Tengo para mí y, al ponerlo por escrito hago partícipes a los lectores de mi aguda y original reflexión, que los avances científicos son los que más hondamente trastocan el mundo. Los grandes apóstoles y los pensadores geniales alumbran ideas que acaban convertidas, cuando ese incorpóreo pasapurés que es el tiempo las hace digeribles, en una especie de humus sobre el que se acomodan las creencias de quienes formamos la población gregaria o, si se prefiere, la almohada donde descansa nuestra pereza imaginativa. Pero la verdadera turbina que consigue transformar plácidas e inmemoriales costumbres y aventar arcaicos hábitos, son los inventos científicos y los hallazgos técnicos: piénsese, sin ir más lejos, en la rueda, en el cortauñas o en la visa oro.
Ni el más escéptico (Pirrón mismo que se dejara ver hoy en Marbella) dejará de admitir que los avances de la genética se cuentan entre los más espectaculares de la ciencia moderna. Poder disponer de un buen concejal «in vitro» o hibernar un gobernador civil para rescatarlo, pasadas unas cuantas centurias, con su colesterol intacto e incorruptos los pelos de sus orejas,es progreso que sólo personas insensibles pueden dejar de valorar. ¿Qué decir de la posibilidad de contar con un impecable oficial de juzgado por el apareamiento entre un magistrado y una fiscala? Pues ¿qué de un cardenal por la unión de dos hijos (de distinto sexo,por supuesto) de san Escrivádebalaguer?
Empero, el salto más espectacular acaba de darse a conocer en una Conferencia del Consejo de Europa: unas pruebas permitirán al empresario conocer la salud de los trabajadores y las enfermedades que, a lo largo de la vigencia del contrato de trabajo, pueden contraer. Como se ve, una especie de «predictor» genético, inapreciable brújula para el egoista y calculador patrón. Se cuenta que, además, puede servir a la policía para descubrir la inclinación a la delicuencia e incluso la especialidad que,en su ancho regazo,se llegará a cultivar: el violador a partir de una gota de semen; el vulgar homicida, de la sangre; el profanador de tumbas, de la disposición del coxis…Todo ello es importante; ahora bien, la gran revolución tendrá lugar cuando la investigación genética nos permita descubrir, a partir de la prueba pertinente, el riesgo que unos padres corren de engendrar un pelmazo.Violadores hay, sin duda, pero pocos; profanadores de tumbas, lo que se dice auténticos profanadores de tumbas, menos.Pero pelmazos…los pelmazos sólo pueden contarse tomando como medida grandes unidades de cuenta: la división militar, la horda roja o la cáfila.
Se me dirá que, para evitar riesgos, es necesario definir al pelmazo. Toda definición es peligrosa, me decían ya desde pequeñito los frailes mientras me enseñaban, a coscorrones, un buen número de ellas. La definición es, además, la caricia del filósofo, según escribió Ortega. Pero yo no soy pensador y por ello no sabría encapsular en una fórmula los caracteres esenciales del pelmazo. Me contento con describirlo y localizarlo y para ello no es preciso tener la aguda mirada del entomólogo: lo tenemos con frecuencia al teléfono, nos lo encontramos en el ascensor, en la oficina, en el bar. Es el señor que vaticina el tiempo que vamos a tener, el que lo compara con el del año pasado o el de su juventud, el que nos endilga cuatro lugares comunes como si acabara de alumbrar una greguería, el que nos cuenta sus triviales cuitas oficinescas como si de un gran crujido de la civilización se tratara, el que se cree a sí mismo o practica cualquier otra modalidad de infatuación, el que levanta el dedo dogmático y nos muestra su verdad como la verdad, el que eyacula una vaciedad con voz engolada, en fin, quien con su vacua solemnidad nos aburre o empalaga.
A los nuevos especialistas no les será difícil identificar, a partir de las pruebas correspondientes, los genes que inexorablemente conducen al pelmazo, entre los que habrá que contar el factor hereditario, fundamental en mi humilde y profano criterio. En esta sociedad finisecular, poner «a extinguir» el poblado escalafón de pelmazos debe ser una tarea tan inaplazable como fue para los griegos limpiar de persas el patio.
-Usted, señor Sosa Wagner, no necesita pruebas genéticas. Sus artículos documentan holgadamente que es usted un pelmazo.
Con esta insolencia se pronunció el profesor de genética a quien imprudentemente he dado a leer estas lineas.Y remachó con descaro:
-¡Extreme los cuidados!
-Estoy deseando que la ciencia invente cómo hacerme millonario sin esfuerzo.
-Coge la tarjeta de Bankia (ésa que no se apuntaba).
-Ya pero ahora es muy difícil.
-Entonces apúntate a dirigente sindical de la minería en Asturias.
-Sí eso estaba pensando.
-Pues ya lo tienes.
-Gracias.