Escenas históricas VII: con el copista

CON EL COPISTA

-Díme algo, chiquillo,  que yo llevo una eternidad en esta posturita y estoy muy aburrido.

-¿Qué quiere que le diga, don Gaspar?

-Cuéntame algo, díme al menos de dónde eres.

-Soy de Cádiz y estudio pintura en Sevilla.

-Sabrás que en Sevilla viví yo.  Sevilla era ciudad de gente principal a la que enhebra el rio Guadalquivir,  que tiene fama de rio elegante y que en realidad es una especie de jofaina de las roñas y cazcarrias que la ciudad produce.

-Me gusta oirle pero no se me mueva por favor que si se me mueve, no acabo nunca.

-Que más quisiera yo que poderme mover. Desde que me colocó en esta postura el pelmazo de Velázquez, aquí estoy. Hay quien piensa que,  por la noche,  los personajes de los cuadros salimos a dar una vuelta por el museo y charlamos e incluso que hacemos alguna que otra http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/7/72/Count-Duke_of_Olivares.jpg/280px-Count-Duke_of_Olivares.jpgcochinada. ¡Fantasías de escritor! La realidad es que estamos como nos dejaron, con una artrosis de no te menees. . .

-Peor es la posturita del caballo y no se puede quejar.

-Sí que se queja porque de vez en cuando me sobresalta con sus relinchos. Cuando estábamos colgados en casa del trapisondas aquel del marqués de la Ensenada,  me llegó a pedir que me bajara. Como si yo fuera dueño de mi imagen. . .

-Pero, don Gaspar ¿cómo es posible que llame pelmazo a Velázquez?

-Porque lo era y muy cumplido. Un cobista de Felipe que me hacía buenas zalemas mientras me necesitó y me utilizó y justo hasta que el soberano y el zascandil de mi sobrino me mandaron a Loeches. Le gustaban los ducados más que a un moro un bocadillo de chorizo.  Me pintó así dirigiendo una batalla y señalando el horizonte que era como señalar el futuro,  entonces ciertamente en mis manos. La realidad es que cuando Velázquez me empezó a pintar yo ya tenía una gota como una catarata. ¡Al caballo iba yo a subir!

-Pero hoy Velázquez es un genio de la pintura. . .

-¿Un genio? Un cobista, un lameculos sólo que los seleccionaba con tino. Iba derecho a los regios, que deben ser más higiénicos.

-¿Cuál es la batalla que se adivina al fondo del cuadro?

-Yo era un negado para las batallas, alma de cántaro.  Pero el lacayuno aquel de Dieguito que parecía una mosquita muerta cuando vino de Sevilla y que luego se hizo un cortesano intrigante, me dijo: un Guzmán y Pimentel que ostenta la condición de valido tiene que retratarse a caballo y, además,  dirigiendo una batalla. ¿No querrá su excelencia aparecer ante la posteridad como un pastueño, con la cara de uno de los frailes que pinta el asno ese de Surbarán (lo decía así, con ceceo andaluz) que parecen cadáveres acicalados para posar? Un retrato de valido tiene que tener al fondo una buena batalla como una iglesia tiene que tener una virgen cursi de Murillo para ser una buena iglesia,  sentenció en plan gracioso. Porque todo aquello era después de haberme tenido yo que ir con el rabo entre las piernas en las Dunas y en Rocroi. Llevo varios siglos pagando en esta grotesca postura mi ridícula vanidad.

-No sea modesto, don Gaspar, que buena gloria adquirió con la rendición de Breda.

