Reunión de comadres en un jardín que tiene una fuente, un magnolio, dos gorriones inapetentes, tres docenas de hormigas y dos lombrices, una en un arriate y la otra en el intestino de Cetina, mujer de piel de esparto y uñeros mortificantes en sus pies enormes; a Cetina la llaman la de las cestas porque hace banastas; junto a ella, se sienta y se da aire, Cirila, una víctima más de las arbitrariedades del tiroides y a la que se conoce por la de las sectas porque pasó muchos años en su juventud, no bien empezaba la primavera, intentando fundar una secta lo bastante herética como para molestar; enfrente se encuentra, con las piernas apoyadas en un escabel, Crispina, varicosa y con modorra de buey; a esta Crispina la llaman la sexta porque es la sexta manceba que se conoce al batihoja Bautista. A veces, se entregan al chismorreo como en esta ocasión pero también leen novelotas y folletines. Una de ellas, Cetina, leyó una vez un poema que le encantó dedicado «Al apacible Cristo de las doce espinas y las siete llagas».
Cirila: ¡Vino por el hayedo!
Crispina: ¿Por el hayedo?
Cetina: ¡Por el hayedo, ni hablar! Escondido tras las caballerizas.
Cirila: Yo lo sé por el señor arcipreste que iba bien de mañana a decir la santa misa.
Cetina: ¡Y yo por Mamerto, el mamporrero, que iba camino de su concomitante ministerio!
Cirila: Por las caballerizas o por el hayedo, el caso es que llegó como Dios lo trajo al mundo.
Cetina: Así es: ¡desnudito y con una verga de las de palmo y medio! Mamerto, que para estas mediciones le sobra experiencia, me ha confiado la seriedad del formato.
Crispina: ¿Desnudo?
Cirila: Tuvo que salir de naja…
Cetina: Y seguido por los ojos horrorizados de las madres… Y por las tijeras que blandía Macario, el cosario…
Cirila: ¡La madre Tecla se desmayó! ¡La hubieron de sangrar!
Crispina: ¿Es verdad que fue al abrir el baúl?
Cirila: Antes de abrirlo, se oyeron ruidos raros…
Cetina: No, no se oyó nada.
Cirila: Lo que ocurrió fue que Macario, el cosario, subió el baúl hasta la capilla donde las madres trabajaban oliendo las azucenas y cantando salmos…
Cetina: Cuando vieron a Macario, el cosario, dejaron de oler las azucenas y de cantar los salmos y se apiñaron alrededor del baúl…
Crispina: Pero el baúl ¿se abrió sólo?
Cetina: ¡Quiá! El baúl…
Cirila: El baúl lo abrió Macario…
Crispina: ¿Y fue entonces cuando…
Cetina: Bien acurrucadito apareció Fructuoso, el rijoso…
Cirila: Intentando taparse sus vergüenzas con las manos…
Crispina: ¡Oh!
Cirila: ¡Oh! Eso fue lo que dijeron las madres…
Cetina: … esperaban el san Sebastián que habían encargado y que debía llevarles Macario, el cosario …
Cirila: ¡Y apareció Fructuoso, el rijoso!
Crispina: ¡Un milagro!
Cetina: ¡Qué milagro!
Cirila: ¡Una trampa de Macario, el cosario!
Crispina: ¿Una trampa?
Cetina: ¡Una trampa y de las buenas!
Cirila: Que se la tenía bien merecida Fructuoso, el rijoso…
Cetina: Y que lo digas, que hasta a tí, Cirila, te quiso llevar al huerto …
Cirila: Hija, lo dices de una forma, como si una no tuviera todavía las carnes bien blancas y prietas…
Crispina: ¿Quereis dejar de tiraros puyas y contar qué hacía Fructuoso el rijoso metido en un baúl que debía contener una imagen de san Sebastián?
Cirila (señalando a Crispina): Esta está lela… ¿Pero tú no sabías que…
Cetina: que Fructuoso …
Cirila: asediaba …
Cetina: a la mujer de Macario, el cosario…
Cirila: y que ella …
Cetina: le tiene ley al marido…
Cirila: por eso le propuso…
Cetina: dejarle que…
Cirila: entrara en la casa…
Cetina: cuando no estuviera Macario…
Los ojos de Crispina, la sexta, miraban alternativamente a Cetina, la de las cestas y a Cirila, la de las sectas para no perder ripio de lo que sus amigas le contaban. Los gorriones picoteaban indolentemente unos granitos de alpiste y las hormigas iban y venían como luctuosos paseantes de domingo. Lejos, más allá de las bardas del jardín, se oían los trinos de un señor con voz de bajo y que, por lo tanto, cantaba alto.
Cirila: y que él, Macario…
Cetina: volviera…
Cirila: precipitadamente…
Cetina: y ella…
Cirila: le escondiera en el baúl…
Crispina: ¡Oh!
Cirila: Macario, el cosario, entró, cogió unas buenas tijeras, cerró con llave el baúl…
Cetina: y se lo echó a la espalda..
Crispina, la sexta, preguntó todavía para qué había cogido Macario, el cosario, las tijeras. Pero Cetina, la de las cestas y Cirila, la de las sectas se miraron con esa mirada inteligente que solían poner por las tardes a la caida del sol y que era como una especie de guiño cómplice que hacían al soberano astro y renunciaron a seguir desmenuzando más el asunto.
Entonces, de forma totalmente esperada cayó el telón, calló el narrador y desaparecieron hasta las lombrices que tanto color habían dado a la escena.