«Amor:
No insistas en que mejore la letra, que escriba con más claridad porque realmente no puedo. Sabes que me esfuerzo, que procuro hacer todo lo que me pides y, además, lo hago con gusto pues nada tendría sentido para mí si no supiera que, al menos, me lees pero no puedes olvidar la dichosa postura en la que vivo de la que, por cierto, tú y sólo tú eres culpable: una postura que me produce en el brazo un hormigueo que se convierte después en un calambre acabando a la postre invariablemente dormido, desgobernado. Necesito un buen rato hasta que puedo manejarlo, hasta que le ordeno y me responde. Pero escribo siempre con temor, con el invencible miedo que me da el ser descubierta; por eso, no puedes pedirme que me salga la letra como a los escribientes que tú y yo conocimos que vivían precisamente de eso, de saber escribir con letra clara lo que les mandaban aquellos personajes cortesanos tan encopetados, de los que por cierto no ha quedado ni rastro. Seguramente nunca te has parado a pensarlo: ellos creían que el poder estaba en aquel rey blancuzco y no llegaron nunca a comprender que el poder sólo lo tenías tú, sólo tú podías inmortalizar, sólo tu podías firmar la credencial para permanecer en la memoria de los hombres. Yo no era nadie y tú me instalaste en la eternidad. Si no soy escribiente y, por ello, no actúo al dictado, lo que te digo debería tener para tí gran valor; no debes pues enfadarte porque tal o cual linea la tengas que leer dos o tres veces para enterarte de lo que te digo. Casi, si te digo la verdad, lo prefiero porque así dedicas más tiempos a mis cartas y no las lees deprisa y corriendo como acaso harías si no te resultara dificultosa la forma en que están escritas.
Tampoco persistas en preguntarme de donde saco el papel y la tinta para escribirte porque no te lo diré. Es un secreto, mi secreto y no estoy dispuesta a desvelarlo: imagina que el papel es el regalo de un dios hermoso que se presenta ante mí, precedido del aviso de un corcel de caballos blancos (como deben ser los caballos de los corceles que anuncian a los dioses hermosos) y que la tinta la confía a su hija, una Venus de verdad, no como yo, que me la trae en un cuenco de blanquísimo alabastro que sostiene sin derramar una gota mientras me inspira estas cartas y me distrae contándome cómo en su remoto reino ninfas esquivas se atreven a rechazar los amores de los dioses más antiguos, los de más trienios del escalafón de dioses y cómo se ponen de cachondos los terribles cíclopes cuando avistan a las frágiles doncellas.
Tengo algunas nuevas noticias:por fin,el ángel,el ángel al que tú has condenado a sostener el espejo en el que yo debo mirarme, se ha hecho mi cómplice. Sabes que siempre me ha inspirado miedo porque no sabía si con esa carita de bondadoso a la que su oficio le obliga, sería capaz de denunciarme al vigilante de esta planta, que ya sabes es un tipo amarillento y tosigoso en el que anidan las peores pulgas. Pues bien, se ha enamorado de una «Diana,saliendo del baño» (el vigilante,no; el ángel) que está en una de las plantas de arriba. No me preguntes de qué artista porque no sabría decírtelo. Será alguna de esas cursiladas que los pintores haceis para decorar el salón de alguna lady. Tú sabes poco de eso porque nunca tuviste necesidad de pintar para nobles ni para frailes que son los peores porque te despiden con aquello de que «Dios te lo pague, hijo mio»:tú te dabas la gran vida en el fanal del Alcázar, con el rey nuestro señor, el cuarto Felipe, que no te dejaba ni a sol ni a sombra.Yo te adivinaba por sus pasillos, tan guapo y con ese ceceo que tanta gracia me ha hecho siempre.¡Todavía hoy siento envidia de Juana, que te tenía para ella! ¡Tenemos que vernos como nos vemos, reducidos a colores en un lienzo, para que tú me hagas caso, al menos leas mis cartas! Pero, volviendo a lo del ángel: resulta que el hecho de que el cuadro pasara por delante de sus narices (y, claro, por delante de mis nalgas) con motivo de un traslado, le hizo reparar en la dichosa Diana, que al parecer tiene buenas carnes que es lo que debe gustarle a esta mosquita muerta. Y para mí que se trabajan y de qué modo porque se oye hasta aquí. ¡Cómo me gustaría hacer lo mismo contigo, Diego querido! ¡Pensar que siempre fuiste fiel a aquella sosaina de Juana! Como me dices que ahora, en la eternidad, no te importaría pegársela, sueño. Sueño que me tienes en tus brazos y que entra Juana en el aposento y tú la mandas traernos un castillo de mazapán con costras de azúcar, que es el dulce que más me gusta y ella sale horrorizada dando gritos y llamándote adúltero;que se trae a tu criado Pareja para que me eche y cómo este se encandila hasta desquiciarse al verme las carnes y tengo que pararle los pies,mientras tú le miras iracundo. Es entonces cuando me despierto y me encuentro otra vez de espaldas sin saber si es un japonés o un americano divorciado y rijoso quien me está mirando el culo.
