La autonomía universitaria, alojada con la mejor intención en la Constitución, se ha convertido en una maleta de doble fondo que ha incorporado a la vida universitaria mucha mercancía averiada con el resultado de haber puesto en pie un sistema gremializado que se hace más y más lugareño. Es hora por ello, no de defender los derechos de una organización, sino de realzar el ejercicio por individuos concretos profesores e investigadores- de las libertades constitucionales de investigación, de cátedra y de expresión, expuestas hoy a riesgos que nacen en el entorno económico y social que sostiene a la Universidad.
«El mito de la autonomía universitaria«, 3ª ed. Cívitas, 2007.