Escenas históricas (III)

La verdad nunca revelada sobre una guerra y un cuadro.

La reina (con una túnica blanquísima, ceñida muy en lo alto por una cinta rosa pálido, repetida en las mangas). – Si no existiera el agua de torongil, tú me dirás cómo iba a yo a superar mis crisis.

La marquesa del Buen Negocio. – Ya sabe su Majestad que debo la vida al agua de torongil y a los polvos de jalapa. ¡Son mis muletas!, como le decía esta humilde servidora todas las mañanas al difunto marqués, que Dios tenga en su gloria.

La reina. – ¿Todas las mañanas?

La marquesa del Buen Negocio. – Todas.

La reina. – ¿O sea que murió de aburrimiento?

La marquesa del Buen Negocio. – No. Recordará su Majestad que fue de una alferecía que le produjo la caida del precio de la seda.

La reina. – ¡Qué vulgaridad! Si lo llega a saber el rey, ahora serías la marquesa del Mal Negocio. ( Y mirándose en el espejo colgado sobre el revellín de la chimenea):Así, con los polvos no se me ven las ojeras. O, por lo menos, se disimulan.

La marquesa del Buen Negocio. – Está muy guapa su Majestad.

La reina. – Es que no me gusta que Manuel me vea fea. Él está siempre tan guapo, con esos ojazos azules. . .

Acompañado de paje de cola y bolsa, entró don Manuel Godoy elegantísimo: vestido moderno color pastel;chaleco de seda en jabot, largos calzones ajustados y enfundados en las botas altas.

Godoy. – Me pongo, serenísimo, a los pies irritados de su Majestad.

La reina. – No tengo los pies irritados, Manuel. Sólo me duele la cabeza.

Godoy. – Perdone, su Majestad. Quería decir que, irritadísimo, me pongo a los pies de su Majestad serenísima.

Se retira la marquesa del Buen Negocio con puchero de relegada.

La reina. – ¿Hemos perdido alguna otra guerra, algún  territorio de indios quizás? No deberían pasar estas desgracias cuando las Reinas sufren dolor de cabeza. ¡No tienen consideración ni las potencias extranjeras ni los indios! ¡Ay, querido Manuel, pero pedirles un poco de respeto es pedir cotufas en el golfo! Pero, tú, tú al menos,  consuela a tu afligida Reina. El Rey está a la caza del conejo. No le espero hasta el toque del Angelus.

Godoy. – Se trata de algo más grave, Majestad. Algo que he de tomar como una afrenta y que me va a obligar a volver a Castuera o a vestirme otra vez de guardia de corps, a que me llamen chocolatero, y abandonar los asuntos de Estado que llevo entre manos.

La reina. – Pero ¿qué es ello?

Godoy. – No puedo consentir que ese paleto haya tomado la paleta. . .

La reina. – ¿Qué paleto ha tomado la paleta?

Godoy. – El sordo ese de Goya está pintando «la familia de Carlos IV» y a mí no se me ha incluido en el cuadro.

La reina. – ¡Como que no eres de la familia! (Y en un aparte, todo lo amostazada que le permitía su dolor de cabeza): Si desciende de choriceros. . .

Godoy. – Tampoco es de la familia el sordo y va a salir. ¿O es que es de la familia?

La reina. – Es el pintor. Y, además, de los buenos. Aparecerá en la enciclopedia Espasa-Calpe.

Godoy. – ¡Y yo soy duque! ¡Y Príncipe! El de la Paz. ¡Y el valido!

Al oir esto, a la reina le da un vahido. Godoy se acerca y saca el pomo de sales que todos los validos llevan siempre consigo para combatir los vahidos de sus soberanos. –

La reina. – Ya me siento mejor.  ¡Anda, pónte cómodo, y acércate aquí, junto a tu reina!

Godoy. – No puedo soportar que ese sifilítico. . .

La reina. – Anda,  no te enfades. . . Te regalaremos una finca en Badajoz.

Godoy. – Ya tengo muchas.

La reina. – Se me ocurre otra idea:organiza una guerra y que Goya te pinte mandando en ella. Busca alguna potencia contra la que no tengamos nada. Una guerra de mentirijillas en la que mueran unos cuantos para que se vea que es una guerra y que a tí te dé gloria imperecedera que, según dicen,  es la gloria que más dura.

Godoy, brigadier de los reales ejércitos, mariscal de campo y sargento mayor del real cuerpo de la guardia de corps, abrió los ojos desmesuradamente y una ascua de la chimenea cercana se reflejó en uno de ellos componiendo un iris entre azul y rojo, anuncio de la sangre que vislumbraba.

Godoy. – Ya lo tengo:Portugal. Me apoderaré de Olivenza que ya va siendo hora. Organizaré para su Majestad la guerra de las naranjas.

La reina. – ¿De las naranjas?

Godoy. – De las naranjas porque enviaré a su Majestad un paquete.

La reina. – Pero que no estén ácidas, Manuel,  que ya sabes cómo me pongo con los ardores.

Godoy. – Dulces como el almíbar.

La reina. – Siempre dije que eras el valido más válido. Convéncete:nada como una guerra para que te hagan un cuadro. Díle a Goya que empiece a trabajar.

Godoy. – Majestad, pero si falta más de un año para la guerra de las naranjas.

La reina. – Nada de excusas. Que te vaya pintando ya y eso que tenemos adelantado.

Salió Godoy y aunque quedaba poco tiempo para el rezo del «Angelus domini nunciabit Maria» y para la comida, todavía pudo la Reina recibir a la condesa del Provecho Propio, acompañada de su hija que, a punto de casarse, venía a mostrar a Su Majestad lujosas ropas perfumadas con membrillo y raiz de lirio de Florencia.

Publicado en: Blog, Soserías

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