Signos de distinción

Recuerdo cuando la distinción del personal se basaba en la forma de cubrirse la cabeza: el proletario llevaba gorra y el burgués sombrero. Era una época feliz aquella, época facilona pues que permitía a simple vista saber el número que jugaba nuestro interlocutor en la rifa social.

El sinsombrerismo arruinó esta arcadia que describo aunque el coche vino a facilitarnos la identificación de las clases sociales y su elocuente catalogación en estratos. Estaba en primer lugar el menesteroso obligado a tomar el autobús; después venían los que, a base de firmar letras (mayúsculas y minúsculas, como los sillones de la Real Academia), habían comprado un seiscientos y, en un estrato superior, quienes se pavoneaban a bordo de un Simca mil. Allá en la lejanía inalcanzable veíamos a quien pilotaba un coche de importación, normalmente enchufados del Régimen a quienes se retribuía su heroísmo bélico – patriótico con una licencia que actuaba como cauterio de los sinsabores padecidos.

Vino después el chalé en la sierra o el apartamento en la playa cercana. Y los viajes: inicialmente tenían como destino esos lugares, con un agua muy buena, pero llenos de primos, cuñados y tíos que se conocen como “el pueblo”. Con los planes de desarrollo se pasó a los viajes, ya por todo lo alto, a Perpignan a ver aquella cochinada del tango o, los más intelectuales, a comprar ese libro en el que se atizaba sin respeto alguno al caudillo. Cuando un abogado de éxito me confesó que él no vestía más pijamas que los comprados en Londres mi corazón dio un brinco y me pareció estar delante de un ser quimérico.

En definitiva, los signos de distinción son como los huesos en el botillo: inevitables.

Sin embargo, las nuevas técnicas me habían hecho concebir la esperanza de una igualación de las clases sociales porque en el tren, en las calles o en los bares veía a todo el paisanaje con los mismos móviles, las mismas tabletas y la misma ansia enloquecida por estar transmitiendo mensajes superfluos y/o mentecatos.

Pero, ay, el optimismo ha durado poco. De nuevo han surgido las diferencias humillantes y así hoy el prestigio social solo lo alcanza quien queda incorporado a un buen sumario de gerifaltes especializados en comisiones de contratos públicos. O, supremo signo de distinción, en una macroredada que acoja por igual a salteadores, estafadores, descuideros y bandoleros, todos ellos con sus títulos obtenidos por oposición y tras trapicheos bien contrastados.

Quien llega a estas cumbres está ya pasaportado para ese cielo donde se acunan todos los merecimientos.

No acaba ahí la escalera de la reputación. Porque sépase que la verdadera gloria adorna ya solo a quien dispone de botón para borrar desde el móvil los datos comprometedores guardados en la nube. Confieso que no sé muy bien en qué consiste este embrollo pero se convendrá conmigo que estamos ya en el paraíso: la nube, esa fugaz caminante de los cielos que se deja dar bufidos por los vientos, convertida en refugio de secretos contables. Y, por si fuera poco, el botón, antes usado para cerrar un abrigo, hoy talismán para despistar jueces y turbar fiscales.

Quien estas navidades, entre los avíos de agasajos, no reciba nubes y botones debe saber que es un ser opaco incapaz de recibir los estremecimientos de la luz.

 

 

Publicado en: Blog, Soserías
2 comentarios sobre “Signos de distinción
  1. -Yo lo único que deseo es pasar desapercibido en ésta vida, por eso ni robaré ni estafaré y conseguiré comisiones desde mi puesto de Alcalde.
    -Si haces eso lo que conseguirás es ser más conocido que la Chelito, tu ¿puedes imaginarte un Alcalde incorrupto?, serias demasiado conocido amigo.
    -Entonces ¿debo delinquir y enriquecerme?.
    -Si quieres pasar desapercibido sí, porque todos hacen eso.
    -Bueno si no hay más remedio…. me enriqueceré.
    -Es mi consejo.
    -Gracias.
    -De nada.

  2. @dgpastor dice:

    En realidad Paco, pocas cosas han cambiado. Hasta en la Tercera Vía hay quien se agarra a una supuesta limpieza de sangre en las siglas, para marcar diferencias que esconden complejos.

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