Imprecación del donut

La España de las autonomías, de los hechos diferenciales, de las lenguas diversas, esa misma España acepta ser unificada por el donut, nueva y deplorable unidad de destino en lo universal.

Nadie ha reparado en el hecho de que resulta un contrasentido clamoroso reivindicar una lengua, unas señas de identidad, varias batallas y media docena de santos propios a lo largo de la jornada laboral y haberse tragado un donut como primera providencia matutina. Es preciso decirlo en voz muy alta: quien se somete a este acto de barbarie gastronómica unificadora ha perdido toda autoridad para proclamar particularismos y singularidades, ha dilapidado su crédito vindicativo porque admite la peor y más lamentable de las formas del dominio extranjero: aquella representada por la colonización culinaria.

Es probable que España no haya aportado grandes inventos al avance de la humanidad pero en España se confeccionan unas magdalenas que hubieran hecho llorar lágrimas de emoción a Proust, unas magdalenas esponjosas, horneadas en su justo término, con el adecuado punto de levadura y de huevo, magníficas … la magdalena española es un emotivo homenaje a aquella buena mujer a quien Jesús se apareció tras resucitar.

Pero España es también solar de una repostería impar que se manifiesta rica y diferente en cada una de sus regiones y que conoce manifestaciones de gran delicadeza, entre las que se cuentan manjares tan distinguidos como los hornazos, las tortas de aceite, las medias noches, los mojicones, las ensaimadas, las galletas, los bizcochos, los sobaos, las marañuelas, las mantecadas ¡ah, las de Astorga, filigrana sutil e importante! He escrito hace poco que las monjas españolas no tienen vedada la administración de los sacramentos por oscuras razones teológicas sino porque la Iglesia quiere que se dediquen al más excelso de todos ellos, al sacramento de la alta gastronomía, y así salen de sus manos litúrgicas todo tipo de exquisitas pastas, tortas y tartas.

Pues ¿qué decir de las roscas, rosquillas, roscos y roscones? Precisamente son estas expresiones de la sabiduría española las que han inspirado al creador del donut, que es al cabo un rosco, pero al que le falta la gracia de la historia y el encanto de la tradición habiendo quedado tan solo en figura correosa y anémica en forma de cero, cifra ésta que no es una casualidad sino más bien la muestra de lo que el donut representa: la nada gastronómica, la nada dietética y, claro es, la nada artística.

España es también, amables lectores, el país de los churros, fritos éstos que, cuando están hechos a ley y bien calentitos, adquieren, al sumergirlos en el café con leche o en el chocolate, rango de voluptuosidad, de deleite incomparable. Quien teniendo cerca unos churros o unas porras se come un donut merece un castigo de rango: o la retirada de la VISA u obligarle a leer de un tirón Os Lusiadas de Camoens.

Aceptamos en su día el «croissant» porque venía de Francia, tierra de pecados y de revoluciones, y todo español bien constituido es gustoso de aquellos y proclive a estas y, además, nosotros hemos españolizado este dulce dándole una textura diferente. Si es peor o mejor es ya otra cuestión que no puede despacharse aquí alegremente porque bien merece una tesis doctoral. Pero el donut americano merece otro trato en esta España de tan ricas mantenencias, merece sin más la condena inapelable que se administra a cualquier sacrilegio. Quedan todos advertidos: desayunar un donut es la forma contemporánea de comulgar con ruedas de molino.

 

 

Publicado en: Blog, Soserías
2 comentarios sobre “Imprecación del donut
  1. Me quedo con nuestra magdalena porque es nuestra y porque está más rica.
    Un Saludo D. Francisco.

  2. Acabo de probar esta semana santa en mi pueblo una tarta real. Sobre una base de bollo esponjoso, ya de por si un deleite, le han colocado chocolate, azúcar y una crema de almendras con un toque amargo que, mezclado en la boca, producen una suavidad de espectaculares sabores. Si lo acompañas con un café con leche caliente en el desayuno sí que empiezas el día con alegría.
    Tiene usted razón profesor. Es un sacrilegio desayunar con un donuts, sobretodo porque te privas de pequeños placeres de dioses.

    Un afectuoso saludo

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