Prohibiciones como municipios

Hay coleccionistas de los despropósitos que se contienen en las leyes o en los reglamentos prohibiendo esto o aquello o de las advertencias que vemos colgadas en los bares como aquella que impedía las palabras gruesas referidas a los santos aunque limitadas “a los más importantes”, es decir, aquellos de mayor solera en la corte celestial, pudiendo ser los menos destacados objeto de befas toleradas. Llegue usted a santo, con los sacrificios y privaciones que tal carrera conlleva, para verse a la postre zaherido por un tipo que desvaría por llevar en el cuerpo dos manzanillas de más.

He visto una ordenanza que prohibía hacer castillos en la arena y en Francia es frecuente encontrar normas en vigor que impiden llamar Napoleón a un cerdo, algo que nunca he entendido porque se da por supuesto que el cerdo es despreciable cuando es el suministrador de los más exquisitos bocados que puede proporcionar un ser vivo. El ofendido en este caso debía ser el cerdo, no aquél emperador pendenciero, fofo, bajito y de cintura desparramada.

En algunos lugares de la costa italiana se prohíbe a las mujeres con sobrepeso pasearse en bikini por la playa. No me explico por qué esas ordenanzas municipales no han sido llevadas a un tribunal constitucional o al de Estrasburgo para declararlas contrarias a los derechos humanos y para defender el honor de las mujeres gordas que son adorables, pacientes, dispuestas siempre a preparar un brazo de gitano y que además suelen gastar un humor fresco y alado.

En algunos restaurantes del norte de Europa se permite que, si el cliente no está satisfecho con lo servido, puede marcharse sin pagar, una liberalidad sumamente peligrosa porque esos países -bien lo sabemos los sureños- no han sido llamados por la divina providencia a marcar hitos en el buen camino de la gastronomía. Por nuestras tierras más cercanas, a veces, el mesonero se compadece del pobre cliente que, por mor de la úlcera o de la dispepsia, ha de someterse a la tortura de pescados hervidos sin sustancia o de esas verduras desalentadas que han sido cosechadas para escorbúticos en trance supremo. Cuando quien ha de cobrarle es persona de ley y piadosa, permite al cliente marchar sin pagar pues ya es bastante la penitencia que arrastra como para ensañarse encima con él pasándole la factura.

La prohibición que, sin embargo, sí me parece merecedora de aplauso es la que prohíbe cantar en la ducha (la vemos mucho en los Estados Unidos). Esta práctica, la de cantar, a menos que quien esté debajo del agua sea Elina Garança o Cecilia Bartoli, resulta abominable. Una de las mayores torturas que sufre el cliente de un hotel es precisamente la de oír al vecino de habitación transgredir todas las normas del buen gusto y hacerlo a grito pelado. En las duchas se ha de ser muy mirado y contentarse uno con asearse las zonas más comprometidas o ser asesinado a puñaladas cuando quien se ducha está aprendiendo el oficio de protagonista de películas de terror.

Y hablando de música cuando veo esas guitarras de un cuadro abstracto malo lo primero que pienso es en prohibir que alguien las toque. Y termino apresuradamente no vaya a ser que me tope con la ordenanza municipal que prohíbe escribir soserías.

 

Publicado en: Blog, Soserías
2 comentarios sobre “Prohibiciones como municipios
  1. – ve a recepción y pregunta si esta prohibido prohibir.
    – ¿y para que mi señor?
    – por si me apetece prohibirte algo.
    – sí esta prohibido mi señor.
    – pero si no lo has preguntado….
    – lo he visto al pasar….
    – Ah.

  2. En Rincón de la Victoria, en Málaga, tenemos una ordenanza municipal que prohíbe hacer castillos de arena en las playas. A mí también me sorprendió.

    Aunque todo tiene su explicación: parece ser que se busca evitar no que los niños sigan haciendo los castillos de arena de toda la vida, con sus cubos, palas y rastrillos, sino prohibir a los adultos construir voluminosas figuras para disfrute de los visitanes del paseo marítimo, con la excusa de que mueven grandes cantidades de arena y «deforman» las playas.

    Lo que se prohíbe, pues, no son las actividades pueriles e inocentes, sino el arte y las intervenciones artísticas en la playa: el efímero y «culpable» arte de la arena.

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