señor» y la colección lleva por título «El Señor y lo demás son cuentos«. Esto está muy bien porque es suavemente ingenioso.

Es conocida la anécdota de Baroja a quien un joven escritor le pidió ayuda para titular una obra. Don Pío le preguntó si en en la misma salían tambores o trompetas y, como quiera que el novel autor contestara negativamente, Baroja le dijo: «pues ya lo tiene usted: «ni tambores ni trompetas». Este es el título que he llamado antes escotillón o trampa, en cierta manera como el de Mihura al llamar «melocotón en almíbar» a una de sus obras teatrales y así tantos otros ejemplos que un erudito podría aportar.

La mayor parte de las gentes no reparan en este asunto trivial de los títulos prefiriendo títulos más consistentes como los títulos al portador o los de la Deuda pública. Hace poco se ha hablado mucho de la «titulización» de las eléctricas lo que ya me parece una zafiedad sin remedio aunque, como toda zafiedad, ha sido un negocio trufado de ganancias astronómicas.

El escritor es quien más se devana los sesos a la hora de titular mientras que los demás creadores despachan el compromiso sin originalidad  alguna. Los compositores van poniendo a sus obras números ordinales y así llaman la Sinfonía número 1, la 2, la 3 hasta que se les agota el estro musical. Hay excepciones, Haydn puso título a muchas de sus sinfonías, algunas veces burlesco porque era un buen cachondo el travieso de Joseph. Pero, como regla general, los músicos, cuando ponen la última nota, se van a la cama tan contentos diciéndose a sí mismos «he acabado el opus 23». El escritor Fernández Flórez se inspiró en este proceder para llamar a una de sus novelas «la número 13».

Un pintor que acierta a llevar al lienzo a una señora con un paraguas llamará a su composición «señora con paraguas» y, si el fruto pictórico es un abrigo en un perchero, el título será «abrigo en perchero». Así es muy fácil pero demuestra fatiga mental.

Me atrevo a pedirle, lector, que avive su imaginación y le ponga un título a este artículo.

 

 

Publicado en: Blog, Soserías
2 comentarios sobre “Este artículo no tiene título
  1. Rosa dice:

    «De títulos»

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