Escenas históricas XIII: La soga

LA SOGA

1.

Cuando don Cabrero accedió al muy honroso servicio de Su Majestad,era costumbre usar en cada ocasión soga distinta.Este modo de proceder pareció a don Cabrero lo que realmente era:un dispendio,injustificado como todo dispendio que en algo se tenga. Muy tieso y dando a sus andares la copetuda apostura propia de su linaje, fue en busca del corregidor, don Lope, atildado en tiempos pero, a la sazón,ensebado de capones y manteca rancia y, las más de las veces,con su inteligencia menguada por el hechizo de las uvas.

– Ellos ni se percatan porque en esos momentos algunos hasta se hacen de sus personas y todos llevan caras de pesadumbre que,para mí,que son artificiales porque no pueden ignorar,tal como es de pregonada mi fama, que están en las manos que mejor guindan de Castilla.

– Pero ¿qué menos que una soga nueva,don Cabrero?

– No es deshonra ceñir soga usada y el ahorro puede servir a Su Majestad para ganar buenas batallas en esta maldita guerra de los treinta años.

– ¿No será vuesa merced por mala ventura un arbitrista?

– No es arbitrio sino que, en lo tocante a mi arte,me gusta cavilar y,si se tercia, proponer las mejoras que el bien público demande.

– ¡Encomendar un alma con una soga usada! Temo que irrite a Dios Nuestro Señor porque el trance exige los mayores miramientos.Haga vuesa merced la consulta teológica al padre Benito, nuestro buen fraile benito.

– No es preciso porque no se dará cuenta.Echa el Credo,el Conquibult y los demás latines tal que un poseso.¡Si hasta parece que se le vacían los ojos! Al acabar,su cantinela siempre es la misma:¡Cuánta fortuna la de este hombre, muerto su cuerpo,sí, pero su alma … su alma ya está disfrutando al Todopoderoso! ¡Y yo aquí! ¡Yo soy el verdadero muerto! ¡Muerto de impaciencia!

– Es que es un santo.Un santo de los de verdad.En los altares lo verán nuestros hijos.

– Los suyos, señoría, porque a mí no me dió ninguno mi fiel esposa,que está en la Verdad. Comprenderá su señoría lo bonito que sería para mí industriar a un hijo de mi sangre en este oficio.¡A veces doy en discurrir para qué me mato a trabajar si nadie me puede heredar!

– Vuesa merced no se mata.Mata.

No se tiene constancia de cómo siguió la conversación. Es muy probable que el corregidor fuera requerido para jugar a las tintas o al capadillo y por ello tuviera que ponerse fin a la plática entre don Lope y don Cabrero.Lo que sí se sabe, por lo que a continuación comprobará quien tenga la paciencia de seguir leyendo,es que don Cabrero se salió con la suya.

………

2.

La Jacarandosa,a la que también llamaban la Navarra porque se decía que había venido volando desde una
cueva de las montañas de aquel reino después de un Sabbat,tenía picardías de ninfa y andares de obispo.Sus hechuras, vigorosas; su inteligencia, muy viva.Cuando intuyó que don Cabrero,el verdugo,usaba siempre la misma soga decidió comprobarlo formando en los cortejos de los penados que, montados en el asno y con obligada mansedumbre, aguantaban las imponentes letanías del padre Benito,el buen fraile benito. Después de tres o cuatro ceremonias, la Jacarandosa supo con certeza que la soga era siempre la misma porque no bien el reo entregaba su alma,don Cabrero, en lugar de cortarla de un tajo, deshacía cuidadosamente el nudo y la guardaba en un morral.

Desde que alcanzó esta certidumbre,la Jacarandosa dormía mal o simplemente no dormía. Trenzaba estratagemas dia y noche, como una nueva ninfa Calipso, destinadas a hacerse con aquella soga que tantos beneficios podía reportarle. Ahí era nada:soga de ahorcados,en plural.¡Qué no podría hacer ella con esa joya!

Pero don Cabrero tenía de atolondrado lo justo para no suscitar envidias porque previsor y espabilado era un rato largo.Bien sabía él que una soga de tantísimo valor sería el sueño de muchas brujas y aún de las simples adobadoras de doncellas.Por eso la usaba para asegurar su cama durante la noche.La Jacarandosa pensó en un hechizo potentísimo que ya había empleado con éxito cuando el asunto de la bella Elena y el mancebo Andrenio (uno de sus mayores éxitos del que algún día será necesario dar cuenta) pero renunció a ello para recurrir al imbunche más contundente de que disponen las mujeres.Don Cabrero, que era muy cabal varón y que llevaba desde la muerte de su esposa sin aliviarse como era debido,se dejó engatusar y cuando más engatusado lo tenía,la Jacarandosa, con aquella sacramental solemnidad que sabía poner a sus peticiones,le dijo:

-Quiero para mí la soga que usas en tu trabajo.

Don Cabrero, que en mucho valoraba el fornicio pero que se vió objeto de una añagaza,la expulsó del lecho aunque eso le obligó a volver a tributar culto a Onán. Es difícil describir para lectores melindrosos que no han sido nunca verdugos la intimidad que llegó a alcanzar don Cabrero con su soga que respondía a sus dedos como las cuerdas de la vihuela responden a los dedos del instrumentista. Ya no pensaba don Cabrero en ahorrar para Su Majestad.Ahora se trataba del ejercicio de un arte porque arte era ese modo suyo de guindar con el que lograba, al individualizar de forma tan egregia la muerte, alojarla con su imponente patetismo en esa eternidad en la que tan sólo la obra impar sobrevive. Y eso se lo debía a la soga.

No olvidó,empero, la Jacarandosa su empeño.Su abandono como mujer poco le importaba;antes bien,lo agradecía pues don Cabrero le producía en la intimidad cierto asco porque se le había metido en la cabeza que olía a muerto:¿cómo iba a oler a muerto don Cabrero si se lavaba en una tinaja con agua bien caliente por la Epifanía y por Pentecostés? Le importaba,sí,tener que renunciar a una soga que la hubiera colocado en lo alto del escalafón de la hechiceria.Por eso,acechaba la casa del verdugo para entrar en ella no bien saliera él.La ocasión se presentó el dia en que una compañía de la legua (de las llamadas de garnacha) representó una comedia ¿de Lope?:no se sabe aunque tampoco importa. Cuando la función empezó,la Jacarandosa usó de las palabras apropiadas para abrir puertas y,en un periquete, se vió dentro.Se dirigió a la cama y justo en el momento en que se disponía a desanudar la soga ocurrió aquel espectáculo tan estremecedor que nunca pudo ya olvidar. De pronto y, como si hubieran sido accionados por un oculto ingenio, empezaron a deambular por la sala los espectros de los clientes de don Cabrero que habían conocido su arte y la suavidad de su soga: el horrible criminal que descuartizó a cinco viejas y un sastre;el ladrón del convento de san Telesforo que robó doce casullas magníficas;el profanador de la tumba del buen obispo Anselmo que se alzó con su báculo y su anillo,un esmeraldón de no te menees;el escalador de alcobas de vírgenes a quien cazaron cuando bajaba, desahogado y silbando un aire pastoril…La Jacarandosa salió despavorida y,en su casa, se bebió un hechizo que la tuvo tres dias durmiendo.

Cuando poco tiempo después,don Cabrero salió hacia la Corte adonde por su celebridad fue reclamado, se oyeron los quedos lamentos de la hechicera y del buen fraile benito, que rendían así rumoroso homenaje al artista que se aleja buscando más anchos senderos para su inspiración…

Publicado en: Blog, Soserías

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Comentarios recientes