Me ha hecho gracia que ahora tengas celos de tu criado Pareja. Es verdad que estuvo aquí en una exposición de pintura española durante varios meses pero apenas si nos vimos. No puedo imaginar que consideres un enemigo al «moro» como tú, despectivamente, le llamabas. Mentiría si te negara que ganas de echarme un viaje tenía, pero como siempre las tuvo, no es nada nuevo. Ignoro cómo se enteró de que yo estaba aquí; lo que sí es cierto es que se me plantó delante sin que yo pudiera verlo, como es lógico. Por mi mucha experiencia he aprendido a percibir cuándo la persona que me mira lo hace movida del interés pictórico, atraida por la gran obra de arte y cuándo, por el contrario, se trata de un obsceno que, a la vista de mis desnudos muslos y mis gloriosos glúteos, en realidad no hace sino excitarse dejando que se dibujen en su mente los arabescos en que su concupiscencia se complace. Con Pareja pronto supe que se trataba de este último grupo. Es más y como ya te conté, noté en su modo de respirar algo conocido, algo familiar. Quise, a través del espejo, comprobar de quién se trataba pero, como casi siempre me ocurre, no lo conseguí debido al ángulo en el que se había colocado. El ángel, que siempre está muy serio, muy en su papel, nada me dijo aunque a buen seguro lo reconoció:¡cómo no iba a reconocerlo!. De pronto, oí decir con ceceo sevillano, como el tuyo:
-¡Sigues tan rica como siempre!
Era Pareja. Me pidió que bajara y tras saludarnos con mucha alegría, figúrate después de tantísimos años, me propuso,es cierto, las más torpes acciones a las que de ninguna manera accedí. Esto es así y llegará el día en que el ángel te lo corroborará. No me quitó ojo,eso es cierto pero de ahí no pasó.
¿Cómo le iba a dejar si me reservo para tí? Porque ahora viene el notición que te tenía reservado y la razón de esta carta, tan seguida de la anterior. No lo puedes adivinar porque, aunque eres un genio y como tal te admiran sabios de todos los continentes, tienes poca imaginación: voy a Madrid y voy, además, muy pronto. Te explico: se está preparando una gran exposición de tu obra (¿no lo has oido allí?) y a ella me llevan, al parecer, como gran estrella. Me he enterado porque como no puedo ver, he aguzado mucho el oido y así lo comenta hasta el jefe, ese viejecito marica del que te he hablado en cuyo despacho cuelgan todos los sansebastianes que se han pintado desde que se inventó el pincel. Ignoro cómo me transportarán pero me gustaría disponer ahora mismo del poder de cabalgar sobre los desvaríos que mi propia imaginación fabrica y estar ya junto a tí para beberme contigo el azul del cielo madrileño que tanto echo de menos en esta ciudad neblinosa y purificarme de tanta humedad con el olor sensual del aire castellano. Espero que, de una vez, mi amor se nutra de tu presencia física o, dicho más en castizo, que consigamos por fin retozar a modo,como deben de retozar los chacales en celo, tal como siempre he deseado y nunca he conseguido. Viajaré recién depilada».
Así,tal como la acabo de transcribir y sin firma me la confió un sujeto para que la escondiera al tiempo que se introducía precipitadamente en el famoso cuadro de las meninas.
-¿Qué pintor te gustaría que te retratara?.
-Sin duda Velazquez, es mi pintor favorito.
-Y te gustaría vivir eternamente dentro de un cuadro.
-Me gustaría vivir eternamente pero pudiendo moverme.
-Pues entonces que no te pinte Velazquez porque las pinturas de Velazquez son eternas.
-Pues que no me pinte nadie total para lo que pinto en éste mundo.
-También es verdad.