-Pero si yo puse ahí a Spínola y a Nassau tan sólo para que Velázquez pintara «las lanzas». Lo que no podía ni sospechar es que iba a acabar siendo motivo de admiración de los japoneses y de los propios holandeses que se paran ante el cuadro como badulaques. Un pobre diablo, el tal Spínola y su gran hazaña, la toma de Breda,  de nada sirvió pues poco después se perdió cuando yo estaba ya rumiando mi cabreo de desterrado y abandonado de todos mis antiguos turiferarios. Tengo la armadura clavada en los omóplatos y esta es otra invención de Dieguito porque la realidad es que no había armadura en la Corte en la que yo me pudiera embutir. Comía los capones y los dulces por docenas.  Recuerdo una ocasión en la que tuve que acompañar al golfo de su majestad a una mancebía que él creía de confianza porque disimulaban y hacían como si no le conocieran y por la mañana habíamos dado buena cuenta de una piara de cerdos y de una arroba de vino de nuestra tierra. La católica majestad no se tenía de pie y de allí se fue derechito y muy serio, muy en su papel,  a escuchar la santa misa al lado de la reina que a decir verdad era lo único santo de aquella ceremonia. El enano Soplillo (que también lo dejó pintado algún botarate y hoy tiene la misma dignidad que nosotros) habló con él y le llamaba «su ebriedad» en vez de su majestad y la católica majestad sin enterarse. Yo no tuve fuerzas ni para atizarle el coscorrón que se merecía. Pero, háblame de tí:¿qué es lo que pintas?

-Copio retratos y también bodegones. . .

-No copiarás los de aquellos imbéciles de Sanchez Cotán y de Loarte que pintaban unas verduras más mustias que tetas de abadesa y unos jamones más secos que las piernas de un escribano, de esos que había en el Consejo de Castilla,  lúgubres como un auto de fé y con una espesa capa de caspa sobre los hombros.

-No, copio los de Zurbarán. ¿Sabe, don Gaspar, que ha pasado a la Historia como un mandón?

-Y es que lo era. Mandé mucho y me adularon mucho los cortesanos, los aspirantes a saquear las arcas del Estado y los escritores que también les hubiera gustado saquear las arcas del Estado pero no podían. Sobre todo, los escritores, Lope,  Góngora,  Calderón y hasta Quevedo. La verdad es que comprar a un escritor era barato en mi tiempo y debe de serlo ahora también.  Entonces, bastaba prometerles un hábito. De Quevedo se recuerdan libelos injuriosos pero no cuando me comparaba con Pelayo.

-¿Cómo diablos mezclaba Velázquez los colores para pintar su famoso cielo?

-No te lo puedo decir, hijo, porque yo ni le miraba cuando trabajaba. A tí te parecerá un genio. Para mí, era un criado. Distinguido, pero criado. Te voy a proponer una cosa:no copies más. Yo ya estoy muy visto en esta posturita de comerse el mundo que han dejado, por dinero,  mis contemporáneos. Lee a los historiadores que han estudiado mi labor de gobierno, mi labor de hombre público,  saca tú mismo las conclusiones y, entonces, haz el retrato del siglo XX del conde-duque de Olivares.  Quítame el caballo y píntame gordo,  arrastrando la pierna gotosa.  Libérame de la falsa prestancia velazqueña y refleja la abatida de un ministro que tuvo sueños de gavilán y andares pasicortos de gallina.

Sonó entonces una alarma del museo que don Gaspar tomó por relincho del caballo.

-Te dás cuenta -dijo-. Se irrita en ocasiones.

El copista recogió como pudo sus enseres y salió empujado por los conserjes. Al pasar por delante de «las meninas» oyó cómo Velázquez le susurraba:

-Todos aquí sabemos que Olivares está chiflado. No le hagas caso. Ven otro día y te presentaré a algún  artista,  por ejemplo a Carreño, que era de las Asturias,  de Miranda y que para pasar a la posteridad se inventó un reinado, que, en realidad,  no existió.

Publicado en: Blog, Soserías
Un comentario sobre “Escenas históricas VII: con el copista
  1. -Pues algo tendría Olivares para conseguir tanto poder.
    -Un Rey amigo de juergas.
    -Pero llegó a lo más alto.
    -Amigo mío con un Rey incompetente y vago un buen pelota sube rápido como la espuma.
    -Entonces no mereció ése cuadro….
    -No, es una imagen falsa…
    -¿Como la que crean los periodistas comprados de Hoy?.
    -Efectivamente veo que vas aprendiendo.
    -Y más que aprenderé.
    -Por supuesto.

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