Almanaques y muslos

Ahora que comienza un nuevo año es época de colgar un nuevo almanaque para poder prever con exactitud el día y la hora de nuestros incumplimientos. En el Paraíso no existía el Tiempo pues que en él todo se iba en un vagar bobalicón y desgualdrapado de sus moradores. Pero hubo un momento en el que los días y las horas, los meses y los años, todavía increados, se hallaban como al acecho, esperando que se les reconociera en la Creación su identidad reiterativa y fastidiosa. Bostezaban y se aburrían hasta que, aprovechando la salida del Sol, se reunieron para decretar que, con el gran y refulgente astro, había nacido precisamente el día. Pero contar por días era muy pesado porque los humanos tenían que celebrar los cumpledías y el lío de regalos y de festejos hacía imposible una vida razonable y mesurada. Esta fue la gran oportunidad de que se sirvieron los meses y los años para reclamar su presencia en el cómputo del Tiempo. Desde entonces se celebran los cumpleaños que, aunque son fiestas cargantes, se sobrellevan con dignidad y han aportado un cierto orden al desenfreno precedente.

El mejor calendario que ha existido era el que publicaba Plá en las páginas de la revista «Destino» porque se llamaba «Calendario sin fechas» lo cual siempre me pareció un gran hallazgo destructivamente burlesco pues quitar las fechas al calendario es como quitarle los números a los índices de la Bolsa, es decir, la idea más revolucionaria que es posible poner en circulación en esta sociedad asmática.

Eran muy divertidos también los almanaques de los siglos antiguos que contenían pronósticos acerca del tiempo, prodigios, horóscopos y otras supersticiones así como consejos a los agricultores o a los navegantes, todo muy inútil y, por tanto, muy entretenido. El gran mago en el siglo XVIII de esta variante de la distracción literaria fue don Diego de Torres y Vallarroel, que se hizo catedrático de Matemáticas en Salamanca aprovechando su extensa ignorancia de esta ciencia, y que se ganaba realmente la vida con sus «Almanaques y Pronósticos», lo que le dio gran fama entre sus contemporáneos. Torres predijo la fecha de la muerte del más breve de los reyes españoles, el desdichado Luis I, hijo de Felipe V y de María Luisa de Saboya, y también otro acontecimiento de más largo aliento, la Revolución francesa, respecto de la que falló sólo en un año pues su cálculo le llevó al año 1790. Le llamaban «el gran Piscator», título éste de los viejos calendarios milaneses que, por sinécdoque, pasó a ser el nombre de todos estos almanaques de periodicidad anual con pronósticos meteorológicos. El «Zaragozano» es la muestra contemporánea de esta especie.

Pero hoy existen otros almanaques: los hay elegantes y repolludos, artísticos y estéticos, con cuadros de pintores exquisitos y de otros camelistas, que están muy bien para ir de lindo por los salones del gran sarao social. Se colocan en la oficina del agiotista (que ahora llaman broker) y a presumir entre los clientes con móvil y gomina.

Los mejores, sin embargo, los almanaques más recios y de mejor factura, son los que incorporan efigies de mujeres contundentes, hembras de adelantadas tetas, altas de agujas, descaradas, de derogado virgo, verdes serranas, crema batida por caderas. Doctoras, lujuria causa, en la lid venérea. Se ven mucho en las cabinas de los conductores de camiones porque estos hombres han de soñar cuando se hallan en lugares remotos con hechuras definitivas y no se pueden perder en evocaciones de señoritas espiritadas y con el eructo quedo. Se ven también en los talleres de reparación de automóviles porque nada inspira mejor para el cambio de una bujía que la contemplación del mes de febrero patroneado por una rubia ofensivamente desnuda que te ofrece una boca racimosa y en cierne.

Hay una gran empresa americana que está sacando una colección portentosa de almanaques dedicados al muslo. Muslos y más muslos: ¡ah, el muslo! Ramón Gómez de la Serna dedicó un libro a los «senos» y Prada, siguiendo la estela, otro a los «coños». Los muslos están ahí en el arroyo literario, son en buena medida una especie de res nullius de la prosa o del verso, y por eso están llamando a su vate, a su cantor, a su juglar definitivo que los solemnice elevándolos a la categoría litúrgica que les es propia: muslos largos como góndolas, muslos furtivos, resbaladizos, rebullentes, muslos estupefacientes, muslos orgullosos, muslos desesperados, alentadores… Muslos como puñales; puñales como muslos; muslos como besos; amor de besos, de puñales y de muslos.

Ya que no tenemos a Plá, bienvenidos sean los almanaques de muslos. Pero éstos deben ser santificados derritiendo sobre ellos el flujo de la palabra, la voluptuosidad del ritmo.

 

Publicado en: Blog, Soserías
Un comentario sobre “Almanaques y muslos
  1. -¿Pero como puedes vivir sin un calendario? hay que saber en el día y la hora en la que se vive ¡por favor!.
    -Yo soy libre y hago lo que me apetece en la hora y el día que quiero.
    -Pues yo como a mi hora duermo a mi hora y descanso el día de descanso.
    -Tú eres un esclavo.
    -Y tú un irresponsable.
    -Pero feliz.
    -Eso lo dudo.

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