De nombres y calles

 

 

 

Es una pena que la alcaldesa de Madrid, después de alentar a uno de sus concejales a cambiar la denominación de algunas calles de la capital, haya decidido suspender el expediente en el que iban a caer nombres como Enrique Jardiel Poncela, Eugenio D´Ors, Salvador Dalí, Gerardo Diego, Josep Pla, Ramón Gómez de la Serna y otros descarriados de la historia y de la cultura, que bien merecen ser fusilados en el papel del callejero.

 

Por cierto, echo de menos en la lista de caídos a Manuel Machado, acaso salvado porque él mismo confesó poseer “el alma de nardo del árabe español” y el horno no está para el bollo de fusilar a un árabe. Y tampoco está Miguel Mihura que encima tiene nombre que suena a ganadería de toros bravos, otro mundo a exterminar y dejarlo zarpar entre salmos de ternura hacia la dehesa de los muertos.

 

Es preciso imaginar, ironías aparte, al zoquete tuitero revestido de la condición de concejal madrileño provisto de un lápiz, rojo por supuesto, en el momento de ir borrando morosamente, desde las nieblas de su mente bruna, nombres y más nombres que le sonaban a mugre española. ¡Ah, si este hombre hubiera tenido, en lugar de un inocente lápiz, un buen pistolón! En esa añoranza se consumía el buen fusilador de papel, el soñador de las cunetas.

 

Y digo que es pena que el expediente se haya suspendido porque quedaba la segunda parte: la de sustituir los cadáveres infectos que habitan los espacios fríos de una cultura muerta por apellidos bendecidos ya por los nuevos mandamases con el agua de sus tópicos, negros, oscuros, como salidos de unas sombras siniestras, las sombras precisamente de la necedad.

 

Quevedo dejó escrito que no hay calle más larga que la de la hipocresía. Tenía razón el agudo preso de san Marcos y la sociedad nos da todos los días pruebas acabadas de esta observación tan certera como perturbadora.

Pero la ciudad es ancha y está pletórica de espacios y de recovecos de manera que por la calle de la hipocresía llegamos a la avenida de la estupidez y desde ella desembocamos en la plaza del sectarismo donde habita el fanatismo y la intransigencia, los vecinos más activos del barrio y quienes mejor se mueven para imponer la ley de su medianía

Estoy seguro de que estos nombres de calles -al sectarismo, a la majadería- quedarían intocados por el lápiz del concejal a quien, si conociera la obra de Dalí, le habría gustado que las calles fueran blandas como los relojes del de Cadaqués, blandas para hacer juego y rima con su cerebro blando …

Quienes tanto han hecho para acabar con los desahucios injustos han querido desahuciar a Jardiel, a D´Ors, a Diego etc de las calles en las que habitan indefensos y callados como árboles, como espectadores de un trasiego que les es del todo ajeno.

Ahora imaginemos el paseo de estos hombres, apeados de sus letreros, juntándose como vagabundos expulsados de sus tumbas y charlando entre ellos acerca de la furia del concejal a quien no pueden regalar ninguna de sus obras porque, si llegara a interesarse por ellas, supondrían el derretimiento de sus certezas, el encuentro con los saberes y, lo que es letal, con la ironía que desbarata y sonríe desde su palco burlón. Es decir, el final de su concejalía. El fusilador, fusilado.

 

Publicado en: Blog, Soserías
Un comentario sobre “De nombres y calles
  1. Angel Luis dice:

    Estupendo, incisivo y realista tu comentario.

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