Definitivamente, después de dar al asunto muchas vueltas, me quedo con el modelo antiguo, el que viene de los clásicos, por más vistoso, más imaginativo y, estéticamente, más descomulgado.
Se navajean los humanos en el trasiego de la política con verdadera entrega, ejercitando las tres potencias del alma: el entendimiento en cuanto discurre y raciocina las más enrevesadas maldades, la voluntad pues que pone en ello determinación e impulso bien guiado, y la memoria porque retiene y recuerda el pasado para no pasar una y hacerlas pagar todas juntas no más la ocasión se presente. Así es, así ha sido y así seguirá siendo, que la rana humana es bien monótona, como dejó escrito don Jacinto Benavente, gay fecundo.
Es verdad que todo se reviste de cierta finura y aun de mecanismos aparentemente bien aparejados pero el fondo permanece inalterable, nunca cambia como no cambian los arcanos del Mundo. Así, por ejemplo, ayer se inventaron las elecciones primarias para echar a unos y poner a otros, hoy se organiza un congreso para encumbrar al de más allá, para mañana se planea una sesión de espiritismo, cualquiera sabe… Todo está destinado al ejercicio de las peores artes, a la práctica de esa habilidad tan castiza que es el navajeo, palabra que, por cierto, los académicos de la Lengua no recogen en el Diccionario, sin duda por pudor, por no quedar señalados ellos mismos por el vocablo popular cuando se disponen precisamente a navajerase a la vista del horizonte voluptuoso de ese sillón vacante, supremo orgasmo del valetudinario. Y es que los esfuerzos que hace el ser humano por no entenderse con su semejante es ingente siendo esta la constancia más visible de cuantas existen. Debería dolernos esta nuestra disposición de ánimo, al igual que a Dámaso Alonso le dolían los insectos, pero no es así porque nos complacemos en su tosquedad y a lo máximo que llegamos es a ponerle la guinda de la bellaquería.
¡Qué diferencia con la Antigüedad clásica! ¡Qué distancia con sus perversiones fantásticas y sibilinas, con su simbolismo evocador! Agripina, la esposa incestuosa de Claudio, contrató a Locusta, una envenenadora profesional, que había demostrado ya sus habilidades en reñidos ejercicios de oposiciones, para que proporcionara a su amado esposo una pócima cuanto más letal, mejor. Desempeñó rápido su cometido ideando un mejunje parecido a la mayonesa (cuyos orígenes son muy discutidos como sabemos los gastrónomos) y en cuanto Agripina dispuso de la apreciable salsa la vertió amorosamente sobre el plato de setas que su marido se disponía a comisquear con aquel su imperial apetito. Claudio, aunque dedicaba finuras a su afectuosa esposa, no se fiaba de ella y, por ello, en cuanto advirtió la presencia de un sabor que, por extraño, le hacía sospechoso, vomitó sin más sobre los cuidados rizos de un criado obsequioso. Se recuperaba por ello Claudio y fracasaba, al tiempo, el ardid de Agripina, cuando vino su médico a ayudar: pretextando que aún habría en el estómago restos del deletéreo alimento, le introdujo en su garganta una pluma anunciándole que así vomitaría más recio y templado. Solo que la pluma había sido untada por cariñosas manos con el mismo veneno de las setas, por lo que ya Claudio se puso en el camino de una muerte segura y franca. Pero todavía, mientras esta llegaba, que algo se demoró, Agripina dispuso que actores cómicos actuaran ante el moribundo con sus gracietas, como queriendo decirle que el trance no revestía la menor importancia y que pronto, ya serenado, podría aprobar un buen rescripto. Claudio murió, que así son las setas y los venenos, y la Historia registra que este fue el momento del ascenso de Nerón que diera a Roma y al mundo su correspondiente ración de gloria.
Se advertirá, tras lo narrado, cuánta y cuán profunda la diferencia con los hipócritas tiquismiquis del presente: urge pues recuperar la inventiva, el veneno, el estrangulamiento artero pero feroz y, así, con el cauterio de la fantasía, decapitar a la vulgar y triste zancadilla, prosaica y sin aroma.
A mí también me sorprendió la reacción virulenta de algunos miembros de su partido, llegando incluso a la descalificación personal. No me lo esperaba de personas que siempre me han parecido reflexivas y prudentes (todavía me lo parecen, pese a todo). Me dio la impresión de que algo se cocía más allá de lo evidente, porque si no, no me lo explico. Me preocupó aún más el gregarismo de otros, que se sumaron al linchamiento sin más ni más.
De todas formas, viendo el asunto desde la ventaja que da la distancia y sin conocer cómo funciona UPyD por dentro (en lo cotidiano del día a día me refiero), hay que reconocerles cierta dosis de razón. Denunciar públicamente prácticas autoritarias es una acusación muy grave. Merecería alguna explicación.
También es cierto que la reacción de algunos de sus compañeros de partido ante tal denuncia no hace sino aumentar las sospechas de que las acusaciones son ciertas. Si yo formara parte de una asociación o de un partido que presumiera de funcionamiento abierto, participativo y democrático, y algún miembro de esa misma organización denunciase prácticas autoritarias, lo primero que haría sería sorprenderme, y luego pedirle explicaciones: ¿prácticas autoritarias? ¿cuáles? ¿dónde?, y no lanzarme sin más ni más a la yugular del denunciante.
Insisto en que denunciar públicamente prácticas autoritarias es una acusación muy grave. Sea cierto o no, el no dar más explicaciones no contribuye a aumentar la confianza del electorado (no militante) en UPyD. Más bien, al contrario.
Cambiando de tema y respecto a su entrada del blog, prefiero los métodos modernos. Cierto que son mucho más cínicos, hipócritas y un tanto cobardes, pero no dejan cadáveres. O si se quiere, sólo cadáveres políticos, que no físicos. No siempre los clásicos son fuente de inspiración. También hay mucha barbarie en los orígines de la humanidad.
-A mi me gusta ése puesto vacío y si me ayudas yo te ayudaré a que subas tú también.
-¿qué tengo que hacer?.
-Criticar mucho y mentir si es necesario al que tiene ése puesto.
-¿y si lo enveneno?.
-No hombre eso es de otros tiempos ¡por Dios!.
-Perdona pero es un buen método.
-Sí eso sí.