Antiguamente, para entrar a trabajar en una empresa, se hacía a los aspirantes pasar la prueba de un dictado y de una regla de tres y, si se trataba de un puesto de alta dirección, era preciso además resolver una raíz cuadrada, lo que siempre fue una de las torturas más diabólicas perpetradas por la Humanidad. Todo ello sin la ayuda de máquina calculadora, contando con los dedos, como los castizos. Si lo que quería el aspirante era ingresar de cartero o de registrador de la propiedad hacía oposiciones, que es algo muy parecido a un torneo en el que unos pobres y pálidos diablos recitan temas y unos severos señores de bruna mente aprovechan la ocasión brindada por los ejercicios para sestear con convicción y fruto.
Vino luego el «test» moderno y americano y los cálculos matemáticos fueron despedidos con una palmada en el hombro y sustituidos por preguntas estúpidas que habían de ser contestadas de forma igualmente estúpida. Pasar el test se convirtió en sinónimo de pasaporte para la gloria oficinesca mientras que el desdichado que no lograba superarlo adquiría el estigma del majadero. Se implantó así el reinado de la mentecatez. Y es que, gracias al «test», se ha perdido el sentido de la escritura y el hábito de hablar aunque, a cambio, se han multiplicado las faltas de ortografía y hoy día no hay persona de cierto renombre que no las ponga con diligente profusión. Hay en la actualidad el infractor de la gramática como hay el transgresor del Código de la Circulación y ambos se conducen con el mismo orgullo y la misma íntima satisfacción de burladores.
Pero la última invención en punto a la selección de personal viene ahora de la mano de la moderna dirección empresarial. Según refieren los periódicos, están ya en España, han llegado a nuestro suelo y hay que saludarlos con la esperanza que merecen, los «assessment centres«, que a partir de ahora serán los encargados de valorar y examinar a los aspirantes a un puesto de trabajo. Se trata del no va más porque al «test», que tanta gloria nos ha dado, se le añade ahora la «prueba interactiva» con la que ya la puntería para seleccionar al mejor no puede fallar al instaurarse un «proceso estandardizado de análisis diseñado para minimizar los riesgos», todo ello en busca de la «multioperatividad». El desaliento de España, los males de la patria que lloraran Costa y aquellos pelmazos del 98 se debió a la carencia de «multioperatividad», que ha sido una desconocida por estos pagos hasta nuestros días, justo hasta que ha sido anunciada por estos heraldos del futuro comercial y cotizable que son los «assessment centres».
En ellos todo es seriedad y magnífica concentración mental. Lo primero que se necesita para actuar es «relacionar un máximo de ocho competencias por cada puesto» ya que un mayor número produciría un seguro desconcierto. Cada competencia ha de ser «evaluada al menos con dos herramientas» porque, de otra forma, corremos el riesgo de perder uno de los objetivos básicos: la «personalización del proceso».
A partir de ahí todo parece coser y cantar: al término del «assessment» se debe realizar una «puesta en común» y proporcionar «feedback» a los participantes, que no es darles la merienda como algún troglodita puede imaginar sino algo de mayor enjundia y relevancia. En este momento, el aspirante debe demostrar «inteligencia emocional» porque, si no es así, no pasa a las otras pruebas quedando en la penosa situación de «conductualmente observable», lo que resulta más infamante que un suspenso en la selectividad.
Sin embargo, quien está adornado de esa exótica forma de expresión de la inteligencia, puede someterse ya a los «scheduling exercices» y, superados éstos, a los «fact-finding», al término de los cuales tiene el candidato que tomar una «decisión integradora de diversas técnicas». Vienen luego para la víctima los «in tray» en los que habrá de «chequear una carpeta llena de documentos, organigramas, cifras y gráficas». Lujuriosa y del más subido interés.
Si lo logra de forma plausible, llegará a la última fase que es la de las pruebas «Role-Play«, la más compleja y emocionante porque es más interactiva que ninguna al colocar al examinando en un conflicto con otra persona. Esto siempre es temible porque tradicionalmente una situación así suele acabar en un par de guantazos o en el intercambio de algunas groserías, muchas veces relacionadas con el origen materno de los trabados en la misma. El «Role-play«, que es un ejercicio entre señores educados y de severa confianza mercantil, quiere evitarlo pero, como su función es provocar la bronca entre los candidatos, no se puede descartar un fin de mamporros o sopapos.
La gloria es lo que aguarda a quien ultima todo este concienzudo proceso de forma victoriosa: aceptado para el puesto pasa sin más a vender aspiradoras de por vida en la zona oriental de Andalucía.
¡Ay, Señor, la de vueltas que hay que dar y lo mucho que es preciso disimular para colocar a un primo!