Escenas históricas (I)

Diálogo entre el General Primo de Rivera y el coronel Franco.

Caía el sol a plomo. Las piedras lamentaban ser piedras y no poder moverse pero los lagartos, que sí podían moverse, se escondían a la busca de la sombra. Se oía, como un interminable rasgueo, el gárrulo chirrido de las chicharras. El moro que servía, con un lamentable zurcido en los zaragüelles, fumaba kif y se espantaba las moscas.  El tiempo parecía irremediablemente detenido en aquel rincón torrefacto del Rif.

Pero no era así. Bajo la parra y a una mesa con huesos de aceituna y dos botellas de gaseosa medio vacias, se sentaban el jacarandoso general don Miguel Primo de Rivera y el joven y cachigordete coronel don Francisco Franco. Aunque son personajes que tienen su asiento en ese bullicioso y codiciado anfiteatro que es la Historia, aquella bochornosa tarde estaban con las guerreras medio desabrochadas y don Miguel hasta se había descalzado las botas y arremangado brevemente los pantalones dejando ver una hirsuta canilla. Don Francisco, de vez en cuando, se pasaba un pañuelo blanco por la cara y el cuello.

-¿Echas de menos el Ferrol?

-No lo crea, mi general, me encuentro muy a gusto aquí pacificando a estos bárbaros.

-Pero no se dejan. . .

-La letra con sangre entra, mi general y un pueblo no se incorpora a la civilización así como así. Se necesitan sacrificios.

-Aunque van siendo demasiados, yo así lo creo también.

-Tampoco los indios se dejaron en América y ahora están tan contentos, todos ellos tan bautizados y tan limpios.

-A estos hay que quitarles las moscas de las heridas.

-Sí, suelen tener heridas, de los combates y así.

-Y moscas.

-Claro, ya se sabe, las moscas no distinguen de heridas y van a la primera que se les presenta.

-Si no se metieran en guerritas, que no saben hacerlas, no tendrían heridas y tampoco moscas con lo que habríamos matado dos moros, digo, dos pájaros de un tiro.

-Guerras, lo que se dice guerras, como el Ejército español, ninguno. Valientes como nosotros,  pocos.

-Cuando se tiene detrás la fuerza de la civilización casi diría que no tiene mérito, Paco.

-Y de la religión. Mire usted que lo de las mezquitas. . .

¡Qué manía con lo de las mezquitas!

-Con lo bonitas que son las iglesias, llenas de azucenas y de franciscanos. Es lo que me dice siempre Carmen, donde se ponga un franciscano, que se quite un muecín. ¡Mire que dan voces!

USTED PRIMERO, MI GENERAL

-¡Bah, no les hagas caso! Son supersticiones. . . Bueno, Paco, pero vayamos a lo nuestro, ¿para cuando el Ferrol será el Ferrol del Caudillo?

-Para eso tengo que dar el golpe de Estado.

-Pues eso ¿cuando lo das?

-¡Ah no, de ninguna manera, mi general, usted primero! La jerarquía es la jerarquía.

-Pero si es que yo no tengo ganas de golpes de Estado ni de nada. A mí,  en realidad,  lo que me gusta es la manzanilla y las aceitunas rellenas. Las aceitunas rellenas de anchoas. En Jerez hay un bar. . .

-Nada de excusas, mi general, ya habrá tiempo de aceitunitas y de manzanillas. Usted,  de momento,  a dar el golpe de Estado que yo me voy a retrasar mucho. Cuánto antes lo de usted, antes lo daré yo. Cada cosa a su tiempo.

-Tienes razón. Tambien es pesada la Historia esta, tener que estar siempre dando golpes de Estado para que nos hagan fotos y salvar a unos y a otros.

-El compromiso es el compromiso. Con respeto le diré, mi general, que me molesta un poco su indeterminación porque a mí se me van echando los años encima. . .

-Bueno, no se hable más. Tienes razón. Me voy hasta Barcelona a dar el golpe de Estado.

-Que lo dé con salud pero no por muchos años, acuérdese que luego tengo que ir yo.

-No te preocupes, que saldremos en los libros en el orden reglamentario.

-¿El señor «gineral» quiere mas gaseosa? le dijo el moro al verle levantarse.

-No, yo quiero manzanilla pero, de momento, me voy a dar el golpe de Estado.

-¿Dónde dice mi «gineral»?

-A dar el golpe de Estado, que cuando nos queramos dar cuenta, estamos a trece de setiembre.

Y dió el golpe de Estado, como estaba previsto, mientras seguían sonando las chicharras y zumbando las moscas que, cuando se posaban sobre las mesas, en un ademán muy suyo, se frotaban las manos.

 

Publicado en: Blog, Soserías

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